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La Gandula

Mayte Mejía

A veces tengo pesadillas con muy mala leche, y sufro de fantasmas que, dispuestos a tirarme de los pelos, me gritan en la oreja que ha despertado La Gandula, nombre popular con el que se conocía a la famosa Ley de vagos y maleantes, vigente desde 1933 hasta que en 1970 fue sustituida por la Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social, siendo en 1995 derogada completamente. Alcanzaba a vagabundos, nómadas, homosexuales… Grupos que para muchos contenían tintes bohemios, espíritus libres que no eran bufones de ni para nadie. Ahora se me antoja que, de ser verdad mis alucinaciones, podría extenderse a músicos callejeros, prostitutas de plaza, vendedores ambulantes, desahuciados sin techo, parados que no encuentran trabajo, enfermos crónicos que se manifiestan, artistas con el agua al cuello, extranjeros que vinieron persiguiendo el sueño de una vida mejor… En definitiva, ciudadanos arrastrados todos ellos por la crisis que tantas cosas se está llevando por delante.

Igual que la naturaleza se rebela, por ejemplo, contra cuerpos extraños implantados en rodillas o caderas, nosotros estamos preparados para hacerlo con todo aquello que sea diferente. En esta época convulsa que vivimos no es difícil fomentar el rechazo y la discriminación hacia el semejante. A veces se da en los propios colegios con los compañeros de piel oscura o con las que, que por razones culturales –cuidado aquí, porque no es lo mismo comprender que compartir–, se ponen el hiyab. Los niños repiten sin conciencia aquello que ven y escuchan a sus mayores. Desde este punto de vista, no es de extrañar que acusaciones del estilo “tu padre ha matado a los turistas de Túnez” se digan a la hora del recreo, con pelea incluida, a la hija de inmigrantes marroquíes, nacida en España, y que, con llanto desconsolado, no entiende por qué sus amigos escupen a su paso y la miran con ojos de odio.

Escribo esto porque actos como el ocurrido no hace mucho en el metro de Madrid, donde un trabajador –apartado cautelarmente de sus funciones– envió un correo electrónico a la empresa de seguridad del suburbano, instando a la revisión de billetes a pedigüeños, músicos, mendigos y gais, son una muestra más del retroceso social que padecemos. Me abruma pensar que, a diferencia de otras épocas, en las que el horizonte era luchar para conseguir un mundo más justo, fundamentado en la tolerancia y en el respeto mutuo, éstas sean ahora palabras que, llenas de prejuicios, parecen llevarse el viento. Sin embargo, tengo la seguridad de que estas nuevas generaciones, preparadas para tomar el testigo en todos los aspectos, van a eliminar del camino aquellas sustancias nocivas que dificultan el entendimiento de las personas en general.

En fin, ahora lo que me tiene en un sin vivir es que, para colmo, a mitad de la noche, se me aparecen unos espectros con mantilla y peineta que, postrados a los pies de mi cama, me acojonan. Igual son cosas de la edad. A saber.

Mayte Mejía es socia de infoLibre

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