MEDIOAMBIENTE
¿Ecopostureo o compromiso real? Ni las agencias que examinan a las empresas se ponen de acuerdo
Recientemente, la CNMV estadounidense (SEC) multó a dos firmas de inversión por promocionarse con mensajes falsos acerca de un pretendido uso de la inteligencia artificial (AI, en sus siglas en inglés). Un estudio sobre startups europeas situaba hace poco en un preocupante 40% el porcentaje de las que, autodeclarándose como innovadoras en este campo, su uso de la tecnología de moda era en realidad, cuando menos, irrelevante. El origen del AI-washing se habría producido a mediados de la década pasada y todo apunta a un crecimiento sostenido del número de concernidos, en una lista que ya estrenaron gigantes como Amazon y Meta.
Para hacernos una idea de la eclosión por venir del postureo en inteligencia artificial basta con ver lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo con su hermano mayor: el greenwashing. Todo comenzó hace tiempo, cuando las empresas se abalanzaron a definirse como verdes, neutras en emisiones, respetuosas con el medioambiente, amigas del planeta… en sus comunicados de prensa, en la pestaña de sostenibilidad de sus páginas corporativas y hasta en el etiquetado de sus productos. Esta barra libre se propagó a los fondos de inversión, con millares de denominaciones que llevaban los apellidos de rigor: sostenibilidad, ESG (Environmental, Social y Governance) o similares. El resultado es que la delgada línea que separa el marketing del ecolavado se ha sobrepasado demasiadas veces, forzando a los reguladores a poner orden. En eso andan. Pero mientras la batería normativa y coercitiva termina de concretarse y lo que es más importante, de aplicarse, por las calles de ciudades españolas circulan furgonetas de reparto de una conocida multinacional de refrescos y snacks con la siguiente leyenda:
“Este vehículo funciona con gas. Reducimos emisiones vs el vehículo anterior”
‘Aquí se juega’
En sentido estricto, este eslogan no es mentira: tras una decisión discutida, el gas forma parte de la taxonomía verde de la UE y, además, siempre se reducen emisiones cuando se cambia un vehículo por otro más moderno; pero eso no quita para que haya quien pueda tacharlo de lavado verde, aunque sea venial. Como en todo, en el greenwashing hay grados, que van desde el supuesto más extremo, con derivaciones penales, que fue el Dieselgate, hasta el menos grave, aunque no desdeñable, de anunciarse con una narrativa no avalada por la Ciencia, demasiado etérea, o engañosa, no verificable o fiada a muy largo plazo. Por poner solo algunos ejemplos, corporaciones como HSBC, Goldman Sachs, Shell, Repsol o Iberdrola han recibido la 'reprimenda' de las autoridades británicas o españolas de control publicitario; Zalando, la de la UE, que a su vez tramita una queja contra 20 compañías aéreas entre las que se encuentran las españolas Vueling y Volotea y una denuncia contra Coca-Cola, Danone y Nestlé; un tribunal ha condenado a KLM, y DWS (grupo Deutsche Bank) lleva años siendo investigada, y sancionada, por EEUU y Bruselas. Sin tomar partido por ninguno de los contendientes, la guerra abierta entre Iberdrola y Repsol es otro indicio de que, parafraseando al comisario Renault de la película Casablanca (“¡qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!”), tanto humo indica que hay fuego. Y el casino sigue abierto: hace sólo dos años, la UE dictaminó que más de la mitad de las empresas europeas que se declaraban sostenibles no lo eran al menos entonces. Y hace sólo tres meses, la Autoridad Europea de Valores y Mercados (ESMA, en su sigla en inglés) concluyó que los fondos que se venden como favorecedores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas “no parecen mostrar un mayor alineamiento” con ellos que los de toda la vida.
Opiniones divergentes
En este contexto, en el que también pagan justos por pecadores, hoy es casi imposible intuir si una empresa es realmente sostenible o va en el buen camino, como tampoco en qué posición relativa se encuentra respecto a sus competidoras. Y siendo así, mientras va aprobándose por capítulos la nueva legislación antigreenwashing, solo cabe conformarse con los diagnósticos aproximados o transitorios de las agencias de rating, que se sumaron al auge ESG produciendo calificaciones específicas sobre los aspectos no estrictamente financieros de las compañías.
Sin embargo, es problemático hacerse una idea porque a menudo ocurre que lo que una agencia valora como sobresaliente otra no pasa de un aprobado raspado o incluso un suspenso. He aquí unos pocos ejemplos de compañías españolas y/o cotizadas en nuestro país, extraídos del cuadro adjunto [que puede consultar aquí en formato PDF]:
- Solaria: para MSCI, es una de las seis firmas españolas excelentes (las otras son Amadeus, Endesa, Grenergy, Iberdrola y Redeia) e ISS la ubica en el tercer mejor escalón; pero ocupa la mitad o la parte baja de la tabla para S&P, Sustainalytics y LSEG/Refinitiv, y Standard Ethics le otorga un rating a sólo un paso de la etiqueta de insatisfactorio.
- Hasta mayo pasado (ahora se libra por los pelos), ACS acompañaba a Ferrovial, ArcelorMittal, San José y Faes Farma en la cola de Sustainalytics, y su desempeño, esta vez sí, merece el suspenso de Standard Ethics; pero MSCI la considera líder y S&P la incluye en su Anuario de Sostenibilidad.
- Para LSEG/Refinitiv, Acciona Energía está en el furgón de cola por puntuación junto a Grupo Catalana Occidente, Tubacex, Vidrala, Almirall y Unicaja; y Standard Ethics la valora con un discreto adecuado. Sin embargo, es uno de los seis top-5 sectoriales mundiales del último Anuario de S&P (los otros, su hermana Acciona, Endesa, Iberdrola, Enagás y BBVA) y conforma el podio nacional de ISS junto a Grenergy y EDP Renováveis. Además, figura con la 10ª mayor puntuación en la lista exclusivamente medioambiental Europe’s Climate Leaders 2024, donde Inditex es medalla de bronce y otras 17 compañías nacionales figuran entre los 100 primeros puestos por puntos.
- Indra es, junto con Cepsa, top-1 para S&P y líder para MSCI, y Sustainalytics, Refinitiv e ISS no la dejan en mal lugar… pero deja frío a Standard Ethics. En cuanto a los baremos específicamente ambientales, la compañía tecnológica no aparece en el listado del Financial Times/Statista ni tampoco entre las compañías líderes que publica anualmente Carbon Disclosure Project (CDP) y en el que figuran 17 empresas españolas. Por cierto, cabe destacar que la mejor para CDP es la papelera Miquel y Costas y, aunque pudiera parecer a priori contraintuitivo, Ferrovial y Sacyr figuran en los dos puestos siguientes.
- Sin embargo, Miquel y Costas se encuentra entre las 10 peor puntuadas en el ranking puramente medioambiental de LSEG y también a la cola para Standard Ethics y CSRHub.
- Grenergy, según Sustainalytics, es una de las 16 empresas españolas, con origen o gestión nacional o cotizadas en nuestro país entre las 10 primeras del mundo en su sector (ojo, de las analizadas por esa casa, que no son todas). Las otras son Abanca, Abertis, Acciona Energía, Adif-Alta Velocidad, Airbus, Aperam, Cellnex Telecom y Coca-Cola Europacific Partners (ambas primeras), Cepsa, Ence, Inmobiliaria Colonial, Merlín Properties, Redeia, Sacyr y Solarpack. Los casos de Adif, Colonial y Merlin son aún más llamativos, ya que tenían a 20 de julio el 4º, 17º y 26º mejores ratings ESG del total de 16.216 compañías escrutadas, independientemente de su sector. Pero, volviendo a Grenergy, las valoraciones de S&P y de Standard Ethics son bastante menos positivas.
Los autores de Agreggate Confusion: the divergence of ESG ratings concluyeron en esta tribuna que “el problema fundamental no es tanto el desacuerdo en sí”, sino que es “difícil dar sentido al mismo”, comprender el porqué. A continuación, enumeraban una cuestión previa y los orígenes aparentes de tales divergencias. La primera, que en ocasiones se produce un conflicto de interés cuando la agencia que califica tiene a su vez un servicio de consultoría sobre cómo mejorar las puntuaciones; los segundos, que los evaluadores tienen diferentes enfoques, no miden lo mismo —lo que se resolvería con una mayor transparencia metodológica— y se basan en datos de partida también distintos —las autoridades trabajan precisamente para crear estándares divulgativos no voluntarios y normalizados—. En resumen, para doblegar al ESG-washing sería necesario establecer unas pocas métricas básicas y disponibles para todo el mundo.
El intangible del lobby
No es ésta la única aproximación de la Academia. El también profesor Alberto Alemanno, de la reputada escuela francesa de administración de empresas HEC París, ha calificado a los calificadores y su investigación otorga a Moody’s y S&P la mejor nota (80). El matiz es que este 80 es sobre un máximo de 200. La principal carencia, aunque no la única, de todos los examinados es que ignoran o minusvaloran el factor político de las empresas, es decir, su actividad de lobby (ya sea directa o indirecta) y el “gasto político”. En palabras del autor: “Es perfectamente posible que una empresa obtenga buenas puntuaciones en las métricas medioambientales y sociales incluidas en una encuesta ESG mientras boicotea los avances en estas mismas cuestiones en las instituciones”. Dicho de otra forma, en boca del activista climático (y ex vicepresidente de EEUU) Al Gore, “las compañías son mejores capturando políticos que sus emisiones”.
La conclusión es que a día de hoy no es posible responder fehacientemente, con los ratings ESG corporativos y los específicamente medioambientales, a las preguntas planteadas más arriba. Esta realidad ha llevado a firmas de inversión a intentar salir del paso de este barullo desarrollando modelos propios de evaluación (provocando una mayor dispersión y asimetría de la información), y a que proliferen compañías de nuevo cuño que afirman haber eliminado las carencias, sesgos e incongruencias de las más veteranas. Es el caso de Clarity AI, fundada por la española Rebeca Minguela y que incorpora la inteligencia artificial y, por tanto, el machine learning a su proceso de análisis y estimaciones; y el de CSRHub, una plataforma de big data cuyos algoritmos agregan, normalizan y ponderan “13.000 métricas que proporcionan ratings de consenso tras agregar más de 940 fuentes de datos ESG con 450 millones de puntos de datos para producir una señal de consenso sólida sobre el rendimiento de la sostenibilidad corporativa”. Siguen a 248 compañías españolas, y sus rankings y ratings tienen mayor robustez cuantas más métricas hay sobre una empresa.
En ese contexto tan confuso, a un profano le puede extrañar la presencia de algunas empresas en los muchos índices bursátiles ESG: por poner un ejemplo, la de Faes Farma en los índices ESG de Bolsa y Mercados Españoles (BME) cuando CSRHub la ubica en uno de los percentiles más bajos (58) entre las compañías españolas y, además, es una de las pocas con un riesgo alto (high) para Sustainalytics y se encuentra entre las 10 peores para LSEG en términos de descarbonización y lucha contra el cambio climático. Cosa distinta es que estén también Atresmedia y Mapfre, ya que su percentil CSRHub es el máximo (100), rasgo que comparten con el Instituto de Crédito Oficial y la recién estrenada en Bolsa Puig Brands.
Desbandada cautelar
Repsol e Inditex, dos de las firmas españolas que más CO2 emiten, reciben 10.000 millones de fondos ‘verdes’
Ver más
Ante el endurecimiento regulatorio por venir o en ciernes, hace dos años las principales gestoras mundiales retiraron cautelarmente la etiqueta ESG a fondos con un patrimonio agregado de cientos de miles de millones de euros. Por ser justos, este movimiento tenía su punto (iban a cambiar las reglas del juego), aunque también reflejó el hecho de que hasta entonces (fundamentalmente, entre 2020 y 2023), se beneficiaron de una barra libre que les permitió captar cantidades milmillonarias de inversión. El pasado ejercicio, el patrimonio invertido mediante estos instrumentos superó los 118.000 millones sólo en España, pero de esa cifra únicamente 3.000 millones eran sostenibles puros o pata negra. Ahora que la ESMA ha concretado más los requisitos, se estima que más del 40% de los fondos ESG tendrán que renunciar a esa etiqueta.
Por si fuera poco, la compleja batalla antipostureo tiene otro frente: la dificultad de alcanzar un estándar global. La UE, Reino Unido y Estados Unidos trabajan en la misma dirección pero sólo en sus territorios respectivos, de forma que, como sostiene Clarity AI en un informe reciente, sólo un 4% de los fondos sostenibles cumpliría los requisitos de denominación y etiquetado en las tres jurisdicciones.
Mientras el cerco a la mercadotecnia climática y el ecolavado se sigue estrechando, los vehículos de reparto de otra multinacional alimentaria (la neerlandesa Heineken) lucen un eslogan promocional aparentemente más sostenible que el de la flota de Pepsico, que es la que pregonaba haber reducido sus emisiones respecto a las que generaban sus furgonetas jubiladas. El de la cervecera europea reza: Con este vehículo eléctrico servimos a los bares de nuestra ciudad. Sin embargo, la dispar ambición contra el cambio climático que se deduciría de ambos eslóganes no se traslada a los ratings, donde la estadounidense gana salvo para alguna agencia de rating que da la victoria a Heineken. Aun así, ambas son líderes en su sector para MSCI, la misma agencia de calificación que sostiene, en la última edición de su Net-Zero Tracker, de abril pasado, que los esfuerzos de descarbonización actuales de las compañías cotizadas mundiales llevarían a un aumento de la temperatura del planeta de 3ºC, medio grado más de lo que calculaban en el anterior, de noviembre de 2023, y muy lejos —ambas estimaciones— del objetivo ideal acordado en París, de 1,5ºC o a lo sumo 2ºC. Una muestra más de que las empresas, tomadas en su conjunto, no se han tomado en serio la emergencia climática y la transición energética, y de que sigue siendo muy complicado discernir entre su política de comunicación, la realidad de los datos y la robustez de las calificaciones de terceros.