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Curso acelerado de optimismo en torno a Cataluña

Soy militante activo del ala radical del optimismo. ¿Una prueba? El asunto catalán lo veo cada vez mejor, sobre todo si lo comparamos con lo que vivimos en el otoño pasado. Hoy en día, salvo sobresaltos que puedan surgir, veo más oportunidades que amenazas. Si alguien desea compartir un horizonte luminoso en lugar de sumergirse en las tinieblas, me permito aportar algunos consejos para observar la realidad actual:

1/ Distancia: Es importante no dejarse arrastrar por cada movimiento, declaración, gesto o imagen que nada afectan al problema central que se vive tanto en Cataluña, como en la consiguiente reacción en el resto del territorio español. Se puede entender mejor una pelea si la vemos desde cierta distancia que si participamos en el intercambio de puñetazos.

2/ Mesura: El independentismo ha reivindicado siempre el espíritu pacífico de su ideario y de su estrategia. Desde el amplio sector constitucionalista mayoritario en España y en media Cataluña puede decirse lo mismo. Los incidentes más reseñables que están en la mente de todos han sido hechos aislados sobre los que existe un extendido acuerdo sobre su inadecuación.

3/ Realidad: Desde la aplicación del 155 tras la críptica DUI del 27 de octubre, el independentismo no ha realizado un solo movimiento dirigido a la toma de medidas unilaterales fuera del marco constitucional. Todas sus actuaciones han sido medidas con estricto control de daños para evitar rebasar en un solo centímetro el marco legal.

4/ Prioridad: La independencia ha dejado de ser la prioridad del independentismo. Ahora, aminorar al máximo posible el proceso judicial pasa por ser su objetivo fundamental. Los líderes del procès luchan comprensiblemente por evitar una dura condena por unos delitos que la mayoría de los juristas considera discutibles en alguna calificación, como es la rebelión.

5/ Largo recorrido: Llarena es sólo la primera estación de un largo trayecto. Ahora, atravesamos la inescrutable incógnita de las extradiciones. El juicio está previsto para otoño ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Luego vendrán las sentencias, los recursos al Constitucional y ante los tribunales europeos. Al final, todo retornará al marco de la política.

6/ Judicialización: La judicialización de la política es la solución democrática ante un fracaso. Acaba con la ilegalidad e impone una resolución. Cuando el procès decidió incumplir la ley dio por terminada una discusión política de imposible acuerdo. La política en democracia no se acaba cuando no hay acuerdo, sino cuando alguien decide saltarse la ley para imponer su criterio.

7/ Simbolismo: Se le ha reiterado al independentismo que sus aspiraciones y sus opiniones son absolutamente admisibles. Que el límite está en la ley. Ahora hemos llegado a ese estadio y hay gente que se escandaliza. El lenguaje simbólico, por hiperbólico que resulte, debe ser aceptado. Puede ser rebatido. Así lo ha entendido Inés Arrimadas mejor que nadie. Así le va.

8/ Calendario: El calendario lo marcan los jueces. Mientras el poder judicial hace su tarea, se abre en segundo plano la posibilidad de que la política recupere un diálogo discreto cara al futuro. Sólo hay una vía de solución que pasa por la aceptación de la ley, la renuncia a la independencia unilateral y la búsqueda de un modelo territorial que asuma el sentimiento de dos millones de catalanes disconformes con el actual.

9/ Govern: Hay una evidente tensión entre dos intereses irreconciliables. Por un lado, la recuperación del autogobierno. Por otra parte, hay defensores, con Puigdemont al frente, de mantener al máximo la excepcionalidad y la tensión. Creen que es la única manera de ejercer un nivel de presión suficiente para forzar una salida negociada sin largas condenas.

¿Qué ocurre si nos ponemos de acuerdo?

10/ President: Nadie tiene más poder en Cataluña que Puigdemont. Su situación ha cambiado radicalmente. Su estrategia había sido hasta ahora eludir la prisión y mantenerse como president simbólico desde Bruselas. Ahora, todo está en manos de la autoridad judicial alemana. Nada se va a mover hasta que no sepa si recupera la libertad o se queda en prisión.

11/ Elecciones: Nada ganaría el independentismo con otra convocatoria electoral. Si les saliera bien, repetirían una mayoría parlamentaria que ya tienen. A cambio, tendrían un remoto peligro de perder. Puigdemont puede querer forzar elecciones para que la excepcionalidad le ayude en su defensa judicial y para mantener un papel relevante en una atípica campaña.

En resumen, estamos mucho mejor que hace apenas seis meses. El independentismo cumple la ley y lucha porque los jueces no extremen las condenas por lo acaecido. Mientras, mantienen un discurso simbólico hiperbólico. La contestación no es menos intensa, pero en realidad se mantiene dentro del puro debate político. Como el proceso judicial va a ser largo, sería conveniente aprovechar que la política quedará en segundo plano para avanzar en conversaciones sosegadas y discretas. Para ello hace falta un Govern que supere la excepcionalidad actual. También es necesario un ejercicio de reconocimiento fuera del independentismo de los cambios que se han producido. No olvidemos que cuando el poder judicial termine su trabajo, la política recuperará todo el protagonismo. Avanzaríamos un gran trecho si no esperamos hasta entonces para empezar a restablecer el espacio de diálogo perdido.

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