DIARIO DEL ÁRTICO (5)

Tan bello que duele...

'El Esperanza' en el Ártico.

CARLOS BARDEM

El Esperanza se despierta rodeado literalmente de hielo, el que ayer atravesabamos, se ha multiplicado testarudo hasta el infinito. La noche ha sido movida. A la 1.30 de la mañana de esta noche sin oscuridad y luz perpetua, una voz ha recorrido el barco.

-¡Osos!¡Osos polares!

La gente de guardia en el puente ha descubierto tres hermosos ejemplares cuando estaban ya apenas a 20 metros del casco. Salidos de la niebla, tres fantasmas increíblemente bellos. Enseguida nos cuentan que son una madre y sus dos cachorros, ya bastante crecidos. El oso polar es un cazador solitario y solo andan en grupo cuando se trata de una hembra y sus crías, que permanecen juntos un máximo de dos años. El oso polar es la cumbre de la cadena trófica en el Ártico, un depredador sin rival y por tanto un animal que no teme a nadie. Por ello es un animal muy curioso al que no impresionan ni el hombre ni un barco enorme. Los tres osos se acercan, olisquean y desaparecen tan rápido como llegaron. Un depredador feroz y, corrijo, con un único y despiadado enemigo: el deshielo de su hábitat, la destrucción del Ártico.

En el Esperanza se toca diana a las 7.30, a las 8 se desayuna y a las 8.30 tripulación e invitados acometen las tareas asignadas de limpieza y mantenimiento del barco. Mientras barremos y fregamos los espacios asignados todos hablamos de la visita de los osos. A las 9 hay una reunión en la que Nick y Jesper, el experto en osos polares, nos explican que en hora y media el Esperanza tratará de fijarse a la llanura de hielo para que podamos bajar y visitarlo. Nos explican que no es una operación estándar de desembarco y nos piden máxima colaboración y concentración. Vuelve a aparecer la meticulosidad de este ejercito ecológico, se estudian diferentes maniobras para llegar a la superficie helada, dependiendo de las condiciones climáticas y del hielo. A las explicaciones de Nick siguen las de Jesper, nuestro guía en lo que no deja de ser un terreno nuevo y hostil para la mayoría. No se anda igual en el desierto o en la jungla que en el hielo ártico. Pronto lo vamos a descubrir.

-Atención a donde pisáis, que sea siempre sobre el hielo más blanco, nunca sobre el gris o más oscuro. Tiene ese color porque es más fino y trasluce el mar que hay debajo. Nunca acercarse al borde de un témpano, si se rompe y caéis al agua tendremos serios problemas para rescataros.

Con los “trajes secos” –una especie de neoprenos completos muy gruesos con cierre hermético, y capas y capas de aislante térmico, tan engorrosos de poner que tienen que darnos otra reunión para enseñarnos la mecánica– si caéis al agua tendríamos unos diez minutos antes de que sufrierais un paro cardiaco por hipotermia y

– ¿Y sin traje?

– De dos a tres minutos. Bien, fijaos donde ponéis los pies, no os alejéis mucho unos de otros y siempre pendientes a mis indicaciones –prosigue Jesper–. ¡Sobre todo, nunca perder el contacto visual! Si no me veis yo tampoco os veo a vosotros. Tenemos que estar siempre en contacto por si hay que regresar deprisa al barco en caso de que, de pronto, aparezca un oso polar.

De pronto la idílica imagen de aquellos visitantes nocturnos se torna una seria amenaza. Un oso polar es increíblemente rápido y fuerte y nos es difícil imaginar que, embutidos en esos trajes, cargados con cámaras y sobre esa superficie insegura, helada e irregular, iremos tan lentos como bebés dando sus primeros pasos. Además es verano, la época del año en que los osos polares recorren distancias increíbles buscando comida y engordar para afrontar el invierno. No os preocupéis –sigue Jesper– yo vigilo y desde la cruceta del barco hay vigías con potentes binoculares y radios para avisar si ven osos cerca. Caso de aviso, nada de pánico ni correr por vuestra cuenta y dispersaros. Yo os diré como regresar seguros al barco. Tranquilizador.

Pronto estamos en la cubierta de desembarco, embutidos en nuestros trajes casi espaciales. Ansiosos. Excitados como niños en la noche de Reyes. Ver como los tripulantes fijan enormes clavos y cabos al hielo y luchan por estabilizar una pasarela de desembarco es todo un espectáculo de decisión y eficiencia. Hay algo ancestral en la lucha de esos hombres y sus mazos con el hielo. Otra vez es fácil imaginar la dureza de pasadas exploraciones.

Por fin nos autorizan a bajar y en un instante nos convertimos en seres inseguros y dubitativos. Alguien da su primer paso y su pierna se hunde hasta la rodilla en un agujero de agua helada. Todos nos miramos. Afortunadamente no es nada. Tardamos unos minutos en descubrir que es mejor, ante la duda, pisar en el terreno alto, sobre las rocas de hielo, que en las zonas bajas, mejor en las huellas del que te antecede que salirse y probar hielo virgen. Avanzar es tremendamente fatigoso pues no hay suelo propiamente dicho, sino anfractuosidades, hoyos, nieve, pozas traicioneras.

Pronto Jesper nos indica hacer un alto. Estamos en un muy buen lugar para filmar y fotografiar. Nos detenemos y miramos alrededor. ¡Dios mío, es tan bello que duele! Personalmente diré que es el paisaje más hermoso y sobrecogedor que he tenido la suerte de visitar en mi vida. El gran desierto blanco, el mar de hielo, la antesala del Polo Norte. Tengo ganas de gritar, de reír, todos nos miramos admirados y nos faltan las palabras para describir lo que sentimos. ¡Tan bello que duele, duele, duele!

¡Esto no puede desaparecer, no puede ser!

Por favor, hagamos algo, unámonos a la demanda de Greenpeace y convirtamos el Ártico, ese ecosistema que regula tantos otros en el planeta, en un Santuario. Por nosotros y, sobre todo, por los que vendrán.

Diamantes flotando

Diamantes flotando

Más información en:

El Ártico se derrite. ¡Salvemos el Ártico!

www.savethearctic.org/es

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