Vayan por delante dos obviedades cuando se cumple una semana del diluvio: 1) Las víctimas directas de la dana tienen razones sobradas para sentir desesperación, rabia, impotencia y ganas de estallar contra todo aquello que representa para ellas la inacción frente a la catástrofe. 2) Aunque desgraciadamente lo parezca, no todos somos meteorólogos, ni expertos en emergencias, ni responsables de protección civil, ni alcaldes o dirigentes políticos encargados de gestionar el desastre y la amenaza de caos. Al menos quienes examinamos los hechos desde cierta distancia y sin barro hasta las rodillas tendríamos que esforzarnos por no caer en simplismos, en ejercicios de demagogia que satisfagan a una masa enardecida o directamente en distorsiones de la realidad para favorecer a una determinada opción política. Nos estamos jugando algo trascendental: la fortaleza de lo público como único paraguas común capaz de defendernos ante cualquier diluvio (meteorológico, sanitario, económico…) Eso significa Estado, política, gobiernos elegidos, derechos y deberes. Lo cual no garantiza la absoluta eficacia, la implementación correcta de los protocolos establecidos, la perfección en cualquier reacción, ni la certidumbre de que no se cometerán errores. Cuando lean eso de que "sólo el pueblo salva al pueblo"... cuerpo a tierra (ver aquí).
Nos estamos jugando algo trascendental: la fortaleza de lo público como único paraguas común capaz de defendernos ante cualquier diluvio (meteorológico, sanitario, económico…) Eso significa Estado, política, gobiernos elegidos, derechos y deberes
A veces la mejor forma de entender lo que ocurre pasa por preguntarse acerca de las alternativas:
- ¿Y si Pedro Sánchez hubiera declarado el Estado de emergencia al día siguiente de la dana? Más allá de la cuestión jurídica (ver aquí), el proceso de ejecución de la ayuda (militar, sanitaria, económica, etc) habría sido a la inversa: desde el Estado central se habría tenido que consultar a las autoridades locales y autonómicas y a sus servicios de emergencias y protección civil cuáles eran las prioridades, las necesidades y cómo distribuirlas, puesto que estaremos de acuerdo en que son ellas quienes mejor conocen su territorio, sus poblaciones, sus caminos, sus centros de salud… Esto no es un capricho de un Estado descentralizado y hasta plurinacional. ¡Es la pura realidad! En lugar de a un Mazón rodeado de siete ministros habríamos visto al ministro del Interior rodeado de siete consejeros valencianos (por expresarlo en modo caricatura). Eso sí: tiene bemoles que los mismos que calificaron al Gobierno de coalición de dictador por declarar el Estado de alarma ante el covid y llevaron esa medida al Tribunal Constitucional encabecen estos días la manifestación que exige a Sánchez que tome el mando saltándose la autoridad de Mazón. (En realidad, que tome el mando para dimitir).
- ¿Puede levantar la mano el presidente o presidenta autonómica que habría aceptado renunciar a su responsabilidad y ceder el mando al presidente del Gobierno ante una catástrofe? ¿Lo habría hecho Ayuso? ¿García Page? ¿Rueda? Seamos serios (y esto va muy especialmente por Núñez Feijóo): cualquier máxima autoridad autonómica quedaría absolutamente desacreditada si ante el problema más grave de su mandato se quitara de enmedio para cobijarse bajo la instancia superior del Gobierno central. A estas alturas uno ya entiende entre poco y nada algunas estrategias políticas, pero Feijóo debería ser consciente de que cada vez que exige a Sánchez que asuma el mando de la situación vía Estado de emergencia nivel 3 o Estado de alarma (ha vuelto a hacerlo este lunes de forma solemne) está diciendo que Carlos Mazón está incapacitado. Lo que no vale es sorber y soplar a la vez. Puestos a lanzar ya responsabilidades claras, no tiene duda que Mazón tardó más de 12 horas en lanzar la alerta máxima a los móviles de los valencianos y valencianas desde que la AEMT emitió la alerta roja. Antes de acusar a otros, asuma cada cual lo propio.
- ¿Cómo es posible que una semana después no tengamos una cifra oficial de desaparecidos? Ese dato, para ser fiable, solo puede basarse en denuncias concretas tramitadas e identificadas, no en llamadas referidas a personas no localizadas en las peores horas y días del desastre. Por dos razones principales: una, porque muchas de las llamadas en busca de familiares o vecinos o amigos no se repiten cuando estos son localizados, y dos, porque aún hay muchas casas con familias supervivientes incomunicadas y muchos sótanos y garajes inundados. No es posible saber por tanto cuántas víctimas mortales habrá causado finalmente el temporal. Se sabrá, sin duda. Pero cualquier cálculo sin fundamento sólo sirve ahora mismo para disparar la angustia colectiva. (Esto vale para autoridades, pero también para medios con ansiedad de dar exclusivas o directamente para profesionales del bulo).
- ¿Fue un error la visita de los reyes, Sánchez y Mazón o pudo hacerse de otra forma? A posteriori todo se ve más claro y todo el mundo es mucho más listo. (Eso sí, en las horas que pasaron desde que se conoció que iba a realizarse esa visita, no leímos tantas sentencias sobre el "error mayúsculo" que se iba a cometer). Lo cierto es que fue una decisión firme de la Casa Real, cuyos servicios de seguridad son, como lo son siempre, los encargados de garantizarla. Se equivocaron, creo, los reyes al empeñarse en acudir no solo a la zona, sino a un punto que entorpecía las labores de ayuda, que facilitaba la expresión de la inflamación colectiva y, sobre todo, que permitía la actuación de individuos y grupos de extrema derecha que se organizaron previamente para torpedear la visita y, muy especialmente, para agredir al presidente del Gobierno, evacuado por sus escoltas ante los riesgos para su integridad física. Los reyes acertaron al mostrar, pese a la tensión, su empatía y solidaridad con los damnificados, y el rey especialmente al defender la democracia y a sus instituciones ante los gritos que se limitaban a exigir la caída del gobierno. Así que claramente no era el momento ni el lugar indicados para esa visita, de la que finalmente salieron bien parados los propios reyes y han extraído beneficios unos cuantos activistas de organizaciones ultras (ver aquí).
- ¿Sólo el pueblo salva al pueblo? Esta es quizás la más perversa, peligrosa y falsa de las conclusiones que desde foros populistas y de extrema derecha política y mediática intentan instalarse aprovechando la justificada indignación de miles de personas afectadas por las inundaciones. Es loable y ejemplar el ejercicio masivo de solidaridad desplegado desde toda España, y está fundamentada la crítica por la lentitud en la llegada de ayuda efectiva por parte del Estado (que es la comunidad autónoma, cada ayuntamiento y por supuesto las instituciones estatales), sobre todo por la descoordinación en la ejecución de esa ayuda. Pero despreciar como si no existiera la labor de meteorólogos, bomberos, policías, guardias civiles, militares, técnicos en infraestructuras y comunicaciones, alcaldes, concejales (sin sueldo la inmensa mayoría), funcionarios… es caer en la trampa que tienden desde ese neoliberalismo individualista que sostiene la inoperancia de todo lo público. Una trampa que siempre va unida a opciones políticas que aprovechan los derechos democráticos para horadarlos e intentar suprimirlos.
Más pronto que tarde (y ya vamos tarde, es cierto), la respuesta a la catástrofe causada por la dana vendrá precisamente de ese paraguas que sujetamos entre todas y todos, con nuestros impuestos y nuestra participación ciudadana: desde el barrio, el ayuntamiento o la comunidad autónoma hasta el Gobierno central, y también Bruselas y el resto de países que formamos la Unión Europea. ¿O de dónde cree Mazón que saldrán todos los recursos que esta noche del lunes ha exigido al Gobierno para reconstruir Valencia? (ver aquí). Todo ello es política, honesta y responsable casi siempre, a veces inepta. Todo eso es Estado. Somos todas y todos, y esa fuerza supera a cualquier instancia privada (ojalá empresas de todo tipo hubieran actuado a primera hora del martes pasado como lo hizo la Universidad de Valencia en lugar de obligar a sus trabajadores a permanecer a pie de obra). Esa fortaleza pública y democrática exige a su vez analizar, con el tiempo y el detalle que merecen, las actuaciones que se han producido, los errores cometidos en la aplicación de protocolos que son claros, las negligencias, los retrasos injustificados… Y adoptar las medidas necesarias ante una realidad tozuda: la crisis climática –que es emergencia desde hace tiempo pese a los carísimos disparates negacionistas–.
P.D. Hay otra obviedad reiterada: en las situaciones más dramáticas sale lo mejor y lo peor de cada cual. En la que nos ocupa, todo eso se refleja constantemente en las redes sociales. Se ha demostrado su utilidad democrática y abierta para ayudar a quien lo necesita o para comunicar mensajes de interés público. Pero estamos viviendo un momento clave en el uso perverso de redes –especialmente Twitter– con el casi único objetivo de sembrar odio y calumniar con objetivos políticos espúreos. Y una vez más comprobamos que la plataforma del trumpista Elon Musk facilita esa desinformación y deshumanización. ("Hijo de puta" o "corrupto" ya no son términos "ofensivos" para Twitter, que por supuesto permite que miles de bots repiquen mensajes de odio desde cuentas supuestamente verificadas en… la India). Y me niego a caer en la cómoda equidistancia. El viento del odio sopla desde la derecha de forma absolutamente desproporcionada.
Vayan por delante dos obviedades cuando se cumple una semana del diluvio: 1) Las víctimas directas de la dana tienen razones sobradas para sentir desesperación, rabia, impotencia y ganas de estallar contra todo aquello que representa para ellas la inacción frente a la catástrofe. 2) Aunque desgraciadamente lo parezca, no todos somos meteorólogos, ni expertos en emergencias, ni responsables de protección civil, ni alcaldes o dirigentes políticos encargados de gestionar el desastre y la amenaza de caos. Al menos quienes examinamos los hechos desde cierta distancia y sin barro hasta las rodillas tendríamos que esforzarnos por no caer en simplismos, en ejercicios de demagogia que satisfagan a una masa enardecida o directamente en distorsiones de la realidad para favorecer a una determinada opción política. Nos estamos jugando algo trascendental: la fortaleza de lo público como único paraguas común capaz de defendernos ante cualquier diluvio (meteorológico, sanitario, económico…) Eso significa Estado, política, gobiernos elegidos, derechos y deberes. Lo cual no garantiza la absoluta eficacia, la implementación correcta de los protocolos establecidos, la perfección en cualquier reacción, ni la certidumbre de que no se cometerán errores. Cuando lean eso de que "sólo el pueblo salva al pueblo"... cuerpo a tierra (ver aquí).