Caníbales
Al borde de la ficción
Ben Lerner es poeta. Ben Lerner es novelista. Ben Lerner es profesor. Ben Lerner es un tipo de Topeka, Kansas. Ben Lerner es un tipo que camina por el mismo borde de la ficción.
“Mezcla de neurosis e idealismo”. Así definía al álter ego de su primera novela (Saliendo de la estación de Atocha). Y es muy difícil –para cualquiera mínimamente sensible y/o sensato– no identificarse con esa confusión, precisamente con esa (y, por tanto, con ese narrador y el tipo que lo creó).
En la segunda novela, 10:04, el protagonista ha crecido pero no ha aprendido demasiado. Afortunadamente: quiero decir que antes paseaba su estupor, su ingenuidad y su ternura por Madrid y ahora camina por Brooklyn, pero la mirada es la misma: los ojos bien abiertos, las dudas afiladas y la autocrítica bien puesta.
Ben Lerner reflexiona sobre esa forma que tienen los tíos de cogérsela en el baño como si pesara mucho, mirándose unos a otros cuando son niños, por pura curiosidad; y cortándose en cuanto llegan a la pubertad, para que no haya malentendidos. Dice que hay tíos que hasta se la cogen con las dos manos, por si se vienen abajo. Y flipa, y flipamos los lectores con él por esa intimidad y ese estupor infantil. Pero luego sale del cuarto de baño y reflexiona, también, más y mejor, sobre la paternidad, el cambio climático y la muerte.
Reflexiona, en general, sobre el tiempo. El tiempo pequeñito, el de hoy, el de ahora, el de leer esta columna. Y el tiempo con mayúsculas, el futuro grandilocuente y el pasado que nos ha hecho como somos.
Todo eso con un lenguaje preciso y luminoso. Todo eso desde la ficción y la verdad. Todo eso en doscientas páginas limpias, maravillosas y terribles.
Sólo así se puede contar la historia de Ashley, esa universitaria que engaña a su pareja y le cuenta que tiene cáncer, y finge ir a quimioterapia, y adelgaza, y pierde el pelo.
¿Por qué?
“Porque me sentía sola. Confusa. Porque la mentira me describía mejor que la verdad”.
¿Es Ashley real o se la inventa el autor? Da igual: es verosímil, porque es humana; porque Ben Lerner la sabe contar.
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Siempre hay una chispa de magia cuando los poetas deciden pasearse por la novela, un pequeño milagro como si el mundo se parase para escucharles. Y es mayor, la verdad, casi inmenso, cuando esos poetas tienen más sentido del humor que intensidad.
Ése es Ben Lerner. Un tipo que te gustaría tener como amigo. Para pasear con él por Madrid o por Nueva York, y dudar con él si es primavera o sigue siendo invierno, porque hay gente que no se baja de sus botas forradas de borrego y otros ya van en manga corta.
De momento, yo lo leería.