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Venezuela en contexto

Himar Reyes Afonso

Venezuela siempre ha sido una anomalía en la región latinoamericana. Cuando el dictador Marcos Pérez Jiménez fue derrocado en 1958, se instauró una democracia formal a la europea, liberal y bipartidista. Durante las décadas de los 70 y 80, mientras la operación Cóndor plagaba de dictadores América Latina, Venezuela era vista por el mundo occidental como el país que se había librado de las dictaduras militares, el país de la abundancia y la prosperidad, de las grandes infraestructuras y el libre mercado. La "Venezuela saudita", así era conocida. El petróleo emanaba como el agua del grifo sin que nadie lo cerrase. Eso sí, la pobreza no dejó de crecer.

Cuando un militar da un golpe de Estado en América Latina, detrás suele estar la CIA o, por lo menos, el beneplácito de EE. UU. Esto está más que documentado, quien no quiera creerlo es por irrespeto a la verdad: Guatemala en el 54, Brasil en el 64, Bolivia en el 71, Chile en el 73, Argentina en el 76… por poner algunos ejemplos. Sin embargo, Venezuela era, nuevamente, una anomalía: el intento de golpe del 92 lo hacía un militar, pero EE. UU. no estaba detrás. Un joven comandante Chávez, tras el fracaso del golpe, se dirigía a las cámaras y asumía toda la responsabilidad ante el país.

Cuando los antichavistas mínimamente informados recuerdan este suceso a quienes hablan del golpe truncado a Chávez en el 2002, argumentando que "Chávez también intentó un golpe", ignoran u omiten el contexto: En el 89, tras la revuelta de un pueblo hambriento que se negaba a soportar el nuevo paquete de medidas del FMI anunciado por el presidente Carlos Andrés Pérez, el Ejército reprimió sangrientamente las protestas por orden de su Gobierno. A día de hoy no se sabe cuánta gente murió en lo que se ha llamado el caracazo. Dos años después, un grupo de militares dirigidos por Chávez trataba de derrocar a ese gobierno asesino y fracasaba. Chávez terminó en la cárcel, pero el pueblo venezolano lo vio como el hombre que había luchado por ellos. Prueba de esto es que dos años después fue indultado ante la presión social, y en las elecciones de 1998, Hugo Chávez se presentó y arrasó. Por su parte, el golpe que intentaron dar a Chávez en el 2002, fue organizado por una cúpula militar al servicio de la burguesía empresarial –de hecho, colocaron de jefe de Estado a Pedro Carmona, presidente de la patronal– y financiado por agencias de EEUU como la USAID. Y en este caso, el pueblo salió a la calle a defender la democracia y exigir que devolviesen al Palacio de Miraflores a su presidente legítimo y electo.

La Revolución Bolivariana es también, como revolución, una anomalía en la región. En el siglo XX ha habido cuatro grandes revoluciones en América Latina: la mexicana de 1910, la boliviana de 1952, la cubana de 1959 y la nicaragüense de 1978. Las cuatro eran revoluciones armadas y tres de ellas fueron derrotadas. En Venezuela hay un proceso de revolución integral, es decir, social, cultural, económica y política. Pero es democrática. Así lo han avalado una y otra vez la multitud de ojeadores internacionales que han ido a Venezuela a auditar los procesos electorales, algo bastante saludable y que en España no dejamos que suceda. Nadie vigila nuestro proceso electoral. En Venezuela, tanto CEPAL como Unasur, la OEA o el Centro Carter han convenido siempre que las elecciones en Venezuela son limpias y transparentes (no como antes de Chávez, por cierto, cuando el turnismo amañado de AD, COPEI y URD rozaba lo grotesco haciendo que hasta los muertos votasen). El caso es que, pese a las evidencias, tanto la prensa venezolana –mayoritariamente privada y antichavista– como la internacional, incluida la española, se empeñan en afirmar sin citar las fuentes, dar pruebas o dotar al ciudadano de contexto, que Venezuela es una dictadura. Para justificar sus calumnias, ponen ejemplos como el de los presos políticos o, últimamente, la falta de independencia judicial.

Sobre los "presos políticos" he hablado antes y ya cansa. Lo único que añadiré es que, en todo caso, lo que hay en Venezuela son políticos presos, ya sea por corrupción, por golpismo o por incitación a la violencia. Corruptos presos tienen tanto de la bancada antichavista como de la chavista, porque francamente la corrupción ha sido un lastre penoso de la Revolución. En cuanto a los presos golpistas, obviamente son de la oposición, que son los que han tratado de sacar del poder a Chávez y Maduro de todas las formas posibles, ya que democráticamente no son capaces. Las últimas elecciones, las legislativas de diciembre, sí que las ganaron, y todavía estoy esperando a los lumbreras de turno explicar cómo en una terrible dictadura como la venezolana, la oposición perseguida puede ganar elecciones. Es, cuanto menos, curioso.

El caso es que en esas elecciones se demostró que en el estado de Amazonas se habían comprado votos, de manera que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) invalidó a los tres diputados opositores de esa región. Aun así, el presidente electo de la Asamblea Nacional (AN), el opositor Henry Ramos Allup, permitió que jurasen el cargo, desacatando la sentencia del TSJ y quedando fuera de la ley. Eso hizo que en enero, como era de esperar, el TSJ declarase a la AN “en desacato”, quedando invalidada su actuación hasta que rectificase el asunto de los tres diputados opositores.

En un ejercicio de chapucería de la buena, la oposición cambió al presidente de la asamblea y luego, con el nuevo presidente, retiraron a los tres diputados. Pero es que este procedimiento no vale, porque una AN invalidada no puede cambiar a su presidente. Son pasos nulos. Lo que debían hacer era retirar a los tres diputados para salir del desacato, y luego si quieren poner al Pato Donald de presidente de la AN, perfecto. Pero las chapuzas constantes de la oposición impiden que las cosas se desarrollen con normalidad en las instituciones venezolanas, y ya huele demasiado, porque no es posible ser tan torpe. No es descabellado pensar que la MUD (Mesa de Unidad Democrática, la coalición de derechas venezolana) no pretende sino bloquear la situación política, en tanto que el desacato de la AN genera un conflicto en la relación entre el poder legislativo y el ejecutivo, imprescindible para llevar a cabo las medidas necesarias para salir de la crisis que ellos mismos han generado con la guerra económica. Pero en vez de colaborar desde el espacio de poder que han alcanzado, se dedican a chillar que Maduro les ha quitado ese poder.

El último numerito ha sido frenar la posibilidad de que la inversión extranjera impulse la industria petrolera. Ha sido entonces cuando el TSJ, en su papel de hacer prevalecer el estado de Derecho y el interés nacional, ha entendido que la AN está actuando en contra de los intereses del país, y ha decretado dos sentencias bastante polémicas que anulaban las competencias de la AN, acabando también con la inmunidad de sus diputados, y asumía dichas competencias hasta que la AN saliera del desacato y entrase en la constitucionalidad nuevamente. 48 horas después y, tras una reunión de urgencia de Maduro y su ejecutiva, el TSJ ha rectificado esta medida, poniendo en evidencia la falta de independencia del poder judicial y la enorme tensión política y social que vive el país.

Si me preguntan a mí, creo que la sentencia inicial del TSJ era más que legítima. Quizás me equivoque, pero la derecha venezolana lleva 20 años demostrando su rejo golpista y antidemocrático, y su absoluta falta de escrúpulos a la hora de poner el país patas arriba con tal de volver al poder, sea como sea. Me parece bien que una institución al margen de la legalidad sea anulada –que no disuelta– hasta que rectifique su rumbo. En cualquier caso, que la sentencia haya sido retirada solo demuestra lo compleja que es la situación. Y que desde España se denuncie la falta de independencia del TSJ en otros países, es de chiste.

Mientras tanto, aquí tratan este tema como “autogolpe de Estado”, una cosa algo rocambolesca para decir que Maduro le quita el poder a la AN, sin contar que el propio Maduro instó al TSJ a retirar la sentencia y sin contar todo lo que hemos intentado contar aquí para contextualizar los acontecimientos. La única intención de nuestros medios y políticos es poner el grito en el cielo con cada acontecimiento que suceda en Venezuela, sesgando la realidad todo lo que les interese, y de paso arrojarla sobre Podemos. Es tan evidente que daría la risa si no fuera porque en buena parte de la sociedad, funciona.

Esta panda de cínicos e hipócritas no han abierto la boca para hablar de cómo en Paraguay, también recientemente, la policía ha entrado en la sede del principal partido de oposición y ha matado a un militante. A finales de marzo. ¿Qué pasaría si esto sucediese en Venezuela? Ya veo a Rivera o Hernando diciendo que mandemos a la OTAN.

Tres muertos durante los disturbios en las manifestaciones opositoras en Venezuela

Quien diga que Venezuela es un paraíso, miente. Quien diga que es el infierno, miente también. Quien, desde España, pretenda dar lecciones de democracia y libertad de expresión a Venezuela, que se lo haga mirar, porque allí no encierran a tuiteros.

Basta ya de propaganda y de simplezas, que la gente no es tonta. Y a quienes compran el discurso antichavista, por lo menos pedirles algo más de rigor y espíritu crítico. Del gobierno bolivariano hay mucho que criticar, pero llamarlo dictadura es faltar a la verdad.

Himar Reyes Afonso es socio de infoLibre

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