Desde la tramoya
Cifuentes: contra-argumentario del PP
Como siempre, el PP tardó solo un par de horas en articular un argumentario para que sus cuadros pudieran responder a la enorme presión informativa a propósito del vídeo de Cifuentes. La misma tarde-noche del miércoles, día de la publicación del material, ya todos los portavoces oficiosos y oficiales del PP repetían la misma partitura, con la precisión del Coro de Westminster.
La derecha, por definición, es más disciplinada que la izquierda en la defensa pública de sus argumentos. Los conservadores tienen una mayor estima de la Autoridad y de la Pertenencia al grupo, de forma que cuando se sienten atacados, reaccionan todos a una en la defensa del grupo. Los progresistas, por su parte, tienden a minusvalorar esos dos fundamentos morales. Para ellos la Autoridad y la Pertenencia son valores menores. No hablo por hablar. Hay toda una teoría sobre las cualidades de los progresistas y los conservadores que se ha formado tras una década de trabajo, y que arroja resultados que sorprenden por su consistencia. Se llama la Teoría de los Fundamentos Morales y su promotor más destacado es el profesor Jon Haidt.
Pues bien, los argumentos del PP repetidos en estos días a propósito del suceso del vídeo son básicamente cinco, y propongo algunos contra-argumentos que neutralizarían su fuerza.
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- Cañamero y Gordillo también robaban en supermercados. Sí, es cierto. José Manuel Sánchez Gordillo y Diego Cañamero, el primero diputado hoy de Podemos y el segundo alcalde de Marinaleda, junto con unos 200 miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores, “robaron” alimentos en agosto de 2012, en un par de tiendas, para entregarlos a una ONG andaluza que los repartiría entre los pobres. Lo hicieron a la vista de todo el mundo, con objetivo altruista reconocido, como parte de una acción reivindicativa de la justicia social y asumiendo a priori las consecuencias de sus actos. Cuando alguien del PP compare a Cifuentes con Cañamero, el progresista que haya enfrente debería sencillamente poner al corista en ridículo contando llanamente los hechos y afirmando lo miserable que resulta la comparación. Puede que entrar en un súper a coger pañales para los bebés de familias sin recursos no sea aceptable por el cien por cien de la población, pero desde luego es inadmisible comparar esa acción con la de mangar dos cremas de 40 euros cuando ganas 5.000 y lo más seguro es que no pretendas dárselas al vagabundo del barrio.
Cleptomanía. Lo cierto es que el vídeo de Cifuentes, a una buena parte de la población española, le ha suscitado pena. Intuyo que es un porcentaje mayor de lo que parece el de los ciudadanos que sentimos lástima al ver las imágenes. Primero porque, unos más que otros, pero casi todos, “hemos robado” o aún “robamos”. A veces es el adulto que se lleva los folios de la oficina. Otras el joven que manga una botella de ron, porque no le da para pagársela o porque no tiene edad para comprarla legalmente. Aún hay quien pone gastos personales en la tarjeta corporativa, le pide al colega que firme las horas que él no hizo, o dice que tiene visita al médico para escaquearse del trabajo. Segundo, porque nadie se explica cómo una persona como Cifuentes, con niveles educativo, social y económico elevados, puede arriesgar tanto por dos miserables cremas que podría haber pagado sin el más mínimo problema. Eso nos ha permitido pensar que la presidenta está enferma de cleptomanía. Vendría a confirmar su dolencia la dimisión en 1999 como directora del colegio mayor Antonio Caro, acusada por las alumnas de robo de algunas de sus pertenencias. Ese oscuro hecho ha estado desde entonces en los mentideros, e incluso en algunas publicaciones que pasaron todos estos años desapercibidas para el gran público.
- Pero si Cristina Cifuentes es una cleptómana, ¿por qué la dejaron estar ahí? El presidente del Gobierno es la persona mejor informada del país. Cada mañana recibe un dossier con las informaciones procedentes del CNI y de su propio Departamento de Seguridad en Moncloa. No puedo afirmar al cien por ciento que lo supiera, pero me resulta extremadamente improbable que el presidente no tuviera información del encuentro de la Policía con la entonces vicepresidenta segunda de la Asamblea de Madrid, en el cuarto de aquel Eroski. Tampoco me cabe en la cabeza que el presidente no supiera que el acta de la actuación policial había sido eliminada. Y bien, suponiendo que la presidenta padeciera una enfermedad como es la cleptomanía, ¿cómo es posible que el presidente del Gobierno permitiera su supervivencia política? ¿Cómo puede ser que los enemigos de Cifuentes –todos esos que están en el entorno de sus viejos amigos Esperanza Aguirre, Ignacio González y Francisco Granados, que por aquella época tenían control sobre las cloacas policiales– hayan puesto en manos de Inda ese vídeo tan humillante, en el que se mostraría a una persona enferma en comportamiento patológico? El problema ya no es, pues, de Cifuentes, sino del PP. De todos cuantos jalearon su comportamiento enfermizo, primero con las mentiras sobre su máster, luego con el victimismo sobre el hurto. De la buena gente cabe esperar que a alguien enfermo se le acoja, y que se le retire de las actividades que pudieran ser peligrosas para él o para otros. Si Cifuentes es cleptómana, el presidente del Gobierno debería haberla retirado como mínimo hace mes y medio, y la pandilla de macarras que le tenían ganas debería haber tenido algo de misericordia con ella y con su familia.
- Es un caso aislado. Un caso aislado no lo es cuando ya en la lista de casos hay decenas. El PP ha demostrado ya de forma suficiente ser un partido podrido por la corrupción. En Madrid especialmente. Desde el tamayazo hasta ahora no ha habido paz en ese partido. El PP de Madrid es sencillamente un lugar putrefacto. Y eso sólo se cura fumigando. Liquidando. Quemando si es necesario los lugares contagiados. Rajoy no lo hizo. Nadie lo hizo. Cifuentes ni podía ni sabía hacerlo. Es normal que el PP defienda la excepcionalidad de sus trapacerías mientras el jefe mantenga esa línea. Rajoy haría bien en reconocer que su famosa flema no da para más, y que permita a alguien nuevo renovar sus equipos. Sabemos que no lo hará de momento. Porque en su carácter está no sentirse culpable de los problemas de los demás. Pero está llevando al PP a una humillación innecesaria. No descartemos que alguien alce pronto la voz desde dentro para decir “basta ya” ante la indolencia y la inoperancia de Rajoy.
- Persecución personal. Sí, por supuesto. Pero a la política es mejor venir ya llorado de casa. La política es por definición una persecución del poder y por tanto una permanente confrontación – no siempre tan virulenta, pero confrontación a fin de cuentas– con el adversario que busca el mismo sillón. Es cierto que el ataque personal llega a un nivel más propio del cártel de Medellín en este caso, pero el victimismo del PP debería ser inmediatamente refutado. Todos los implicados en toda esta batalla cutre y cruel son de la misma pandilla: la pandilla del PP. Están implicados quienes no le dijeron a Cifuentes que se marchara porque es indigno que una presidenta trapichee con sus subordinados para conseguir un máster y mienta para defenderse cuando se descubre el tinglado. Están implicados los mafiosos que decidieron desempolvar el vídeo. Está implicado el partido que hace solo unos días la aplaudía en la mentira.
- Se acabó la historia porque ha dimitido. No. En primer lugar, a esta hora Cifuentes no ha dimitido ni como presidenta del PP ni como diputada de la Asamblea. Y debería hacerlo de inmediato. Pero en segundo lugar, no basta con su dimisión, porque el problema no es Cifuentes, sea una ladrona, una mentirosa, o una enferma de cleptomanía. El problema es el presidente de ese partido que ha permitido la lenta pero imparable decadencia de su organización. El hombre que se ha acostumbrado a sobrevivir en mitad del fango desde que hacía oposiciones a registrador de la Propiedad en su Galicia natal. El hombre frío e impasible que no tiene la más mínima audacia, aunque sea el presidente del Gobierno, para liderar un país tan anonadado como el nuestro.
Por eso, cuando alguien del PP recurra como un obediente soldado al argumentario de Génova en estos próximos días, el progresista que tenga enfrente podría pedirle sencillamente que no hiciera el ridículo de defender lo que es indefendible de todo punto. Y que mientras Rajoy presida esa organización decadente, de moral sería mejor que nadie hablara dentro de ella.