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Orient XXI

Las tímidas iniciativas para sacar a Yemen de una guerra interminable

Combatientes hutís gritan proclamas mientras se intensifican los combates en el país, en Sana'a, Yemen.

Helen Lackner

Aunque para la mayor parte de los yemeníes la prioridad es evitar el agravamiento de la catástrofe humanitaria, e incluso de la hambruna, la comunidad internacional parece hacer oídos sordos al problema. El 1º de marzo de 2021, al dirigirse a los proveedores de fondos durante la conferencia anual de donantes, el secretario general de las Naciones Unidas recordó que “este año padecen hambre más de 16 millones de personas. Y ya mueren cerca de 50.000 yemeníes en condiciones próximas a la hambruna”. Unas horas más tarde, António Guterres dijo estar decepcionado por el escaso monto de las promesas de donaciones, que rondaron los 1.700 millones de dólares (1.400 millones de euros), es decir, menos de la mitad de los 3.800 millones de dólares (3.160 millones de euros) solicitados. El subfinanciamiento de las convocatorias humanitarias es moneda corriente. La única excepción ocurrió en 2019, cuando la ONU recibió el 86% del monto solicitado más elevado de la historia, ya que Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos contribuyeron con casi 2.000 millones de dólares (1.600 millones de euros) cada uno, lo cual representa, por supuesto, una pequeña fracción de sus gastos en la guerra en Yemen.

Aunque la atención de todo el mundo se concentra en los ataques aéreos de la coalición dirigida por Arabia Saudita, la mayoría de los fallecimientos y de los padecimientos se deben al bloqueo naval de los puertos del mar Rojo, en particular Al-Hudayda, adonde llega la mayor parte de los víveres, del combustible y de los suministros médicos. El combustible es esencial para el transporte de mercancías, para el funcionamiento de las estaciones de bombeo de agua y de numerosos generadores de electricidad privados (más o menos grandes) que han remplazado la red estatal, destruida durante la guerra. Los buques petroleros son retrasados sistemáticamente por la coalición dirigida por Arabia Saudita, con el acuerdo del gobierno reconocido internacionalmente (GRI): durante el primer trimestre de este año, solo se descargó el 8% de las necesidades de combustible diésel y el 0% de gasolina. Así que no es sorprendente que, además del cierre de fábricas y otros establecimientos, los hospitales hayan suspendido el uso de sus generadores debido a la falta de electricidad.

Escalada en Marib

A pesar de la hambruna, las enfermedades y otras calamidades, la guerra continúa, y los aprovechadores de toda monta se benefician de la situación. Desde comienzos de febrero, las actividades militares se concentraron en la nueva ofensiva de los hutíes, que amenaza la ciudad de Marib y sus alrededores, a unos 170 kilómetros al este de la capital, Saná. La ofensiva comenzó a principios del año 2020 y recientemente se intensificó, con una importante cantidad de ataques aéreos saudíes que impidieron que los huzíes ganaran la corta distancia restante de terreno despejado que los separa de la ciudad, a pesar de que ya ocupan algunos de los 130 campos donde se refugiaron los yemeníes desplazados. La ciudad de Marib ahora posee más de un millón de habitantes, de los cuales centenas de miles son desplazados internos de Yemen.

La importancia de Marib queda demostrada por la determinación de ambas partes. Las fuerzas antihutíes han desguarnecido otros frentes para reforzar la resistencia, incluso en zonas donde la relación con el GRI es como mínimo problemática. Marib es la última gran ciudad que permanece bajo el control total del GRI, que está poco presente en la capital oficial “provisoria” de Adén debido al conflicto actual dentro de las fuerzas antihuzíes con una facción separatista conocida con el nombre de Consejo de Transición del Sur (CTS). Marib alberga a los altos responsables militares del GRI, principalmente a los originarios del norte del país, y el poderoso gobernador de esa provincia es fiel a ese gobierno, liderado por Mansur Hadi.

Hasta el momento, los ataques de la aviación saudí permitieron que las fuerzas del GRI resistieran, pero no logran avanzar en el terreno por la insuficiencia de apoyo material para las tropas regulares y tribales de primera línea, que carecen de municiones. Algunos piensan que la corrupción dentro de la cadena de suministro militar contribuye a la debilidad de las fuerzas antihutíes, y que las penurias se deben al temor de los saudíes de que importantes cantidades de material terminen, como ya ha sucedido en el pasado, en manos de los huzíes.

Otra explicación, menos evidente pero igual de importante: la rivalidad secreta entre Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, que apoyan firmemente a sus aliados separatistas del sur, el CTS, rival del GRI, aunque ambos comparten oficialmente el poder desde diciembre de 2020. Los intereses del CTS, con su programa separatista, pueden coincidir con los de los hutíes, ya que la derrota del GRI podría conducir a negociaciones entre el “norte” y el “sur”, región a la que el CTS pretendería representar. Sin embargo, los hutíes siguen afirmando que apoyan un Yemen unido en el que ejercerían, si no un poder exclusivo, al menos una influencia considerable. La pérdida de la ciudad y de la gobernación de Marib significaría un revés mayor para el GRI así como para los saudíes, ya que los debilitaría considerablemente en cualquier negociación.

Los hutíes continúan con su ofensiva, a pesar de pérdidas muy importantes en un terreno desfavorable para sus fuerzas y su equipamiento. Aunque atacan la ciudad de frente, su prioridad se encuentra en otra parte: durante el año pasado, tomaron gran parte de la gobernación y actualmente se concentran en un movimiento de pinza para alcanzar los recursos de hidrocarburos, la refinería y la central eléctrica. Si logran tomarlos intactos, resolverían gran parte de sus problemas financieros, además de sus necesidades de combustible. Eso también les aportaría un beneficio suplementario, que sería cortar la ruta principal que conecta la frontera saudí con las gobernaciones de Shabwah y Hadramaut, lo que les abriría el camino a esas gobernaciones, y eventualmente, hasta Al Mahrah y la frontera omaní, a pesar de que está alejada (a unos 900 kilómetros a vuelo de pájaro).

Mientras la batalla por Marib se prolonga, en cada bando aumentan las tensiones internas. Entre los hutíes, algunos están dispuestos a negociar a partir de la posición de fuerza actual, mientras que otros quieren aprovechar la ventaja militar y continuar hasta el final. Para el GRI es esencial mantener el control de Marib, pero mientras tanto, la lucha contra el CTS empieza a ser desfavorable. El CTS no abandonó el control de Adén y a principios de abril parecía prepararse para una nueva ofensiva militar contra el grupo de Mansur Hadi, el presidente de jure, mientras que los combates ya comenzaron en Abyan.

Iniciativas de Joe Biden y de Arabia Saudita

Desde el comienzo de la administración Biden, Yemen se encuentra a la cabeza de su agenda: el 4 de febrero, en su primer discurso de política exterior, el presidente Joe Biden anunció que el final de la guerra en Yemen era una prioridad diplomática “para imponer un alto el fuego […] y restablecer negociaciones de paz suspendidas desde hace mucho tiempo”. Estados Unidos “cortará cualquier tipo de apoyo a las operaciones ofensivas en la guerra en Yemen, incluida la venta de armas”, pero también seguirá “apoyando y ayudando a Arabia Saudita a defender a su pueblo, su soberanía y su integridad territorial”. Habida cuenta de los ataques casi cotidianos de drones y de misiles huzíes contra Arabia Saudita, tal vez no sea el mejor momento para que Estados Unidos termine con la venta de armas a Riad, porque es muy probable que el GRI sea derrotado en pocas semanas si no cuenta con los ataques aéreos saudíes en torno a Marib. El enviado especial norteamericano Tim Lenderking, que fue nombrado ese mismo 4 de febrero, ya realizó una larga gira por la región y se dio cuenta de que para terminar con la guerra no basta con presionar al régimen saudí.

Biden tal vez cayó en un error al creer que la cuestión yemení era relativamente fácil en comparación con otras trampas que le dejó Donald Trump, como las grandes tensiones con China y Rusia, la situación en Corea del Norte, el flujo de inmigrantes en la frontera sur de Estados Unidos y, dentro de su propio país, la crisis de covid-19. Una parte importante del Congreso estadounidense es favorable a la suspensión de la venta de armas a Arabia Saudita, para demostrarle al príncipe heredero Mohammed bin Salmán (MBS) que la época del apoyo incondicional estadounidense es cosa del pasado. Eso podría ayudar en las negociaciones con Irán por el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), el tratado sobre el programa nuclear iraní. Pero dos meses más tarde, queda claro que la situación es mucho más compleja.

Además del hecho de que los ataques cada vez más frecuentes de drones y de misiles hutíes en territorio saudí justifican el mantenimiento del apoyo militar a Riad, existen otras dificultades. El objetivo declarado de la administración Biden de trabajar en el marco impuesto por el Consejo de Seguridad de la ONU constituye un obstáculo mayor. La resolución determinante sobre Yemen es la 2216, de abril de 2015, que en pocas palabras exige la rendición y el retiro de los hutíes a sus posiciones previas a 2014. Como los huzíes controlan actualmente la mayoría de la población de Yemen y zonas que exceden las de su influencia en 2014, la probabilidad de que acepten la demanda es igual a cero.

A lo largo de los años se han formulado numerosos llamamientos para que la resolución 2216 sea remplazada por un texto más realista, que reconozca la realidad en el terreno y constituya la base de negociaciones serias. Pero cayeron en oídos de un sordo, el Reino Unido, que en el Consejo de Seguridad privilegia sus relaciones con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos en detrimento del bienestar de 30 millones de yemeníes. La administración Biden podría tomar la iniciativa gracias a su influencia sobre el Reino Unido.

Casi dos meses después de la iniciativa de Biden, los saudíes anunciaron, como antes del Ramadán del año pasado, su propio “plan de alto el fuego”, que apenas redujo el nivel de los combates. El plan actual corre el riesgo de terminar igual que el anterior: fue rechazado inmediatamente por los hutíes, que lo consideraron totalmente inadecuado y declararon que no constituía una mejora en comparación con las propuestas previas. La lectura del plan confirma esa evaluación, ya que recurre nuevamente a las “tres referencias”: la resolución 2216 del Consejo de Seguridad de la ONU, los resultados de la Conferencia de Diálogo Nacional (que finalizó a comienzos de 2014) y el acuerdo del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) de 2011. Si bien estos dos últimos son bastante imprecisos, la resolución de la ONU solo puede dar como resultado el rechazo terminante de los hutíes. Sus propuestas para la reapertura del aeropuerto de Saná y el acceso al puerto de Hodeida están sujetas a condiciones, ignorando la demanda de los huzíes del levantamiento incondicional y completo del bloqueo y la suspensión total de los ataques aéreos.

Embrollo interno

Durante los últimos seis años, los dirigentes yemeníes, la ONU y todos los otros responsables internacionales involucrados no han dejado de repetir que la única solución a la crisis era política, mientras en los hechos aplicaban una estrategia militar. Los esfuerzos diplomáticos apoyados por la ONU dieron como resultado tres reuniones durante los dos primeros años, incluidos tres meses de negociaciones infructuosas en 2016. El Acuerdo de Estocolmo de diciembre de 2018 fue presentado en varias ocasiones como un primer paso hacia la paz, pero solo logró un alto el fuego limitado en Hodeida y el establecimiento de la misión de la ONU en la ciudad. Esa misión interrumpió sus actividades hace más de un año. Y el GRI sigue aferrado a su lema de las “tres referencias”.

La parálisis de la política oficial yemení de los últimos años es sorprendente. Hemos visto la creación de organizaciones rivales del Sur, separatistas u otras, y disputas individuales por puestos dentro del gobierno. Esa situación podría estar a punto de cambiar: el 25 de marzo, Tariq Salé, sobrino del expresidente Alí Abdalá Salé y jefe de la principal organización militar apoyada por los Emiratos Árabes Unidos, anunció la creación de una oficina política operativa en Tihama. Desprovista de programa, la oficina proponía participar en las futuras negociaciones, con la misma base que el CTS.

Poco tiempo después de la propuesta se reveló información sobre negociaciones para establecer un Frente de Salvación Nacional: sus miembros iniciales conforman un grupo heterogéneo integrado por sudistas, por el partido Al-Islah (proveniente del movimiento de los Hermanos Musulmanes) y por integrantes aislados del Congreso General del Pueblo, el partido creado por el expresidente Salé. El grupo no dio a conocer ningún programa político. El surgimiento de nuevas agrupaciones políticas podría ser bienvenido, pero estas dos últimas están compuestas por líderes de la vieja guardia, con antecedentes cuestionables. Es poco probable que funden organizaciones que logren responder a las exigencias sociales, económicas, de desarrollo o políticas de la mayoría de los yemeníes. Sin embargo, la creación de esas mismas agrupaciones podría motivar a proponer alternativas a otras personas comprometidas seriamente con la justicia y el desarrollo.

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Traducido del francés por Ignacio Mackinze.

Helen Lackner es investigadora independiente, trabajó y vivió en el Yemen durante más de quince años, cinco de ellos en la República Democrática del Congo entre 1977 y 1982. Ha publicado 'Yemen en crisis, autocracia, neoliberalismo y la desintegración de un Estado' (Saqi, 2017), cuya edición fue publicada en Estados Unidos por Verso en junio de 2019 bajo el título Yemen en crisis: el camino a la guerra.

Aquípuedes leer el texto original en francés.

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