Cultura
El liberalismo según Vargas Llosa
La relación de Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) con la política no es discreta. Ya narró su evolución política desde el comunismo entusiasmado con la Revolución cubana al liberalismo entusiasmado con Margaret Thatcher en El pez en el agua, sus memorias publicadas en 1993. No podría ser menos privada su candidatura a la presidencia de Perú, en una alianza con los partidos conservadores unidos contra el deseo del entonces mandatario Alan García de nacionalizar la banca. Los periódicos fueron testigo de su relación política con Esperanza Aguirre y Rosa Díez. En 2016, celebró su 80 cumpleaños con un seminario titulado Vargas Llosa: cultura, ideas y libertad, con la participación de dirigentes como Mariano Rajoy, José María Aznar, Felipe González o Sebastián Piñeia. En la actualidad, el Premio Nobel de Literatura no duda en dar su opinión sobre el nacionalismo catalán o la situación de Venezuela. Y su último libro después de la no tan celebrada novela Cinco esquinas (2016) es La llamada de la tribu (Alfaguara, 2018), un ensayo —o un diario de lecturas, o un panfleto— en defensa del liberalismo.
El volumen se vende como una "autobiografía intelectual" del autor a través de sus lecturas de siete autores que él engarza dentro de la tradición liberal: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich August von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. Pero quienes busquen la autobiografía anunciada se verán quizás decepcionados. En las 18 páginas de la introducción sí hay un breve resumen de los cambios que se han ido operando en su ideología, influidos sobre todo por el autoritarismo soviético y cubano, pero ahí acaban las memorias. Si los capítulos dedicados a cada uno de los autores —notas biográficas, resúmenes de sus principales ideas y alguna crítica más o menos elaborada a ciertos aspectos de su pensamiento— hablan de Vargas Llosa es por la lectura que el Nobel hace de ellos.
Y las secciones que subraya el escritor, los errores que señala y las salvedades que objeta conforman un corpus teórico, cuando menos, original. Para algunos resultará refrescante y para otros, insostenible. No duda en afirmar, por ejemplo, que "la igualdad de oportunidades es un principio profundamente liberal, aunque lo nieguen las pequeñas pandillas de economistas dogmáticos intolerantes y a menudo racistas —en el Perú abundan y son todos fujimoristas— que abusan de este título". El libro está trufado de una defensa de la educación pública "de alto nivel", poniendo como ejemplo la del centralizado y poco liberal sistema francés, a la vez que defiende la existencia de la educación privada, que debería competir con aquella. También carga contra la "enfermedad infantil" del sectarismo, "encarnada en ciertos economistas hechizados por el mercado libre como una panacea capaz de resolver todos los problemas sociales". La descripción, en fin, que Vargas Llosa hace del liberalismo seguramente desafía la idea que tienen de él tanto sus detractores como sus seguidores.
Para el novelista, el liberalismo no es "una ideología más", sino "una cultura". Así, el liberalismo no solo se encuentra entre los liberales y puede estar entre los conservadores o entre los laboristas; de la misma manera, para el autor los autodenominados liberales (como los "economistas dogmáticos" de los que hablaba antes) no lo son siempre. Esta concepción elástica de la doctrina política, que seguramente no compartan muchos de sus correligionarios ni tampoco los autores que se propone estudiar, le permite reunir bajo ese paraguas a autores, corrientes y políticos muy distintos entre sí. "El liberalismo", dice, se construye "a partir de un cuerpo pequeño pero inequívoco de convicciones". Entre ellas, que "la libertad es el valor supremo y que no es divisible ni fragmentaria, que es una sola y debe manifestarse en todos los dominios —el económico, el político, el social, el cultural— en una sociedad genuinamente democrática".
Esta idea atraviesa todo el libro, generando al autor algunos rompecabezas argumentativos, y también algunas salidas de emergencia. Por ejemplo: el expresidente estadounidense Ronald Reagan y la ex primera ministra británica tenían "una inequívoca orientación liberal" aunque en "muchas cuestiones sociales y morales" defendieran "posiciones conservadoras y hasta reaccionarias". Pese a eso, Vargas Llosa les sitúa en el grupo de los liberales, les achaca parte de la responsabilidad de su conversión y añade que "prestaron un gran servicio a la cultura de la libertad". Es decir, son liberales pese a no serlo por completo. ¿Qué pasa con los regímenes que "en las décadas de los sesenta y setenta pretendían estimular la libertad económica siendo despóticos, generalmente dictaduras militares"? Se podría pensar en la dictadura de Pinochet, a cuya liberalización económica llamó Milton Friedman "milagro de Chile". "Esos ignorantes creían que una política de mercado podía tener éxito con Gobiernos represivos y dictatoriales", critica Vargas Llosa. Es decir, que no son verdaderos liberales porque no lo fueron en todos los aspectos.
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(Es curioso que las dictaduras de uno y otro signo constituyan buena parte del embrollo teórico que ataca el escritor. Por una parte, fue su relación con los regímenes de Cuba y la Unión Soviética lo que hizo que acabara alejándose de las ideas de izquierdas: "Allí descubrí", dice de la URSS, "que, si yo hubiera nacido ruso, habría sido en ese país un disidente (es decir, un paria) o habría estado pudriéndome en el Gulag". Y es la dictadura de Pinochet la que hace que se desmarque más firmemente de uno de sus maestros intelectuales, Hayek, que "llegó al extremo de afirmar en dos ocasiones que bajo la dictadura militar de Pinochet había en Chile mucha más libertad que en el Gobierno democrático populista y socializante de Allende, lo que le ganó una merecida tempestad de críticas". No sería la única relación entre los teóricos liberales y el régimen militar.)
Hay afirmaciones en el libro que provocarán la sonrisa o el enojo de todo aquel que no se considere liberal a sí mismo. Por ejemplo: "La doctrina liberal ha representado desde sus orígenes las formas más avanzadas de la cultura democrática y es la que ha hecho progresar más en las sociedades libres los derechos humanos, la libertad de expresión, los derechos de las minorías sexuales, religiosas y políticas, la defensa del medio ambiente y la participación del ciudadano común y corriente en la vida pública". Pero hay otras, como sus reflexiones sobre la "libertad negativa" y la "libertad positiva" de Isaiah Berlin, que pueden parecer razonables también a quien no comparta su postura. Por último, hay algunas ideas que no gustarán tanto a sus compañeros liberales, como sus dudas sobre la posibilidad de que un sistema estrictamente liberal pueda ofrecer la educación pública de calidad que él considera necesaria para garantizar la igualdad de oportunidades que propugna esta ideología.
A lo largo de todo el libro, Vargas Llosa tacha de "utópico" el socialismo y el comunismo que sueña con una sociedad sin desigualdad. Es posible que su idea de liberalismo sea, según su propio criterio, igualmente utópica. A juzgar por su cercanía con la trama Gürtel, el caso Lezo y la operación Púnica, la "Juana de Arco liberal" —así llamó a Esperanza Aguirreen un perfil— quizás no cumpliera con la idea de "Estado eficaz" y sin corrupción que defiende el Nobel. Si Reagan estaba en contra del aborto, que sí apoya Vargas Llosa, es presumible que tampoco será este su modelo ideal de liberalismo. Tampoco el de Thatcher. ¿El del Chile, el segundo país más desigual de la OCDE según el índice de Gini? ¿El de Perú, al que tanto critica? El liberalismo expuesto en La llamada de la tribu, con sus salvedades y sus excepciones, tiene, al menos, un seguidor: el propio Vargas Llosa.