De la telebasura a la telecloaca
Me sigue sorprendiendo que haya tanta gente que se siga sorprendiendo por la alta posibilidad de que un personaje como Isabel Díaz Ayuso vuelva a ganar las elecciones madrileñas del próximo 28 de mayo, ampliando incluso su mayoría. Sólo consigo explicarme su asombro en que esta gente –entre ella, no pocos amigos y conocidos míos– tiene una visión excesivamente naif, inocente, buenista del pueblo, las masas, la ciudadanía, los electores, llámenlo como quieran.
Su asombro ante el vaticinio de que Ayuso puede volver a ganar es una variante del viejo estupor progresista porque haya tantos obreros que voten a las derechas. Basado en las ideas del Siglo de las Luces, el progresismo tiende a pensar que todo el mundo actúa en función de sus intereses objetivos y racionales. En el actual caso madrileño, el interés más vital sería la defensa de la sanidad pública, lo que teóricamente debería conducir a la derrota de la chulapona de la Puerta del Sol.
Pero no es así. La fe religiosa, la ideología nacionalista, el deseo de no distinguirse de la mayoría, la adhesión al líder fuerte y vencedor y hasta la creencia supersticiosa en que si votas al patrocinado por los ricos aumentan tus posibilidades de ser rico, son otros tantos factores que llevan a muchos electores a votar en contra de sus intereses objetivos. Siempre se ha dado esta paradoja. Desde la mismísima instauración del criterio de la votación popular para elegir a los dirigentes políticos.
Para contento de las élites económicas, buena parte de las clases populares siempre ha votado a favor de políticos que no van a mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, sino que van a endurecerlas. Los progresistas de antaño lo atribuían al analfabetismo, a la nula o escasa educación de los obreros y los campesinos, que les impedía desmarcarse de la propaganda de los curas y los caciques. Esta fue una de las razones que les llevaron a fomentar la educación pública, universal y gratuita. Pero ello no mejoró sensiblemente las cosas. Al menos en materia electoral.
Jesús Quintero, el Loco de la Colina, lo explicó muy bien en uno de sus soliloquios más lúcidos: “Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza. Nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate. Los analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación, saben leer y escribir, pero no ejercen. Cada día son más y cada día el mercado los cuida más y piensa más en ellos. La televisión cada vez se hace más a su medida. Las parrillas de los distintos canales compiten en ofrecer programas pensados para una gente que no lee, que no entiende, que pasa de la cultura, que quiere que la diviertan o que la distraigan, aunque sea con los crímenes más brutales o con los más sucios trapos de portera. El mundo entero se está creando a la medida de esta nueva mayoría, amigos. Todo es superficial, frívolo, elemental, primario, para que ellos puedan entenderlo y digerirlo. Esos son socialmente la nueva clase dominante, aunque siempre será la clase dominada”.
Disculpen la extensión de la cita, pero es que me parece muy aplicable a los procesos electorales, particularmente al madrileño. Ocupada diez o doce horas al día en trabajar y atender sus gestiones, su casa y su familia, la mayoría de los ciudadanos recibe la mayoría de las informaciones y opiniones a través de la tele o, bueno, ahora también WhatsApp, Facebook y otras redes sociales gratuitas. Y la mayoría de lo que recibe por estas vías es de derechas o muy de derechas. Montar una cadena de televisión requiere inversiones multimillonarias, y los multimillonarios rara vez son de izquierdas. Organizar una campaña de intoxicación en WhatsApp y Facebook, como hizo Trump, es más barato, pero tampoco está al alcance de mi bolsillo o del suyo, amigo lector.
La televisión cada vez se hace más a su medida. Las parrillas de los distintos canales compiten en ofrecer programas pensados para una gente que no lee, que no entiende, que pasa de la cultura
Las competiciones electorales no son, ni mucho menos, tan justas e igualitarias como pregona el discurso dominante. Aquí, allá y acullá hay equipos que salen a disputarlas dopados institucional, propagandística y económicamente. En estas circunstancias, lo raro no es que Ayuso vaya a repetir mandato, lo excepcional es que alguna vez gane la izquierda, sobre todo si esta es inconformista. Para lo segundo suelen requerirse momentos social, económica y políticamente excepcionales. Y, por supuesto, una unidad que supere egolatrías, sectarismos y cainismos.
Las cosas son así, no las he inventado yo. La gente escucha embustes en la tele y las redes sociales y no tiene tiempo ni energías para chequearlos. Probablemente, muchos madrileños crean que el ministro Bolaños intentó colarse en el acto institucional del pasado 2 de Mayo con la voluntad de presidirlo. No fue así, no quería presidirlo, pero es lo que dijo Ayuso y lo que repitieron cual loros las teles. Y si los médicos y enfermeras protestan no es porque sus condiciones de trabajo se deterioren, y con ello la salud de los madrileños. Es porque son vagos y avariciosos. Así que el 28 de mayo, a votar a Ayuso y luego a tomar unas cañitas, ¿vale?
No se ve ninguna mejora en el horizonte. Ahora Telecinco anuncia que va a prescindir de la telebasura que había encarnado durante años su programa Sálvame. Pero no se hagan ilusiones, es para sustituirla por la telecloaca de Ana Rosa Quintana, la eterna propagandista de las derechas celtibéricas. De Guatemala a Guatepeor.
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