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Otra bobada de las derechas: sale Franco para tapar la corrupción

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La penúltima bobada que las derechas y su ejército de columnistas han venido repitiendo durante las navidades con la misma insistencia que Mi burrito sabanero consiste en que el malvado Pedro Sánchez saca a pasear la momia de Franco para “tapar sus casos de corrupción”. Debaten firmas tan festejadas como Camacho y Bustos si Sánchez es “psicópata” o “narcisista” o ambas cosas a la vez (un debate de altura argumental sobre rasgos que no son incompatibles, y que abundan no sólo en la política, también en el periodismo, con especial frecuencia el segundo). Y todo esto porque este mismo miércoles se celebrará el primer acto de 50 años de España en libertad, una cadena de encuentros, conferencias, foros, etc, que pretenden aprovechar el hecho indiscutible de que este 2025 se cumplen cinco décadas de la muerte (en la cama) del dictador para abordar una reflexión colectiva sobre la memoria, la democracia o la libertad.

¿Por qué les parece tan mal hablar, escuchar y debatir sobre este proceso histórico? ¿En serio lo que le provoca a Feijóo este ejercicio de memoria es “pereza”? ¿De verdad Ayuso piensa que Sánchez “ha enloquecido” por plantear una didáctica pública y abierta con motivo de este 50 aniversario? (Ver aquí) Ha sido tal el cúmulo de reacciones subidas de tono y de artículos plagados de insultos que tiene que haber algo más que el supuesto temor a que los actos anunciados “entierren” los presuntos “casos de corrupción” que rodean a Sánchez. Si algo dominan las derechas y sus mariachis mediáticos es la capacidad para imponer la conversación pública (recursos les sobran). Descuiden, son expertos en conseguir que no se hable del novio defraudador de Ayuso sino de la presunta filtración del fiscal general; que haga más ruido la querella por (falso) incremento patrimonial contra el hermano de Sánchez que la sólida denuncia presentada por más de cien familias de los 7291 fallecidos en residencias de Madrid contra la orden política de no trasladarlos a hospitales en los primeros dos meses de pandemia (ver aquí); que se llenen portadas y horas de televisión con las ocurrencias del juez Peinado para imputar delitos a la pareja de Sánchez pero que no ocupe más de tres párrafos la querella contra el rey emérito por delitos fiscales hilvanada por juristas de muy reconocido prestigio (ver aquí).

Así que no cuela. Sean finalmente “casos de corrupción” o ejemplos de lawfare tan clamorosos como los que protagonizaron durante años varios jueces contra Podemos y sus dirigentes o contra líderes del independentismo catalán, lo cierto es que no hay riesgo alguno de que este cincuentenario de la muerte de Franco, estas décadas de España en libertad, tengan la menor posibilidad de opacar lo que las derechas han decidido convertir en su principal estrategia política para “echar” del gobierno a la coalición PSOE-Sumar. Seguirán por tierra, mar y aire propagando la evidente falsedad de que vivimos “la mayor degradación de la política española desde 1978”, como ha dicho un desmemoriado Feijóo (ver aquí), en un intento de equiparar el caso Koldo-Ábalos con la Gürtel, la Kitchen o la Policía Patriótica, que es como comparar un orzuelo con un cólico nefrítico.

Las derechas patrias vuelven a demostrar que tienen un pecado original sin resolver. No puede negar el Partido Popular que existe como continuación de la Alianza Popular de Manuel Fraga y otros ministros de Franco, algunos de ellos (como el propio Fraga) con crímenes de Estado a las espaldas. No puede negar que sus “padres” políticos se dividieron ante la aprobación de la Constitución de 1978 (de sus 16 diputados, 8 votaron a favor, cinco en contra y tres se abstuvieron). Por muchos golpes de pecho y elevación de la voz cuando se apropian de la sacrosanta Constitución, no son las derechas precisamente quienes pueden presumir de haberla impulsado.

Una derecha democrática, homologable a los partidos conservadores europeos en países que sufrieron el fascismo, no debería tener el menor problema en considerar importante el cincuentenario del fin de la dictadura más prolongada de la historia de Europa, ni tampoco la necesidad de otorgar justicia, verdad y reparación a las víctimas del golpe de Estado de 1936, de la guerra civil y del franquismo, que es lo que establece la Ley de Memoria Democrática que los de Feijóo se quieren cargar a la mínima oportunidad, sin distinguir su visión histórica de la que propaga la extrema derecha ultracatólica y directamente franquista de Vox.

Es lícita la discusión sobre si los “50 años de España en libertad” arrancan con el “hecho biológico” del fallecimiento de Franco o más bien tras las primeras elecciones generales de 1977 o incluso con la aprobación de la Constitución en 1978. Tan oportuna como el debate sobre quién puso más en una transición que para nada fue pacífica sino que se cobró más de 700 víctimas (de ETA, de la policía, de los grupos ultraderechistas, de las células paramilitares…). No me cansaré de repetirlo: no es tan reprochable lo que cada cual hizo en los primeros años de la transición (unos por salvaguardar sus intereses y privilegios, otros por el miedo a una regresión antidemocrática) sino lo que NO hemos hecho durante las décadas posteriores. Por supuesto que hemos disfrutado unos niveles de libertad homologables a cualquier democracia liberal, incluso hemos ido por delante en las garantías de determinados derechos (siempre bajo gobiernos de izquierda), pero hace muchísimo tiempo que resulta clamorosa la necesidad de aplicar derechos que la propia Constitución recoge (a una “vivienda digna”, por ejemplo) y adaptarla a la evidencia de un modelo de Estado (llámelo usted como quiera) plurinacional.

La reacción hiperventilada de las derechas hacia el plan de conmemoración de ‘50 años en libertad’ es un signo más de que este país no tiene superada la realidad de casi cuarenta años de dictadura

La reacción hiperventilada de las derechas hacia el plan de conmemoración de “50 años en libertad” es un signo más de que este país no tiene superada la realidad de casi cuarenta años de dictadura que han condicionado nuestra evolución como sociedad y como sistema político. Algunas de las actitudes y comportamientos en el ámbito no sólo de la política sino también de la justicia o de las élites empresariales y económicas tienen relación directa con la mentalidad de que España es propiedad privada de una parte, ese cortijo en el que no se discute quién manda y qué normas impone.

¿En serio hay disposición al consenso? Tendría que ser fácil ponerse de acuerdo entre demócratas sobre lo que supuso la dictadura franquista y la impunidad de muchos de sus crímenes. A partir de ahí, podemos y debemos debatir sobre una transición bajo vigilancia intensiva y sobre estas décadas tan respetuosas con la libertad que ni siquiera se han tocado los privilegios que aún siguen disfrutando quienes se hicieron injustamente con un patrimonio durante el franquismo que han heredado sus descendientes.

Y calma, por favor. Podemos reivindicar la memoria y educar a las nuevas generaciones en la realidad histórica de su país al tiempo que abordamos cualquier indicio de corrupción o nepotismo. Somos capaces de mascar chicle y pensar a la vez (como Ancelotti, aunque con la boca un poquito más cerrada, por educación).

P.D. Si quienes andan instalados en una burbuja sectaria admitieran alguna sugerencia, me atrevo a recomendar la lectura de La península de las casas vacías, quizás el libro más original, luminoso y cautivador que he leído en los últimos tiempos en relación con la guerra civil y el franquismo. Y pueden ponerse de fondo (mientras leen) la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninoff, con permiso de David Uclés, que incluye en el frontispicio de su novela una cita clave de Almudena Grandes: “Es un error pensar que la memoria tiene que ver solo con el pasado. Tiene que ver con el presente y con el futuro; si no sabemos de dónde venimos no podremos saber quiénes no queremos ser”. Quienes vivimos en la duda permanente, procuramos tener claro al menos lo que no queremos ser.

La penúltima bobada que las derechas y su ejército de columnistas han venido repitiendo durante las navidades con la misma insistencia que Mi burrito sabanero consiste en que el malvado Pedro Sánchez saca a pasear la momia de Franco para “tapar sus casos de corrupción”. Debaten firmas tan festejadas como Camacho y Bustos si Sánchez es “psicópata” o “narcisista” o ambas cosas a la vez (un debate de altura argumental sobre rasgos que no son incompatibles, y que abundan no sólo en la política, también en el periodismo, con especial frecuencia el segundo). Y todo esto porque este mismo miércoles se celebrará el primer acto de 50 años de España en libertad, una cadena de encuentros, conferencias, foros, etc, que pretenden aprovechar el hecho indiscutible de que este 2025 se cumplen cinco décadas de la muerte (en la cama) del dictador para abordar una reflexión colectiva sobre la memoria, la democracia o la libertad.

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