Teatro
Teñir el telón de morado
La sala Margarita Xirgu del Teatro Español, en Madrid, está llena. En el escenario, la actriz y música Clara Sanchis está transmutada en Virginia Woolf: su verbo ágil, su figura alargada, sus palabras. Esto es Una habitación propia, el libro que la autora de La señora Dalloway y Orlando publicó en 1929, un compendio de sus conferencias impartidas aquí y allá sobre el vasto asunto de "las mujeres y la novela". Sanchis/Woolf pronuncia las palabras más conocidas del ensayo —"que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas"— y alguna espectadora —ellas son mayoría y a ellas se dirige la obra, en femenino— asiente con energía. Lo harán, otras como ella, muchas más noches: la obra ha colgado el cartel de no hay entradas durante tres semanas, y eso que es la tercera vez que se programa en Madrid. Sanchis asegura, orgullosa: "Y esta obra no es una excepción".
Porque a unas calles de allí, la cooperativa Teatro del Barrio programa La Sección, una obra sobre mujeres —las que ganaron la Guerra Civil—, escrita, dirigida e interpretada por mujeres, que ya se está moviendo por España. Porque también está en gira Emilia, sobre Pardo Bazán, de nuevo con creadoras al mando. Porque Només són dones/Solo son mujeres, obra sobre republicanas represaliadas en las cárceles franquistas en cuyo equipo casi todo se escribe en femenino, fue una de las ganadoras de los últimos Premios Max de teatro. Y porque el Teatro Español, dependiente del Ayuntamiento de Madrid, programa en esta temporada, y por primera vez, a más directoras de escena (13) que directores (9) y a casi tantas dramaturgas (8) como autores (11).
"Deberíamos alegrarnos muchísimo", dice Carme Portaceli, directora tanto de Només són dones como del Español, "porque yo soy feminista de toda la vida y es la primera vez que lo puedo decir sin levantar muchas ampollas". Lo puede decir, además, en el escenario, y es reconocida tanto por la programación como por la taquilla, la crítica y los galardones. Algo que considera casi una "anomalía". Y la prueba es que, tras décadas de carrera y 60 obras a sus espaldas, la directora todavía se sintió "pionera" al llevar Solo son mujeres a los escenarios hace dos años. "Habíamos visto a la mujer en los repartos, claro, pero ahora empezamos a verlas más en la dirección y en la dramaturgia", apunta. "No es que antes no hubiera, pero, al menos en mi experiencia, hay algo que empieza a abrirse."
Jessica Belda, una de las actrices de La Sección y autora del texto junto a Ruth Sánchez González, es de la misma opinión: "Si hay algo moviéndose, es porque no se había movido". Al interesarse por la Sección Femenina, la compañía Atirohecho defendía una tesis: "A las mujeres se las ignora hasta cuando ganan". Igual de victoriosas que sus pares masculinos, Pilar Primo de Rivera y las mujeres a las que trató de adoctrinar fueron olvidadas por la historia. "Nuestra historia ha hecho que se genere un paréntesis de cincuenta años", defiende. "En el 81 se consiguieron cosas que se habían rectificado de la Constitución del 31, pero a los movimientos feministas de la Transición no se les escuchó lo suficiente, ni en la Constitución ni en los partidos ni en la amnistía. Ahora empezamos a despertar de este letargo y empezamos a tener, las mujeres, una conciencia de clase." Para la autora e intérprete, hasta ahora hemos tenido "una historia con sesgo de género, pero masculino".
"Una mujer debe tener dinero..."
Si Belda explica así el interés que parecen tener las creadoras por la perspectiva histórica, Sanchis tiene su respuesta a por qué el estallido se produce en el teatro (a rebufo, quizás, de la industria editorial). "En el cine también se está trabajando mucho, pero claro, ¡el teatro es tan pobre!", apunta con algo de amargura. Levantar una obra exige mucho menos que llevar una película a la pantalla, argumenta, y por eso el escenario parece más accesible para esa mitad de la población más pobre que la otra mitad. "En el teatro puedes no ganar dinero o morirte de hambre, pero no tienes que hipotecar tu casa. Las mujeres cineastas tienen mucho que pelear para que los productores les tomen en serio y pongan dinero", explica la actriz, que también es socia de CIMA, la asociación de creadoras cinematográficas.
Y es cierto que el teatro es pobre: después de un año de representación exitosa, Una habitación propia acaba de salir de números rojos. Jessica subraya una tendencia detrás de esto: las mujeres reciben "muchas menos ayudas institucionales" y "se limitan casi siempre al off"off, a los espacios alternativos. No es casualidad que Una habitación propia se estrenara en la sala pequeña del Pavón Teatro Kamikaze y que La Sección y Emilia ronden por salas independientes. Es una imagen que utilizan tanto ella como Portaceli: si un hombre y una mujer del mismo talento empiezan a dirigir teatro a la vez, el primero estará en la primera línea en equis años, mientras que la segunda llegará mucho después... si llega.
No son las primeras en verlo. De hecho, Woolf señaló algo similar hace ya cerca de un siglo. Ella imaginaba que Shakespeare hubiera tenido una hermana con las mismas virtudes que él: "No se necesita ser un gran psicólogo para estar seguro de que una muchacha muy dotada que hubiera tratado de usar su talento para la poesía hubiera tropezado con tanta frustración, de que la demás gente le hubiera creado tantas dificultades y la hubieran torturado y desgarrado de tal modo sus propios instintos contrarios, que hubiera perdido la salud y la razón". Si Shakespeare, defiende ella y repite Sanchis, hubiera tenido una hermana, esta hubiera acabado muerta mientras aquel recibía los aplausos.
Desempolvar el pasado
Pero las consultadas intentan ser optimistas. "Las mujeres están ocupándose por fin de su pasado", reivindica la intérprete de Una habitación propia. "Estamos desempolvando nuestro pasado, pero también nuestro presente". La acompaña Belda: "Hemos empezado a rescatar a mujeres. Antes se decía que no había mujeres literatas, o pintoras, o científicas; pero ahora vemos que, aunque había menos que hombres, claro que había, simplemente han sido ignoradas por la historia". Carme Portaceli cita, con sorna, a la antropóloga Margaret Mead: "Hagan lo que hagan los hombres, aunque sea vestir muñecos para una ceremonia, ello aparece dotado de mayor valor". "Decir que eso no es verdad", añade, "es de una banalidad y una miopía, o de una mala intención, inadmisibles".
Ella lo ha visto. Y, por eso, al ser nombrada responsable del Teatro Español, tras un concurso público, dejó claro que la paridad estaba entre sus prioridades. En diciembre, la sala habrá programado cinco obras escritas o dirigidas por mujeres desde el inicio de la temporada. En el mismo período, el Centro Dramático Nacional (CDN), dependiente del Ministerio de Cultura y dirigido por Ernesto Caballero, solo programará una (Cáscaras vacías, de Magda Labarga y Laila Ripoll). "Como decía [la actriz] María Jesús Valdés, 'Los hombres no es que no nos quieran, es que no nos ven", lanza Portaceli. Pero insiste, al mismo tiempo, que a ella nadie le ha reprochado su programación, "aunque gente reaccionaria siempre hay". Y debería dejarse, insiste, al buen hacer de quien dirija el centro en ese momento: "Hay una ley orgánica de obligado cumplimiento [la ley de igualdad]... que nadie cumple. Este es un teatro público, pagado con el dinero de todos, que no puede representar solo a la mitad".
"Tiene que haber mujeres programando", reivindica Belda, "para que esto cambie de verdad". De los grandes centros de producción teatrales públicos, solo el Español y la Compañía Nacional de Teatro Clásico (con Helena Pimenta) están dirigidos por creadoras. Sanchis no duda en reclamar cuotas: "Las feministas mayores se desesperan por la lentitud. Esto es imparable, pero no puede ser tan lento. ¿Qué hay que esperar, otro siglo? Esto hay que empujarlo". Va a hacer 90 años de aquel libro en el que Woolf imaginó a la hermana de Shakespeare. Ya es hora de que pueda recibir los aplausos.