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Teatro

El refugio imposible

Raúl Prieto y María Morales (en segundo plano) en 'Refugio', de Miguel del Arco.

En Refugio, escrita y dirigida por Miguel del Arco para el Centro Dramático Nacional (del 28 de abril al 11 de junio), Raúl Prieto interpreta a Farid, un refugiado que es acogido como "medida cosmética" por un político. El director y el intérprete han trabajado juntos en numerosas obras, como La función por hacer o Antígona. Pero en esta algo no acababa de funcionar. "Notaba una resistencia que nunca había visto en él", dice Del Arco. Un día el intérprete confesó qué ocurría: "Le parecía indecente estar jugando, como jugamos, hablando del dolor de una persona cuando esto está pasando realmente a miles de kilómetros".

Prieto, parco en palabras, las usa esta vez: "Me parecía hipócrita por nuestra parte representar una realidad que no hemos querido mirar. Nos puede salir bien, puede haber aplausos o no, pero allí sigue estando la cosa muy jodida. Hoy seguramente habrá un muerto, varios, en las aguas del Mediterráneo, y no sabremos su nombre". El director le contestó entonces, y lo sigue defendiendo hoy, que "el silencio sí que es indecente". Así que Farid representa sobre escena a las 5.000 personas que el pasado año se dejaron la vida en la gran frontera que es el Mare Nostrum. Y silencio, en realidad, hay muy poco en Refugio

Miguel del Arco, uno de los directores de escena españoles más relevantes, se rodea aquí de colaboradores habituales —Israel Elejalde, Prieto, la recién incorporada al grupo Macarena Sanz— y algún nuevo fichaje —María Morales, Carmen Arévalo, beatriz Argüello, Hugo de la Vega— en una obra de su autoría. No es lo habitual en un director que prefiere encargarse de clásicos como Veraneantes de Gorki o Seis personajes en busca de autor de Pirandello (su debut, La función por hacer). Solo lo ha hecho con Deseo, una función más cercana a lo comercial estrenada en 2013, el monólogo interpretado por Carmen Machi Juicio a una zorra y el brevísimo Proyecto Youkali, una obra que ya tocaba la migración y que fue realizada junto a la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Refugio iba a ser una coproducción entre su compañía, Kamikaze, y el CDN, pero su dedicación al Teatro Pavón, la sala que abrieron en Madrid el pasado otoño, lo ha hecho imposible. "No teníamos dinero", admite Del Arco. 

La obra se construye, explica, en torno a la "corrupción del lenguaje", que algunos llamarían lenguaje de madera, otros posverdad. La actriz Macarena Sanz, que da vida a la hija antisistema del político sistémico, lo dice así: "Todos hablan muy bien y tratando de explicar lo mejor posible qué sienten, pero no son más que palabras". Corrupción de la otra, de la pedestre y, ejem, acuática, también hay. Lo resume Elejalde, primera figura de Miguel del Arco en obras como Hamlet o Misántropo, y que aquí encarna a Xuxo, el falso altruista de Refugio: "Él no está acusado, solamente están acusados sus colaboradores. No sé si os suena esto. Miguel no ha sido muy original finalmente". Risas entre los periodistas. 

Y lloras—, dice su director. 

—Y lloro. 

Más risas. 

Aunque en realidad lo que Del Arco ha sentido viendo coincidir realidad y ficción con el estallido de la operación Lezoha sido "una tristeza brutal": "Esta semana nos ha revolcado, parece todo texto de la función". Aunque confía en "la capacidad del ser humano de volverse a reinventar", le parece difícil asumor que "después de la crisis que hemos sufrido y de la debacle de la clase política que estamos viendo, no seamos capaces de decir 'Se acabó". Tanto él como Elejalde culpan de la corrupción a unas estructuras democráticas "podridas". "Queríamos hacer una reflexión sobre el ejercicio del poder", dice el actor, "sobre que la corrupción no está adscrita a una ideología, sino que está pegada al ejercicio de ese poder".

Por esa razón, el dramaturgo no sitúa a Xuxo en un partido de izquierdas ni en uno de derechas, sino que lo sitúa en una corriente de nueva creación a la manera de la de Emmanuel Macron en Francia. "[El personaje] cambia la ideología según quiere", resume el intérprete. La amalgama discursiva en la que el dirigente defiende una cosa y su contraria apunta de nuevo a la "corrupción del lenguaje" de la que habla Del Arco. Pero antes, Elejalde defiende a su personaje: "Xuxo no es un malvado, es un hombre que se ha dejado arrastrar por una gran ola. No quito con esto que tengan que ir a la cárcel, todos tienen que ir. Pero esa gran ola viene de una estructura podrida y de una actitud que hemos tenido los ciudadanos y que ha permitido y apoyado que eso pueda ocurrir". Que conste. 

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Al lenguaje, pues. Porque Farid no habla el idioma de sus receptores, ni quiere hacerlo, "porque lo ha perdido todo, y qué sentido tiene volver a hablar". Ha perdido su vida, ha perdido su tierra, ha perdido su identidad y, sobre todo, ha perdido a su mujer y a su bebé de tres meses, ahogados en el mar. Ha perdido la esperanza. No quiere aprender a decir "pan" porque no quiere pertenecer al mundo. Quiere desaparecer. Pero llega a una casa que es cualquier cosa excepto un refugio. El padre está, como hemos dicho, enfangado por la corrupción, y sus enemigos acechan. La madre, una cantante de ópera, ha perdido la voz. La abuela se ha quedado viuda. La hija es una rebelde contradictoria que quiere que el mundo estalle sin que estalle el suyo. Y el hijo se encierra en una coraza de violencia y desprecio. Como Farid no habla ni parece entender, se convierte en el saco de boxeo verbal de todos

Porque en el origen ya lejano de la obra —aunque escribirse, se escribió el pasado verano— estaba Teorema, la película de Pier Paolo Pasolini Teoremaen la que un misterioso joven llega a un hogar burgués para dinamitarlo desde dentro. Aunque la referencia fue perdiendo fuerza, Farid hace lo mismo que el Eros del cineasta italiano. Su mera presencia pone en cuestión la vida de quienes le rodean y aviva sus propios conflictos, como cuando Xuxo dice que sus contrincantes quieren "expulsarle al desierto" delante de alguien que viene de la devastación. Solo que aquí no hay fascinación por el intruso, sino desprecio. "El refugio que se le ofrece a Farid en un país supuestamente civilizado se acaba volviendo una cárcel", dice Del Arco. La escenografía de Paco Azorín, un cubo de cristal, protege tanto como asfixia. "El refugio que encuentra Farid no es tal", dice Raúl Prieto, "son ellos los que encuentran refugio en Farid". Y para Farid, ¿hay refugio posible? 

 

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