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Coque Malla: "He estado demasiado agarrado al rock and roll"

Coque Malla (Madrid, 1969) no aparenta sus ya 48 años. Y no es la primera vez que se dice. Su fama de Peter Pan quizás venga más de los ojos que le miran, que ven aún en él al eterno adolescente de Los Ronaldos, que de los suyos, apenas marcados por la edad. Mientras que algunos tararean todavía "Adiós papá" o "Por las noches", con 33 años de carrera a sus espaldas a él le ha dado tiempo de reinventarse varias veces. Ahora vive una explosión creativa que dura ya casi diez años y que corona con Irrepetible (Warner), un disco en directo en el que recoge canciones de esta última etapa... y alguna más. 

Pero detrás del disco no hay ninguna nostalgia. O eso asegura el músico: "Fue una decisión más festiva que reflexiva. Es poner en un disco lo que soy, porque el 80% de lo que soy como músico se explica en el escenario, que es mi hogar". Comparte la celebración con invitados (y amigos) como Jorge Drexler, Iván Ferreiro o Santi Balmes (de Love of Lesbian) que se subieron con él al escenario del Nuevo Teatro Alcalá, en Madrid, el 6 de junio de 2017. Y es también, en parte, una manera de desquitarse: su último trabajo, El último hombre en la tierra (2016), no pudo presentarse en directo como él habría querido, con las cuerdas y vientos de sus audaces arreglos originales. Todo esto queda felizmente registrado en un DVD que acompaña al trabajo, como si fuera un recuerdo de boda o de un día de vacaciones. 

Así lo ve Malla. "El sitio donde estoy ahora mismo es muy interesante, y no se va a volver a repetir, de ahí entre muchas otras cosas lo de Irrepetible", cuenta a este periódico en una nueva jornada de promoción. Es como cuando estás en un viaje y dices 'Qué momentazo', y sacas la cámara y lo grabas porque no quieres que eso se te olvide. Tiene algo de eso". Habla de "energía". La que se da en los conciertos con el público, entre los músicos de la banda. Pero también de la que le llevó a plantearse un cambio de registro en su último disco. Nada de guitarra, teclado, bajo y batería. Decidió tirar de su hermano, Miguel Malla, músico de jazz, para vestir sus canciones de arreglos sinfónicos. "Eso te obliga a caminar por unos lugares armónicos, melódicos y tímbricos difíciles y nuevos", explica. Y hay orgullo en su voz. 

¿De dónde viene este 'momentazo'? El músico se retrotrae a "10, 15 años atrás". Sí, por ahí ha habido también un desamor, un cambio de vida, algo que muchos llamarían "crisis de los 40". Pero también una especie de revelación musical: "Empiezo a escuchar muchísima más música". Así de sencillo. Apela a una "obligación" laboral semejante a la que tienen los cocineros, cuyo trabajo les exige estar dispuestos a probarlo todo. Para "entender mejor lo que pasa en el paladar", Malla empezó a hacerlo también: ópera, blues de los años veinte, folk, bandas sonoras, un pop que nunca antes había frecuentado... "He estado demasiado agarrado al rock and roll clásico", dice, como excusándose, y en seguida: "Que está muy bien y hay gente que se queda toda la vida ahí y hace de eso una carrera, pero yo me solté y empecé a navegar por otros sitios. El resultado empieza a dar sus frutos".

Mujeres (2013) fue quizás un punto de inflexión. En él, revisaba algunas de sus (numerosas) canciones de amor a dúo con artistas como Leonor Watling, Ángela Molina, Jeanette o Rebeca Jiménez. "Ahí sí había un concepto más sesudo, había más tela que cortar: quería hablar del conflicto entre hombre y mujer, las dinámicas de las canciones de amor… La figura de la mujer era una obsesión para mí y quería tratarlo".

Luego vino lo que él llama el "cuádruple salto mortal con tirabuzón", ese último disco en el que cambió el paso y en el que materializó esos "otros sonidos, otras emociones" que llevaba mascando casi una década. Hasta allí le había conducido un rebuscar de música en las tiendas de discos, en los servicios de streaming, en Internet. Como si estuviera hambriento. Y, entre todas las voces nuevas que encontró, destaca tres, su Olimpo particular: Richard Hawley, Rufus Wainwright y "especialmente Divine Comedy con Neil Hannon". Los llama "genios" y durante este tiempo ha estudiado minuciosamente su manera de fusionar música sinfónica y pop rock. Este último participa en Irrepetible. Cantan juntos "My beautiful monster" (escrita para Bite, película de terror de Alberto Sciamma) y "Absent friends" (solo en el DVD). Coque Malla sonríe junto a su ídolo. "Para mí fue casi como cantar con Bowie". 

Se le ve diferente sobre escena, esas tres décadas de carrera pesan. Y él lo sabe. ¿Qué le distancia de su yo de hace 20 años? "Hay una diferencia fundamental. Hace 20 años, mi objetivo era conseguir un espectáculo maravilloso sacrificando cualquier cosa, incluso las canciones", explica. Si tenía que trepar o arrojar una guitarra para levantar al público, aunque fuera en detrimento de la música, no dudaba en hacerlo. "Ahora mi objetivo principal es la música, la canción. Que emocione, porque ese es el verdadero espectáculo. Y claro, consigues otros efectos. Tienes a la gente paralizada. No saltando, volviéndose loca y sudando como antes. La tienes quieta, muy quieta". ¿Echa de menos ese pico de adrenalina, el ruido, el público enloquecido? Sonríe: "La gente se iba de mis conciertos hace 20 años habiéndoselo pasado pipa, pero a los dos días a lo mejor se les olvidaba. Ahora se va conmovida".

Y no solo en los directos. Cuenta que ahora, ahora que visita otros paisajes musicales, a la hora de componer sus manos se mueven de otra forma por el teclado, por el mástil de la guitarra. "Es difícil de explicar", dice, esforzándose "y yo soy poco técnico, además, no sabría decirlo de una forma académica. Pero el caso es que las manos van por otro camino. Van buscando —porque al final es lo que hacen, buscar— otro tipo de emoción". Armonías más complejas, estructuras menos rígidas, que "la canción avance, avance, avance" más allá del estrofa-estribillo. 

¿Y ahora, después del salto mortal? "Lo primero, no perder la cabeza y darte cuenta de que lo importante no es tal o cual arreglo, sino hacer buenas canciones, que yo creo que no tienen por qué acabarse nunca". Componer, dice, no es inventar, sino sintonizar con algo. Clac. "Y luego sí voy a intentar ir más allá en la idea de deconstruir las estructuras clásicas del pop, o al menos intentarlo. Con mucha prudencia, porque no soy ningún genio, no soy Bowie, no soy Thom Yorke. Pero quiero intentarlo al menos". Y, al sonreír, unas arrugas finísimas le enmarcan los ojos. Como si tuviera exactamente la edad que tiene. 

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