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Los pueblos corren el riesgo de dejar de ser refugios climáticos sin planes adaptados a su realidad

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Vivir en un ambiente muy urbanizado se considera un factor ambiental de riesgo en una ola de calor. También lo es la contaminación atmosférica. El efecto isla de calor urbano se genera porque el asfalto, el hormigón y otros materiales característicos de las ciudades acumulan calor durante el día y lo liberan durante la noche. Por eso puede haber hasta 10ºC de diferencia entre el centro urbano y la periferia. El efecto se dispara a más concentración de esos materiales y menos vegetación. La gran mayoría de los estudios sobre el impacto del calor en la salud se han hecho sólo con población urbana, pero en los últimos años han comenzado a aparecer investigaciones exploratorias en el medio rural. El calentamiento global ha resentido los pueblos como refugios climáticos.

“Por el momento, la evidencia nos indica que la población urbana está más en peligro ante el aumento de las temperaturas, pero con dos matices. El primero, la población rural ha sido muy poco estudiada. Son necesarias más investigaciones que ofrezcan una imagen más detallada de los impactos en salud del calor extremo sobre este tipo de población”, explica a infoLibre Antonio López-Bueno, doctor en epidemiología que investiga en la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III. Lo segundo a tener en cuenta es que la vulnerabilidad a la temperatura es un fenómeno dinámico en el tiempo. “Depende de cómo evolucionen los indicadores sociales y económicos, de cómo evolucionen las temperaturas, de cómo se adapte el urbanismo al cambio climático, de cómo se vayan asimilando comportamientos protectores, como se proteja socialmente a la población en riesgo y, posiblemente, de muchos otros factores que aún desconocemos”, indica.

El investigador y su equipo han estudiado la distinta vulnerabilidad al calor extremo entre poblaciones rurales y urbanas y han concluido que, para ser más efectivos, los planes de prevención deben tener en cuenta esta variabilidad local, aún “muy desconocida”. Los efectos en la salud de las olas de calor se han estudiado principalmente en las zonas urbanas, pero ambos tipos de territorio presentan factores de riesgo y factores protectores ante el calentamiento global. La población rural está generalmente, y cada vez más, envejecida y los mayores de 65 años son uno de los principales grupos de riesgo ante las temperaturas elevadas. Además, en los pueblos hay un acceso más limitado y discontinuo a los servicios sociales y sanitarios. Por el contrario, otros factores son positivos: “en el entorno rural hay una menor exposición a riesgos ambientales, se propicia una mayor actividad física y menor aislamiento social”, recogen los investigadores.

Hay dos factores en los que la brecha urbana/rural no está tan definida: el estatus económico y la calidad de la vivienda. “Las zonas rurales son menos vulnerables al calor extremo que las zonas urbanas analizadas. Asimismo, son más vulnerables los grupos de población con peores condiciones laborales y con mayores porcentajes de vivienda en malas condiciones”, concluye el estudio Análisis de la vulnerabilidad al calor en zonas rurales y urbanas de España. ¿Qué factores pueden explicar su comportamiento geográfico?

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Los indicadores de pobreza y de calidad de la vivienda explican mejor que el entorno urbano/rural la distribución de la vulnerabilidad tanto al calor como al frío, pero las investigaciones disponibles apuntan a que sí existe un efecto protector en los entornos rurales tanto ante las altas como ante las bajas temperaturas. “Sólo podemos ofrecer algunas hipótesis sobre las causas de fondo. En las poblaciones rurales que analizamos la tasa de mortalidad era menor que en las poblaciones urbanas con las que fueron comparadas. Esto nos indicaría un mejor estatus de salud general de la población rural, que podría derivar de entornos más favorables (menor contaminación, estrés, más proclives a la actividad física) y, quizá, a una menor incidencia de soledad no deseada y abandono de la tercera edad”, dice López-Bueno. Diversos estudios constatan que la soledad no deseada aumenta la vulnerabilidad al calor y que, al contrario de lo que puede parecer, es más frecuente en las ciudades.

Se retrasa la hora de salir al fresco

Una de las ventajas objetivas de los pueblos cuando asfixia el calor es la antigüedad de algunas de sus casas. La vivienda construida antes de 1940 presenta una mejor inercia térmica por la calidad de los materiales y, además, algunas investigaciones indican que los materiales y construcciones típicamente rurales también resisten mejor la temperatura. La que presenta peores propiedades térmicas es la vivienda levantada entre 1941 y 1980, por el empleo de materiales de mala calidad durante la posguerra y el franquismo. A partir de los años ochenta, mejora la inercia térmica con las primeras normativas urbanísticas al respecto. La vivienda es la pieza clave tanto en el campo como en la ciudad en un momento en que las olas de calor se suceden unas detrás de otras sin tregua y limitan el tiempo en que se puede estar bien en la calle. Entre la fresquita de la mañana y el fresco de por la noche, si los hay, cada vez pasa más tiempo. Salir al fresco, esa costumbre tan icónica de la España rural, se retrasa hasta mucho después de la cena. Algunas noches pierde su significado: cuando no se mueve el aire.

La cultura del calor, sabiduría arraigada en el sur y en el interior de España, se despliega en las semanas más duras, que ahora son más y continuas. Buscar las sombras, no salir en las horas centrales del día, no salir sin gorra o sombrero, refrescarse con cualquier cuerpo de agua a mano, aunque sea en el que fluye de una manguera o una fuente. Mantener la casa oscura durante el día para que el calor no penetre y se instale. Hábitos que ayudan pero que pierden eficacia con las nuevas temperaturas extremas. Hábitos consolidados en un medio rural donde hay menos recursos para construir y habilitar refugios climáticos: espacios municipales públicos bien acondicionados. En muchos pueblos pequeños sólo hay un espacio comunitario y tiene forma de nave multiusos de hormigón y cubierta de uralita. Unas naves que aunque se usen para bailar o hacer una merienda o jugar al bingo no dejan de tener la misma forma que las naves agrícolas, en las que también se barrunta sobre los efectos de la alteración climática: el medio rural siempre ha vivido mirando al cielo y el cielo ya no responde a los patrones de antaño.

Vivir en un ambiente muy urbanizado se considera un factor ambiental de riesgo en una ola de calor. También lo es la contaminación atmosférica. El efecto isla de calor urbano se genera porque el asfalto, el hormigón y otros materiales característicos de las ciudades acumulan calor durante el día y lo liberan durante la noche. Por eso puede haber hasta 10ºC de diferencia entre el centro urbano y la periferia. El efecto se dispara a más concentración de esos materiales y menos vegetación. La gran mayoría de los estudios sobre el impacto del calor en la salud se han hecho sólo con población urbana, pero en los últimos años han comenzado a aparecer investigaciones exploratorias en el medio rural. El calentamiento global ha resentido los pueblos como refugios climáticos.

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