ARCO 2018
La pared vacía de ARCO
Dos y media de la tarde. Tras una mañana que supera en ajetreo las aperturas de la feria de arte ARCO de los últimos años —y ya es decir: las galerías ultiman las cartelas, los coleccionistas apuran copas de champán, los técnicos atan aquí o allí un cabo suelto—, los reporteros de televisión esperan su entrada en el informativo. Sobre los trípodes, las cámaras se alinean frente a una pared vacía. De un blanco pulcrísimo. Como si ahí no hubieran estado colgados los 24 retratos que componen la serie Presos políticos en la España contemporánea, de Santiago Sierra. Como si ARCO no hubiera sufrido la censura por primera vez desde su inauguración en 1982.
A las doce de la mañana, la imagen era bien distinta. Apenas acababan de abrir las puertas de la mayor cita del mercado del arte en España (208 galerías de 29 países, más de 300 coleccionistas y 200 profesionales) y los ánimos ya estaban caldeados. una nube de periodistas rodeaba a Helga de Alvear, histórica galerista propietaria del espacio del mismo nombre. Con su todavía marcado acento alemán, la marchante explicaba que había recibido la llamada del presidente del Comité Ejecutivo de Ifema (organizadora de la feria), Clemente González Soler, pidiéndole retirar la obra. "No quiero problemas, yo quiero volver el año que viene", explicaba la galerista ante la mirada atónita de quienes la escuchaban. Le "pareció bien", accedió, los operarios de Ifema descolgaron los cuadros. ¿Es censura? "No es censura. Ponemos otra cosa y ya. Es solo una feria de arte", defendía De Alvear, una de las fundadoras de ARCO, peso pesado del arte contemporáneo español.
Lo que había llamado la atención de González Soler eran dos docenas de retratos pixelados a quienes el artista, polémico por voluntad propia y conocido por ello dentro y fuera de España, calificaba de "presos políticos". Aunque no aparecían identificados con nombre y apellido, sino con un número, una breve descripción bajo la imagen permitían identificar sin mucho esfuerzo a los sospechosos. Estaban Oriol Junqueras, exvicepresident catalán, los líderes de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y de Òmnium Cultural, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, los detenidos de Altsasu o los titiriteros arrestados en 2016 por su obra La bruja y don Cristóbal. Estaban, porque ya no están.
Ifema no tarda en emitir un comunicado admitiendo la responsabilidad de la retirada de la serie. No nombran a su presidente, eso sí. "La institución ferial, desde el máximo respeto a la libertad de expresión, entiende que la polémica que ha provocado en los medios de comunicación la exhibición de estas piezas, está perjudicando la visibilidad del conjunto de los contenidos que reúne ARCOmadrid 2018", reza el comunicado. A estas alturas, los únicos titulares sobre la feria de arte son los que recogen el asunto Presos políticos. La "responsabilidad" de Ifema, "como organizadora", es "tratar de alejar de su desarrollo los discursos que desvíen la atención del conjunto de la feria". La nube de periodistas se agita en la galería Helga de Alvear, que se queda: "¡He dado 300 entrevistas hoy!".
La galerista Helga de Alvear habla con los medios tras la retirada de la obra Presos políticos, del español Santiago Sierra, en ARCO. / EFE
Poco después, Santiago Sierra publica un texto en su muro de Facebook: "Más allá de la relativa sorpresa y decepción con que hemos recibido la noticia, consideramos que esta decisión daña seriamente la imagen de esta feria internacional y del propio estado español. (...) Finalmente, creemos que actos de este tipo dan sentido y razón a una pieza como esta, que precisamente denunciaba el clima de persecución que estamos sufriendo los trabajadores culturales en los últimos tiempos". Y él sí habla de censura. ¿Se mantenía entonces el acto de presentación de la pieza organizado para el sábado? En la galería se encogen de hombros. Lo que sí saben es que ya han recibido tanteos para adquirir la serie por los 80.000 euros que vale. La única manera de ver los retratos —además de en las imágenes tomadas por los esforzados fotorreporteros el día anterior— es comprando la revista que sirve de catálogo de la obra y que los reproduce, a 10 euros la unidad. Hay 500, y 20 han volado en la primera media hora.
Por allí se acerca Ferran Barenblit, director del Macba (el Museo d'Art Contemporani de Barcelona) y exdirector del CA2M (el centro de arte de la Comunidad de Madrid). Los reporteros le asaltan. "El arte es un acto de libertad", reivindica Barenblit, un tanto aturdido. "Yo lo que defiendo es que no hay tema que no se pueda tocar, y que el arte se tiene que ocupar de los temas que nos atañen". Y termina: "Esto no debería pasar jamás, yo no lo he vivido jamás". (Una periodista responde: "¡Pues lo estás viviendo!".) En esto sí coincide con Helga de Alvear, que en su corrilló, más asfixiante que este, ha admitido: "Es la primera vez que me pasa, y voy a muchas ferias. Nunca me habían retirado una obra". En ARCO, ni siquiera se suprimió la obra Always Franco, de Eugenio Merino, que mostraba al dictador en una nevera y que luego fue denunciada por la Fundación Francisco Franco.
¿Y el director de ARCO? ¿No tiene nada que decir? Algunos periodistas aseguran haber visto a Carlos Urroz salir con prisas del pabellón 7 (donde se encuentra la galería en cuestión) antes de la apertura de puertas. Volverá luego al muro vacío: "Esta es una decisión que parte de la presidencia de Ifema y a partir de ahí yo no tengo más que decir, que no me parece que hubiera que haber tomado esa decisión. En cualquier caso, no la comparto". Asegura que recomendó a la galerista que no accediera a la retirada de la obra: "Las galerías son espacios privados, tienen la libertad de poner lo que quieran y de quitarlo". ¿Pero tiene la Ifema derecho a pedir su retirada? "Mi cargo está siempre a disposición de Ifema", aseguraba (y lo está: depende de su Consejo Ejecutivo). Pero, a las diez de la noche del miércoles, ni había dimitido ni había sido destituido.
Ya es la una y comienza (en algún lugar del ciberespecio) la reunión extraordinaria de la Junta Rectora de Ifema a petición del Ayuntamiento de Madrid, que forma parte de ella junto con la Comunidad de Madrid, la Cámara de Comercio (31% de representación) y la Fundación Montemadrid (7%). En el consistorio no están contentos: aseguran que ni han participado en la toma de la decisión ni tenían conciencia de ella. "Para el Ayuntamiento la libertad artística y de expresión son básicas y por eso no comparte la medida", decía una portavoz del Gobierno de Ahora Madrid a este periódico. Es la única de las partes que aclara su postura, y en la reunión proponen restituir las obras. Los representantes del Gobierno regional y de la Cámara no están de acuerdo y votan en contra. Las obras se quedan donde están, que según Helga de Alvear es "algún almacén" de Ifema. Y la censura se hace fuerte: ya no es la decisión unipersonal de un dirigente, sino la votación de un órgano integrado por entidades públicas. Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, se reafirma: la retirada de la obra es "penosa" y "partidista".
Imagen del catálogo de una de las fotografías de la obra Presos políticos, del español Santiago Sierra, en la edición 2018 de ARCO . / EFE
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Mientras, al fondo del enorme pabellón 7, el secretario de Estado de Cultura, Fernando Benzo, habla del acuerdo firmado entre el Ministerio de Cultura y la coleccionista Ella Fontanals-Cisneros. Una trabajadora del Ministerio que ha seguido de cerca las negociaciones resopla: "Con la buena noticia que es esto, y que haya tenido que pasar lo de Sierra...". Efectivamente, si los reporteros avasallan a Benzo tras la rueda de prensa no es para conocer los detalles del contrato, sino para saber su opinión sobre Presos políticos. El dirigente se desmarca y lo tiene fácil, porque su Secretaría nada tiene que ver con Ifema. Aunque apunta: "No he visto la obra pero lleva el título de 'presos políticos' pero si hay fotografías de personas que no son presos políticos hace pensar que conceptualmente no estaba bien ajustada la obra y es un criterio artístico que se ha tomado a la hora de retirarlo".
Ya pasan de las dos y los pasillos de ARCO empiezan a vaciarse. Sobre las mesas, tazas de café vacías y copas de cava por apurar. Varias mujeres se pasean con lo que parece ser un gran punto de geolocalización (como los de Google Maps) sobre sus cabezas. Los Presos políticos mandan y nadie parece reparar en ellas, pero es una acción que reivindica el papel de las creadoras en el arte contemporáneo. Otras víctimas del efecto Streisand (por el que un intento de silenciamiento acaba siendo contraproducente) que rodea a Santiago Sierra.
En los stands, los galeristas hacen el primer turno del almuerzo. Los de la brasileña Dan Galeria, vecinos de De Alvear, no lo tienen claro: "¿Qué ha pasado?". Cuando se les explica, dan un paso atrás: "No sé de política española, no me atrevo a opinar". En una también vecina galería, esta vez patria, se excusan por lo contrario: "Tengo mucho respeto por Helga, prefiero no decir nada". Volvamos a ella, que se marcha con paso cansado tras una mañana intensa. Uno de sus trabajadores confirma que la obra censurada se ha vendido a "un particular" del que no dan más datos. En la pared vacía están ya unas fotografías del alemán Thomas Ruff. "Si la obra se vende, sería la primera vez", había dicho De Alvear un par de horas antes. Siempre hay una primera vez. Para todo.