Qué ven mis ojos
El oro negro de Venezuela
"El enemigo no lo es porque sea diferente a ti, sino porque quiere lo que tú tienes."
Cuando el maestro de la novela policiaca Chester Himes escribió Un ciego con una pistola, no sabía que ese título le iba a ir como anillo al dedo al actual presidente de Estados Unidos, a quien los mismos que hasta hace poco lo señalaban como un peligro para la estabilidad mundial, ahora secundan su asalto a Venezuela y, sobre todo, a su petróleo. En su libro, publicado en 1969, el mismo año en que se vino a vivir a España, a Moraira, Alicante, donde pasaría a mejor vida en 1984, el autor de Todos muertos, Por amor a Imabelle y El gran sueño de oro, sitúa la acción en un barrio de Harlem acosado por la pobreza, la falta de servicios, la escasez de abastecimiento y una tasa insostenible de delincuencia –así que también podría ser Caracas, Ciudad Guayana o Maracaibo, hoy en día– y reflexiona entre líneas sobre el modo en que el poder saca tajada de los disturbios, aprovecha las revueltas de la ciudadanía para imponer leyes que recorten sus derechos y, si la cosa se pone al rojo, abre sus cloacas para dejar salir a las calles lo peor de cada ideología, porque sabe que las privaciones vuelven a quienes las sufren menos demócratas y más manipulables. Qué nos van a contar a nosotros, que sufrimos ahora mismo el regreso de la ultraderecha a la Norteamérica y la Europa del neoliberalismo.
Claro que el extremismo de cualquier signo lo tiene fácil en un planeta en el que, de hecho, todo es lo contrario del resto, se obliga a la gente a elegir bando y la política carece de matices, se basa a un lado y al otro en un discurso que dice: o estás con nosotros o serás nuestro enemigo. La candidata de Ciudadanos por Madrid tenía una foto con quien será su rival en las elecciones defendiendo la bandera del PSOE y, en cuanto el antiguo entrenador de baloncesto se convirtió en aspirante a la alcaldía, la imagen y las palabras de admiración y homenaje fueron borradas. Es una anécdota, pero también un síntoma.
En el caso de Venezuela, también nos han puesto la pistola en la sien y nos han llenado el camino de líneas rojas, prohibiéndonos cualquier tipo de equilibrio, matiz o intento de disidencia con las proclamas de unos y otros. Y eso nos ha dejado en fuera de juego a los que pensamos que esto sí, pero así no; que el régimen de Nicolás Maduro no parece lo que el país necesita para salir de su grave situación, pero un golpe de Estado que parece a todas luces orquestado a distancia por la Casa Blanca, tampoco. Es verdad que con Trump, Estados Unidos ha regresado a los tiempos siniestros de Henry Kissinger, el hombre que mató al premio Nobel, porque después de que le dieran el de la Paz, nadie ha vuelto a tomárselo en serio; pero también es cierto que Europa lo sigue a la vez que lo desprecia, algo que ha quedado claro con el reconocimiento de la mayoría de sus países miembros del opositor Guaidó. También del nuestro, que es uno más aunque cuando hablamos de Latinoamérica, no debería serlo. ¿Recuerda alguien que en Venezuela hablan el castellano y hay ciudades que se llaman Valencia, Barcelona y Mérida?
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El chavismo no ha funcionado, ha empobrecido y dividido la sociedad y ha puesto en su contra a medio mundo, para entregarse a la Rusia de Putin, que sólo sabe darles a sus aliados una cosa: el abrazo del oso. Pero muchas de las fuerzas que se le oponen tienen un expediente oscuro, muy oscuro, y ahí está para demostrarlo el pasado reciente de la nación de Bolívar. El ojo del huracán, sin embargo, no son las banderas, sino el oro negro, ese carburante que sigue moviendo la Tierra mientras la envenena. Washington empezó a manejar los hilos del descontento y a preparar esta sublevación cuando intervino la compañía Petróleos de Venezuela, congelando sus fondos en EE.UU. y obligando a su filial norteamericana, Citgo, a dejar de enviar dinero y nafta a Venezuela. Desde ese momento, todo lo que gana la firma, y hablamos de miles de millones de dólares, es consignado en una cuenta a la que solo puede acceder el Gobierno del país latinoamericano, es decir, ahora el que designe Guaidó, ya que es el único al que la Administración de Donald Trump reconoce como legítimo. Eso es por lo que luchan quienes tratan de controlar Venezuela, lo demás es la disculpa, la coartada.
Pero lo que ya es en sí mismo dramático se multiplica al ser un indicio del tiempo en el que vivimos, tan intransigente, tan tramposo, tan lleno de oportunistas y excomulgadores que pueden llegar a atacar por tierra, mar y aire a un periodista que consigue la brillante exclusiva de entrevista, justo ahora, a Nicolás Maduro, no se sabe si furiosos con una cosa o con la otra, con el personaje o con el compañero que ha conseguido lo que cualquiera querría. ¿O no? Porque lo contrario de la libertad de prensa es la censura. Igual es que eso tampoco lo sabían. O tal vez es que son tan cínicos como parecen. Va a ser eso.
Por cierto, Kissinger sigue vivo. ¿A qué espera Trump para volver a nombrarlo secretario de Estado? Le vendría que ni hecho a medida.