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Cultura

Joan Margarit, el maestro que encontró su "destino de poeta" a los 50 años

El poeta Joan Margarit, tras recibir el Premio Cervantes en 2019.

"La poesía no habla de cualquier cosa. Es más, en cada poeta la poesía ha hablado de muy pocas cosas. La vida no da tiempo para mucho más". Esto escribía Joan Margarit (Sanaüja, Lleida, 1938-Sant Just Desvern, Barcelona, 2021) en sus Nuevas cartas a un joven poeta. El escritor fallecido este martes a causa de un cáncer se atrevía en 2009 a emular a su admirado Rilke, cuyas Cartas a un joven poeta se habían convertido en una guía a lo largo de toda su carrera. En la última página, la editorial Barril & Barral reproducía una imagen del ejemplar de Rilke que conservaba Margarit desde los 20 años. Está completamente pintarrajeado: subrayados dobles, expresiones entre paréntesis, anotaciones en los márgenes. Las huellas de un lector que buscaba un maestro. Y que acabaría siéndolo. Porque Joan Margarit, uno de los poetas más populares de la última literatura en español y en catalán, supo tener algo que no muchos poetas tienen: discípulos. 

Así lo definía su amigo —y discípulo— Luis García Montero en la contra del poemario Cálculo de estructuras, publicado en 2005: "No solo es uno de los mejores poetas contemporáneos, sino que es un maestro, es decir, alguien que puede ayudar a los demás poetas con su ejemplopuede ayudar a los demás poetas con su ejemplo". ¿Qué ha hecho de Margarit un poeta seguido y escuchado? Es difícil decirlo, porque el suyo no era un perfil común. Para empezar, no tenía la educación que se consideraría normal en un escritor, no impartía clases de literatura ni se movía en los círculos académicos de las letras. Su trabajo estaba lejos de las páginas: era arquitecto y catedrático, sí, pero de Cálculo de Estructuras en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. La poesía, escribía en sus Nuevas cartas, "no es ni un oficio ni una profesión", y a menudo distinguía entre el poeta de oficio "con libro y premio literario" del verdadero poeta, el que tenía "destino de poeta". 

Tampoco tuvo Margarit una carrera al uso. Comenzó a escribir muy joven, y compartiría quizás inquietudes con el joven señor Kappus que tanto agobió a Rilke con sus dudas. Por aquel entonces, Margarit estaba "absolutamente entregado a la poesía de Neruda": "Y eso también es un capítulo que el joven poeta debe aprender", escribe en Nuevas cartas, "hay que sumergirse en la obra de los mastros, pero también hay que saber salir". El primer libro que Margarit consideraría verdaderamente propio es Crónicas, publicado en 1975, a los 37 añosCrónicas. De sus cuatro primeros títulos, escritos todos en castellano, es el único que salva, el único que figura en una especie de resumen que en sus antologías titula "Restos de aquel naufragio". Pero es que de los siguientes ocho libros, escritos íntegramente en catalán, el poeta solo salva otro puñado de textos, otras tablas que flotan en el naufragio. Su verdadera carrera, defendía, empieza en 1987. Casi a los 50 años. Ganó el Premio Nacional de Poesía y el Premi Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya en 2008, a los 70 años. Y le llegaron al fin el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Cervantes en 2019, a los 81.

Esto merece una explicación, claro, una que él se afanaba en dar a quien quisiera escucharla. Viene de un descubrimiento. Contaba Joan Margarit, nacido en plena guerra, que a él, como a tantos otros, la dictadura le prohibió hablar la lengua de sus padres y le enseñó español "a bofetones". Ahí se crea su relación dual con la lengua: de un lado, la lengua de cultura, aquella que le enseñaban en la escuela y aquella en la que hizo la mayoría de sus lecturas; por otro lado, la materna, que él relacionaba con una raíz más profunda e íntima asociada al nacimiento del poema. Cuando comienza a escribir, en la adolescencia, lo hace en castellano, pero acaba por darse cuenta de que hay algo que no encaja. Cuando empieza a considerar el catalán como única lengua de escritura, gracias al poeta Miquel Marti i Pol, entra en un "entusiasmo delirante". "Claro, 20 años encerrado en un fracaso y con cosas que decir, claro, es la locura", le contaría a Marisa Martínez Pérsico en una conversación publicada en este periódico. Entre esos dos extremos, tardaría en llegar a una síntesis.

Sería en Luz de lluviaLlum de pluja, en 1987. Ahí encontraría un método que iba más allá del método. Se trataba de crear el germen del poema en catalán, y luego en ir desarrollándolo paralelamente en ambas lenguas, macerándolo, propiciando la contaminación. De esta manera están escritos todos sus libros desde entonces, los más celebrados, los grandes hitos de su obra poética. Medio siglo de búsqueda. ¿Tiempo perdido? "No, no es tiempo perdido. Eso es como si se acaba tu primer amor porque no os entendéis y luego viene otro", explicaba en una entrevista con este periódico al poco de recibir el Premio Cervantes. "¿Dirías que ese primero fue tiempo perdido? No lo dirías. No hay tiempo perdido, ese tiempo fue necesario".

Si la vida da tiempo para "muy pocas cosas", Margarit dedicó la suya a un puñado de temas que no podrían considerarse precisamente dulces, caramelos para el gran público. Uno de sus poemas más conocidos, y uno de los más compartido en redes este martes, titulado "No tires las cartas de amor", está surcado por la melancolía:

"El ruido de ciudad en los cristalesacabará por ser tu única música,y las cartas de amor que habrás guardadoserán tu última literatura".

He pensat en vostè i en tots nosaltres

He pensat en vostè i en tots nosaltres

No escribió Margarit poemas para el escapismo. La "concisión" y la "exactitud" que buscaba y que animaba a buscar a los jóvenes poetas resultaban en versos afilados, algo amargos. Poemas que no eran exactamente un refugio. Escribía en "Casa de misericordia":

"La verdadera caridad da miedo.Igual que la poesía: un buen poema,por más bello que sea, será cruel.No hay nada más. La poesía es hoyla última casa de misericordia".

Margarit escribía desde un espacio serenamente descarnado, con la certeza de que "del fracaso y del dolor no salvan / la inteligencia ni la lucidez" y de que "el final será siempre un mal final", como escribía en el poema "El Price, 1948". Su obra estaba travesada por la soledad, una emoción que le acompañaba desde joven —como un tesoro, especialmente para la escritura, como una maldición—, y luego lo estaría por la muerte. La de su hija Anna, siendo un bebé; la de su hija Joana, a los 31 años, tras una vida de enfermedad. En "Último paseo" está gran parte del poder que Margarit concedía a la poesía. El de ofrecer un hogar no para refugiarse de la realidad, sino para comprenderla: 

"Sentí que me volvía la alegría:cayó la enfermedad como una pielsudorosa, dejada allí en la calle.Nunca pude sentirme tan ligera.Miré hacia atrás, a mi balcón,la baranda como una partitura.Dije adiós a mi padre y a mi madre.La vida me eligió para su amor.También la muerte".

Si encontró tantos lectores como encontró, si encontró quienes quisieran seguirle en la tarea, en ese "destino de poeta", fue seguramente porque reservaba para la poesía todo el optimismo que no le permitía su visión lúcida de la existencia. "Las personas que han leído un buen poema ya no son las mismas que antes de leerlo", escribía en sus Nuevas cartas. Y para ello, para entender el poema, el lector no requiere de "ningún don ni ninguna situación previa especiales". La poesía, una casa abierta a cualquiera, un espacio de igualdad y de libertad. Él la llamaba de otra manera. "La poesía quizá no es gran cosa", decía, "pero más dura es la intemperie sin los versos. En este sentido, la poesía es la última Casa de Misericordia". 

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