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‘El imperio de la vigilancia’, de Ignacio Ramonet

Portada de 'El imperio de la vigilancia', de Ignacio Ramonet.

Sergio Hinojosa

El imperio de la vigilanciaIgnacio RamonetClave IntelectualMadrid2016El imperio de la vigilancia

Ignacio Ramonet

, director de Le Monde Diplomatique en español, especialista en geopolítica y estrategia internacional y consultor de la ONU, suma a ello la presidencia de Media Watch Global (un pbservatorio internacional de los medios de comunicación), y su experiencia docente en la Sorbona de París. Todo un bagaje para poder escribir El imperio de la vigilancia (Clave Intelectual, 2016).

El proceso de centralización que ha sufrido Internet en los últimos años sirve de punto de partida a esta obra, que aporta las claves para entender la red como el medio más potente de vigilancia que jamás haya existido. Con dos interesantes entrevistas a Julian Assange y a Noam Chomsky, y con abundantes datos y ejemplos que ilustran la vigilancia masiva, completa el análisis de las agencias estatales y los servicios de inteligencia, cuya actividad ejerce un control exhaustivo sobre cada uno de los ciudadanos a nivel planetario. Una actividad en la que las grandes empresas entran en connivencia con los estados (en especial con Estados Unidos), para seguir nuestros pasos, sin que seamos conscientes de ello. "Ordenadores gigantes filtran cada día decenas de millones de correos electrónicos, de SMS, de intercambios por Skype, WhatsApp, Facebook…, aíslan automáticamente, mediante los números de teléfono o las direcciones IP, los intercambios que llevan a cabo las personas elegidas. Un programa reconoce la voz, otro traduce (…). De esta manera, se criba todo el tráfico de datos, país por país. Hay programas que cachean, mediante palabras clave, todas las conversaciones por correo electrónico, Facebook o Skype; otros analizan millones de metadatos", escribe.

Cada movimiento, cada palabra, quedan registrados y almacenados a disposición de los grandes centros de control de datos. Por su enfoque, el libro destaca aquellos aspectos ligados directamente a los aparatos policiales y militares, aunque naturalmente haya más intereses en juego. El análisis de Ramonet, sin duda interesante, obvia sin embargo, el valor de las instituciones estatales al suponer como Noam Chomsky, que "el enemigo principal de cualquier gobierno es su pueblo". Pero los grandes cambios habidos en este siglo (agenciarización de los estados, estandarización, consolidación del cientificismo como ideología…) evidencian, que el valor de las estructuras de los estados sociales y la poca organicidad política que aún queda en las democracias occidentales son las únicas barreras de contención frente al imponente empuje de las grandes corporaciones. Ramonet crítico con Obama, cree que el Gobierno de los EE UU es simple correa de transmisión de los intereses multinacionales. Cierto es que el 80% de los recursos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) se usan para fines privados. Pero quizá haya que tener en cuenta las contradicciones internas y que la única resistencia organizada y eficaz se alberga actualmente en la fuerza que ejerce la opinión pública informada y en los elementos progresistas que aún quedan en las instituciones. Algunos gobiernos, entre otros el de Obama, intentan en parte frenar el avance incontenible de los grandes gigantes económicos, pero sus medios les son cada vez más ajenos. Por ejemplo, la CIA, tal como admite Ramonet, aconsejó a Obama que se preparara para hacer frente a los gigantes de Internet. Tampoco es banal la lucha contradictoria entablada entre la administración estadounidense y el proceso estratégico de privatización de los dominios de nombres de Internet (DNS) por parte de "todas las partes interesadas" (stakeholders), es decir por las grandes corporaciones que gestionan los DNS (sobre todo Verisign).

La historia del gran sistema de vigilancia, que denuncia Ramonet, comienza tras la Segunda Guerra Mundial, cuando EE UU y Reino Unido crearon UKUSA, una alianza para hacer frente a los rusos. Se trataba de la más potente organización de información creada hasta el momento, la llamada Five Eyes (Cinco Ojos): la NSA del Departamento de Defensa estadounidense; el Government Communications Headquarters (GCHQ, uno de los servicios de inteligencia del Reino Unido); el Australian Signal Directorate (ASD, antes DSD) y el Government Communications Security Bureau (GCBS) de Nueva Zelanda. A partir de esta alianza se creó la red Echelon, un sistema mundial de interceptación de comunicaciones privadas y públicas, que permaneció en secreto durante más de 40 años y que no ha dejado de crecer y extenderse a todos los nuevos medios de comunicación.

A la cabeza de esta red está la NSA y su núcleo, la Special Source Operations (SSO), el servicio de información más poderoso de la Tierra. Dispone la agencia de una ingente masa de información, que le suministran las grandes compañías de Internet (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft...). Ramonet denuncia el crecimiento exponencial de este "imperio de la vigilancia" a raíz de la respuesta a un terrorismo global, diseminado y sin cadena de mando. Desde entonces se ha disparado una ofensiva de vigilancia a la que nadie escapa. En busca de "lobos solitarios", cualquiera puede ser un terrorista. Por tanto, la respuesta ha sido catalogar a los ciudadanos de determinadas latitudes y con determinados atributos étnicos o religiosos como sospechosos.

Pero no sólo se ha desplegado esa ofensiva vigilante, también se han desmantelado todas las contenciones legales y jurídicas internacionales que ofrecían cierta protección y garantía a los ciudadanos.

En EE UU, a partir de los atentados de del 11-S en 2001, se crearon tribunales especiales fuera del territorio, en "países seguros". Los juzgados por delito de terrorismo quedaron fuera del alcance legislativo y sin garantías procesales. Los interrogados fueron extraditados "para que las policías locales pudieran interrogarlos utilizando métodos duros y eficaces". Europa también secundó la ofensiva. Francia, a partir del atentado en la sede del periódico satírico Charlie Hebdo, intensificó la lucha antiterrorista y en junio de 2015 aprobó la ley renseignement. Una ley que permitía la vigilancia masiva y la grabación sin autorización judicial, además de inculcar la regulación sobre conservación de datos dictada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Desde 2013 existe en Franca un misterioso "servicio secreto de defensa", dedicado a recoger y almacenar datos personales masivamente: la Plateforme Nationale de Cryptanalyse et de Décryptement (Plataforma Nacional de Criptoanálisis y Decriptación), un Big Brother que se salta a la torera todos los poderes legítimos y se adentra en la privacidad sin consentimiento alguno en aras a la lucha antiterrorista.

Ninguna autoridad judicial vela por salvaguardar la legalidad de estas escuchas. "En el marco de los intercambios de Francia con los Estados Unidos y el Reino Unido, la Dirección General de Seguridad Exterior [agencia francesa] estaría entregando regularmente a sus homólogos del Government Communications Headquarters (GCHQ) y de la NSA 'bloques de datos', muchas veces sin descifrar", escribe Ramonet.

Pero no hay que desesperar: la crítica de Ramonet aporta también soluciones. Unas de carácter individual, como las pequeñas resistencias de los ciudadanos a ser vigilados, la preservación de nuestros datos, la encriptación de nuestros mensajes… Otras, políticas, como luchar por una carta consensuada para las garantías jurídicas de nuestra libertad y nuestra intimidad en Internet.

*Sergio Hinojosa es profesor de Filosofía. Sergio Hinojosa

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