Continuará
El Síndrome de Diógenes Intelectual
Ando estos días un poco más confundido de lo habitual. Y la culpa, cómo no, es una vez más de la televisión. Se ha extendido una encendida polémica respecto a la producción Lo que escondían sus ojos, emitida en Telecinco. La serie, basada en una novela de la periodista Nieves Herrero, cuenta con una cuidada puesta en escena que nadie ha discutido, comparada con los estándares habituales de la ficción de prime time que se realiza en España. La novela transcurre en plena postguerra, aunque intencionadamente se aísla de la situación política española de la época. La dictadura, la represión y la persecución quedan fuera del foco de la serie, que se centra en una historia de amor protagonizada por Serrano Súñer, uno de los personajes políticos más destacados del franquismo.
Hay, con toda seguridad, una encomiable voluntad por parte de la autora, de los productores y de la cadena de eludir los escabrosos episodios políticos que envolvieron la historia real para no enturbiar su objetivo principal: hacer una miniserie centrada en elementos románticos. Pero al hacerlo, inevitablemente, se produce un efecto secundario. Al ficcionar una parte de la historia corremos el riesgo de deformar sustancialmente la realidad original. Es curioso mirar el diccionario, porque las palabras ayudan en este caso a liarnos un poco más. Historiar, en castellano, se refiere a la creación o composición de narraciones sobre hechos ocurridos. Historiar no obliga a una fidelidad extrema con la realidad acaecida. Por tanto, historiar la historia, no implica la recreación fidedigna de los acontecimientos que se abordan.
La polémica coincide en el tiempo con un fenómeno televisivo que ha tenido un éxito arrollador en medio mundo. Me refiero a la aclamada serie The Crown (La Corona), de la que ya hicimos una extensa reseña hace un par de semanas en esta columna. Se trata de una superproducción en la que se han invertido 100 millones de dólares, centrada en el reinado de Isabel II, desde su llegada al trono en febrero de 1952, con apenas 26 años de edad. Los diez episodios de la primera temporada se centran en la muerte del Rey Jorge VI y los primeros años del reinado de su hija mayor. En ese período, Winston Churchill, hasta su dimisión en 1955, desempeñó como Primer Ministro un papel clave en la formación de la joven reina.
La serie es una obra personal de Peter Morgan que ya había abordado la misma temática en la película The Queen y en la obra de teatro The Audience. Morgan ha historiado la historia. En The Crown The Crownse hace una recreación, aparentemente fidedigna, que no hace distinción alguna entre escenas que reproducen con gran verosimilitud hechos reales, y añade, de cosecha propia, aportaciones ficcionadas que completan la narración. A menudo, se intercalan incluso imágenes reales sacadas de los archivos históricos de la BBC que dan sin duda una gran fuerza realista a la producción. La red está llena de artículos que diseccionan qué partes son reales y cuáles son creaciones libres del autor.
Como en toda serie audiovisual, la elección de los actores, el tono de la dirección, el estilo de la realización, el tratamiento escenográfico, la música, la luz,… son elementos que añaden valores de gran carga emocional que condicionan sin duda el juicio de cualquier espectador. La serie es una impresionante producción a la que es muy difícil resistirse. Es complicado no encariñarse con los principales personajes. Mucho más si no se conocen a los protagonistas reales a los que se refiere el argumento y no se tiene información suficiente sobre los acontecimientos que se abordan. La serie de Peter Morgan tiene en todo momento una poderosa carga editorial que apuesta de forma maniquea por quién merece un juicio benévolo y quién una crítica más o menos soslayada.
No hago más que encontrar seguidores absolutamente entregados a la serie. Lo que más me llama la atención es que llega incluso a jóvenes de firmes convicciones republicanas que disfrutan de los valores en los que la serie se asienta. Básicamente, un entregado canto a la monarquía más tradicional. The Crown defiende con gran eficacia la necesidad de una institución basada en una solemnidad cuasi divina, que completa y refuerza el papel del Gobierno como responsable de una eficaz gestión política. Evidentemente, Peter Morgan, Netflix, la corona británica y toda la Commonwealth tienen todo el derecho del mundo a presentar su visión de esa parte de la historia. Sólo queda una pregunta en el aire ¿Es correcto utilizar el recurso de historiar la historia real sin avisar de que se trata de una ficción?
Otra vez, no ¡por favor!
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Es evidente que, para la inmensa mayoría de los espectadores de todo el mundo, esta serie será la primera y posiblemente la última aproximación que hará a este período de la historia. Y es más que probable que su juicio no se limite a valorar una obra televisiva, sino que se extenderá a los personajes y a los hechos en los que se basa el argumento. No es menos evidente que lo que aquí planteo es totalmente perdedor. Buena parte de la industria audiovisual acostumbra a realizar este tipo de producciones desde hace décadas. Estamos mucho más que habituados. Y, sin embargo, no termino de asumirlo. En semanas anteriores ya hemos caído en reflexiones similares en series como Narcos o The People vs O.J. Simpson.
Hoy en día, la televisión ha acabado por sustituir buena parte del consumo de información y entretenimiento de los ciudadanos de todo el mundo. Por suerte, los adultos no tenemos que pasar exámenes para el desempeño de nuestra vida cotidiana. Tengo cierta pesimista curiosidad por saber qué conocimiento tenemos de la historia del planeta que habitamos. Entre la ficción, la historia real, la realidad ficcionada y las increíbles realidades que nos toca vivir supongo que padecemos en nuestro cerebro una especie de Síndrome de Diógenes Intelectual. Durante años, acumulamos en nuestra memoria miles de imágenes y datos imposibles de ordenar y administrar y que cada día aumentan de volumen. Por si todo esto fuera poco, ahora vivimos en la era Internet y hemos conseguido hacer crecer de forma ilimitada el acceso a la información. Es imposible saber lo que sabemos, lo que deberíamos saber y lo que nos falta por saber. Y ni siquiera sabemos si lo que sabemos es ficción o realidad.
Ya dije que andaba un poco confundido estos días. Debe ser un efecto colateral del Síndrome de Diógenes Intelectual.