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El arte en declive del discurso político

Julián Casanova (Historiador)

Lo advertía Brian MacArthur en su introducción a una selección de los grandes discursos del siglo XX, que fueron muchos: “La oratoria es siempre un arte en declive. Porque cada generación juzga a los oradores de su época desfavorablemente frente a los gigantes del pasado”.

Lo sentimos los españoles cuando comparamos a los políticos actuales con los parlamentarios de la Restauración o con Manuel Azaña, pero les ocurre lo mismo a los británicos, por citar el país con más tradición democrática, cuando comparan a Blair o Cameron con Lloyd George o Winston Churchill.

Dicho esto, los grandes oradores de la historia contemporánea siempre mostraron un poder especial para llegar al corazón, sostener grandes ideales o liderar a naciones, clases o pueblos. Detrás de los grandes acontecimientos, había un gran discurso y eso sirve para valorar a personajes tan dispares como Hitler, Lenin, Martin Luther King o Nelson Mandela. Y no sería difícil trazar una historia del siglo XX a través de los discursos.

Ocurre, sin embargo, que el estilo del discurso político ha cambiado y los medios audiovisuales magnifican el poder de la imagen más que el de la palabra. Para los oradores decimonónicos y de comienzos del siglo XX, cuando ni siquiera existía la radio, un discurso era una oportunidad única de dirigirse al público y, por lo tanto, se preparaban para la ocasión, pulían frases, buscaban la retórica verbal, convertían la oratoria en un oficio.

Pocos líderes políticos en la actualidad consiguen el poder gracias a la calidad de sus discursos y tampoco la gente, en general, les pide que transmitan sueños o esperanzas. En realidad, los rivales no escuchan, van ya con la lección sabida, independientemente del discurso. Eso pasó ayer con el largo –y leído– discurso de Pedro Sánchez y con la reacción del resto de los líderes políticos: cada uno quiere escuchar lo suyo y nada de lo que diga el otro le va a cambiar de opinión. Es también la forma de discutir, más que de debatir, que se ha instalado en la mayoría de las tertulias en radio y televisión. El Parlamento no es diferente.

El que la imagen se coma a la palabra no quiere decir que los discursos no sirvan o la oratoria esté muerta. Quienes quieran hablar con elocuencia, con precisión, practicar el arte de la dialéctica, pueden buscar esos grandes discursos de la historia, leerlos, inspirarse en ellos. Y hacer pensar a la audiencia, lo cual obligaría, por cierto, en los tiempos actuales, a no tuitear tanta trivialidad.

Leer, pensar, articular palabras, presentar argumentos con emoción…. Quizás es mucho pedir.

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Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza

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