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Una carrera accidentada

Otra vez elecciones. En mitad de todo tipo de convulsiones, los partidos preparan sus estrategias sin haber llegado a asimilar lo ocurrido en las últimas semanas. Cada día se produce un acontecimiento que desequilibra todo lo que el día anterior habíamos conseguido reordenar. Son hechos que pueden influir en la percepción que los ciudadanos tenemos de lo que ocurre en nuestro entorno. Quizá sea buen momento para establecer cuál es el punto de partida al inicio de esta precampaña para entender mejor lo que está por venir.

Para el Partido Socialista, esta campaña se vive con lógica inquietud. Es evidente que todos los demás partidos han impedido la formación del nuevo gobierno. No es menos cierto que sobrevuela el interrogante de si el PSOE debía haber alcanzado como fuera un acuerdo y cumplir así con la responsabilidad asumida ante Felipe VI de conseguir la investidura de Pedro Sánchez como presidente. Hasta el 10 de noviembre tendremos que aplazar la respuesta definitiva sobre quién ha acertado y quién ha fallado en las decisiones tomadas estas últimas semanas.

El PSOE inicia esta precampaña con unas previsiones electorales que tienden a situarle de nuevo como ganador de las elecciones con una representación similar a la obtenida el 28 abril y con una leve aspiración de poder mejorar algo ese resultado. La gran duda surge respecto a si dispondrá de la capacidad para poder sumar una mayoría de gobierno. A Pedro Sánchez le espera una dura campaña en la que con seguridad será el centro de los ataques del resto de los partidos. Los socialistas se enfrentan a una incógnita estratégica. Deberán decidir si apuestan por una campaña en positivo, como contraste a los ataques que recibirá desde izquierda y derecha, o prefieren dar la cara y hacer frente a los rivales reivindicando su capacidad de liderazgo. El problema respecto a abrazar un espíritu buenista es el de aparecer como un partido débil, acorralado y acobardado ante la presión de los demás. El peligro de aceptar el combate es el de quedar atrapado en una batalla embarrada en la que difícilmente va a sacar nada a favor.

Para el PP, parece avecinarse una dulce derrota. Según las encuestas, tiene muy difícil poder sumar con otras fuerzas afines una mayoría que le permita gobernar. Sin embargo, todo parece indicar que va a obtener un resultado significativamente mejor que el alcanzado el 28 de abril. Llama la atención observar cómo la mejora de las previsiones parece constante en tanto en cuanto su líder, Pablo Casado, mantiene un perfil bajo y se prodiga lo mínimo posible en sus apariciones públicas. Da la sensación de que buena parte de los votantes que se marcharon a Vox y, sobre todo a Ciudadanos, están dispuestos a volver a condición de que no se hable del asunto. Recuerda a aquellas parejas que deciden volver a la convivencia pacífica a condición de dar por sepultado el conflicto que les enfrentó. De hecho, cuando se produce alguna declaración estrambótica de portavoces como Álvarez de Toledo es noticia por salirse de la norma impuesta de perfil bajo y sin excesivos aspavientos.

En el caso de Ciudadanos ocurre todo lo contrario. La sensación generalizada es de alarma general. En política, uno de los escenarios más peligrosos que pueden crearse es el de la desbandada general. Ahora mismo, la formación de Albert Rivera es la que muestra menor fidelidad entre sus electores. Muchos de ellos aún no terminan de entender dónde pretenden llevarles sus líderes. Para los estrategas de Ciudadanos se presenta un delicado reto. Necesitan recuperar la iniciativa política. Deben convencer a sus votantes de la utilidad de una formación cuya única función en el mapa político español tras las últimas elecciones ha sido la de facilitar gobernar al Partido Popular, en muchos casos con el apoyo añadido de la ultraderecha.

Para Unidas Podemos las expectativas no parecen muy optimistas. Todas las encuestas publicadas marcan un techo siempre por debajo de los resultados obtenidos el 28 de abril. Por contra, ningún estudio había adelantado hasta ahora la amenaza de un descenso significativo. Sin embargo, la aparición de Errejón ha provocado un serio temblor de tierra en el actual panorama. Pablo Iglesias y los líderes de UP habían afrontado el inicio de esta precampaña como un enfrentamiento directo con el Partido Socialista. Estos últimos días, sus portavoces han eludido cualquier confrontación con Errejón. Suelen evitar el asunto con frases evasivas, para buscar centrar el debate en un cara a cara con el PSOE.

Íñigo Errejón ha anunciado que se presentará únicamente en aquellas provincias que cuentan con un elevado número de diputados para evitar perjudicar la representación del bloque de izquierdas. En las provincias más pequeñas, la fragmentación del bloque podría tener efectos muy negativos en el reparto de escaños. Para UP, tampoco supone una buena noticia. Las provincias con mayor peso coinciden con las que incluyen importantes núcleos urbanos que suele ser donde la formación morada solía obtener mejores resultados. La otra incógnita se deriva de la posible capacidad de Errejón de arrebatar parte del electorado socialista. Su estrategia parece evidente: alejarse de la batalla entre PSOE y UP y ofrecerse como alternativa constructiva para quienes les incomode ese enfrentamiento. El efecto novedad en pleno período de desgaste de las actuales fuerzas políticas y su manifiesta actitud positiva en mitad de una abierta conflagración serán sus principales argumentos.

Finalmente, queda una última cuestión por dilucidar. Se trata de determinar si Vox puede asentar su voto o, como algunos estudios atisban, puede sufrir cierto desgaste en beneficio del PP.

Vamos a asistir a una campaña fulgurante y corta. No será de extrañar que observemos cambios bruscos en las estrategias de los partidos con el fin de solventar las dificultades que les puedan surgir. Se trata de competir en una carrera a gran velocidad, en un trayecto corto, lleno de curvas y con posibles incidencias no previsibles. Con seguridad, se producirá más de un accidente.

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