Desde la tramoya
Callar ante los fascistas
La más grata sorpresa de las sesiones de debate de la moción de censura fue el silencio con que todos los grupos parlamentarios escucharon las barbaridades de Vox. El paradigma de esa actitud fue Aitor Esteban, que guardó silencio incluso en su turno de palabra, liquidando su intervención en minuto y medio y afirmando que "el PNV no contribuirá a darle protagonismo a esta patochada de moción de censura".
En ese lugar habitualmente follonero que es el Congreso cuando hay plenos relevantes, el silencio de las diputadas y los diputados no era en esta ocasión signo de respeto, sino un símbolo contundente de ninguneo y de desprecio hacia los portavoces de Vox. Había un acuerdo no escrito gestado en la M-30, el anillo semicircular paralelo al hemiciclo.
El sueño de Vox era un debate en la algarada: el fascismo se crece en la bronca y en la violencia. Pero una gran mayoría del pueblo, a través de su representación en las Cortes, le respondió con silencio y desdén. La decisión, añadida al acierto del PP al votar "no", y en general a concentrar sus críticas en quien proponía la censura (Vox) y no en el censurado (el Gobierno), generó un duro correctivo a la pretendida audacia de los ultraderechistas.
No debió ser nada fácil para Pablo Casado y para el PP asumir que esos dos días había poco que hacer, pero acertaron no uniendo su coro al de Vox, como habían hecho desde hace meses, sino entonando su propia partitura: "No somos como usted porque no queremos ser como usted", dijo Casado, para marcar distancias, como nunca lo había hecho, respecto de su ex compañero de partido, el chulesco Santiago Abascal. Tardó el líder del PP en encontrar su oremus, pero el aplauso cerrado de su bancada al terminar, que sonó muy sincero, demostró que finalmente lo halló. Otra cosa es lo que puede durarle.
Porque el distanciamiento de Casado con respecto de Vox tiene sus riesgos y su éxito dependerá del cabreo adicional que vaya inoculándose en la sociedad española, ya hoy muy indignada. La sensación generalizada es que la gestión de la pandemia, en sus dos dimensiones, sanitaria y económica, está siendo un desastre. Es difícil para muchos encontrar al culpable, porque lo cierto es que la gestión es común a las comunidades autónomas y al Gobierno central. Pero la psicología política lo constata: la gente tiende a culpar al máximo responsable político de los desastres de la nación, aunque de hecho no sean culpa suya. La sensación de desconcierto, de hartazgo, de desesperanza y de cansancio erosionan la confianza en las autoridades nacionales. Aunque los indicadores electorales no se vean perjudicados –porque los electores no encuentran opciones mejores– el PSOE y Podemos pierden confianza y apoyo mientras se extiende el enfado entre la población.
Este fin de semana, en definitiva, el presidente Sánchez y el PSOE –y Unidas Podemos también– pueden descansar, porque la censura sobre su gestión se ha convertido en una censura de la ultraderecha. Pero de seguir el caos sanitario y la penuria económica, las consecuencias pueden ser imprevisibles. También pueden descansar los líderes del PP, porque el miércoles y el jueves lograron despejar el peligro de convertir su relato en subsidiario del de Vox.
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Pero no creo que la moción haya dejado a Abascal del todo insatisfecho. Por mucho que nos cueste creerlo, hay en España un tercio de la población que compra el ridículo relato conspirativo de Vox, y una cuarta parte que cree en la historia reescrita según la cual la Guerra civil y la Dictadura no empezaron con el golpe de 1936, sino con el "golpe" de 1934 en la llamada Revolución de Asturias.
Sí, así es: lamentablemente para la izquierda y para la derecha moderada, el relato de Vox es asumido en todo o en parte por un tercio de la población española. Por ejemplo, el 37 % de los españoles creen que el covid-19 fue creado por ingenieros en un laboratorio de Wuhan, China, según un estudio publicado por la Royal Society británica. Las conspiraciones se construyen de forma monológica, es decir, quien cree que China es el origen del virus, como afirman Abascal, Trump, Bolsonaro u Orban, tiende a creer también que el magnate Soros está detrás de la maniobra, que el objetivo es implantar el Nuevo Orden Mundial de una dictadura progresista, que para ello los conspiradores utilizarán el 5G y otras estupideces similares.
En pocas palabras, el fascismo, conocido por su narrativa maniquea en blanco y negro y por la búsqueda de enemigos imaginarios que se supone que conspiran en la sombra contra la nación, tuvo sus dos días de pretendida gloria en el escenario y se expresó con rotunda claridad. Nada une más que un enemigo común. Hicieron bien sus enemigos en unirse en el desprecio. Pero el huevo de la serpiente sigue vivo y no va ser tan sencillo aplastarlo.