Desde la tramoya
Feminazis
La extrema derecha tiene una habilidad letal para seducir con sus marcos. Por ejemplo:
Si los progresistas exigimos que los poderes públicos defiendan y ayuden a las mujeres a que decidan sobre su maternidad sin imposiciones religiosas, entonces ellos son “provida”. Y nosotros, claro, pasamos a estar a favor de la muerte.
Si los progresistas defendemos que la igualdad pasa porque nuestros hijos e hijas sean educados en el mismo aula, entonces los conservadores abogan por la “libertad de elección de los padres” sobre la educación de sus hijos.
Cuando nosotros defendemos una ley de violencia de género que proteja específicamente a las mujeres de las agresiones de los hombres, entonces ellos defienden la “igualdad” ante los tribunales.
Los progresos que la humanidad ha hecho a favor de la igualdad de mujeres y hombres, impulsados todos ellos por los progresistas a lo largo de la historia y lo ancho del planeta, se convierten, tras el ejercicio de reenmarcado de los ultraconservadores, en movimientos “feminazis”, como los llamó el locutor ultraconservador Rush Limbaugh hace ya tres décadas. La huelga y la manifestación que hoy van a protagonizar las mujeres para defender las causas de la igualdad, se convierten en manos de los ultraderechistas en expresiones nazis.
Sería todo ridículo y cómico, si no fuera tan peligroso. Llevando la argumentación de los ultraderechistas al absurdo, estar a favor de la vida significaría que comerse un piñón es equivalente a cortar un árbol centenario. Que obligar a nuestros niños a estudiar lengua o matemáticas es vulnerar la libertad de los padres a elegir la educación de sus hijos. Que hacer leyes por la protección de los niños, o a favor de las personas con discapacidad, o aplicar impuestos distintos a los ricos y los pobres, es fomentar la desigualdad.
Por eso es crucial, defiendo yo frente al criterio de algunos de mis colegas, que a los fascistas los llamemos fascistas. Que desvelemos sus trampas. Que denunciemos los trucos. Que nos prevengamos de sus artimañas semánticas.
Hay dos referencias recientes para aprender a contrarrestar el discurso fascista. Una es el análisis que hace el maestro George Lakoff, a propósito del fascista por excelencia de nuestro tiempo: Donald Trump. El presidente de Estados Unidos es siempre el primero en enmarcar los asuntos: el muro como símbolo de protección frente al extranjero, los mexicanos como amenaza, la prensa como aliada del establishment…. Luego repite y repite, sin ceder ni un centímetro de territorio. Así desvía la atención de los asuntos que deberían avergonzarle, y controla la conversación. Lo hace rotulando con palabras sencillas marcos mucho más complejos: “fake news”, “spygate”, “crooked Hillary”, “failing New York Times”… Y recurriendo sin el más mínimo pudor a la hipérbole, echando siempre la culpa a otros. En The Guardian hay un artículo del profesor que resume su análisis.
Y un libro de ahora mismo, de Jason Stanley, cuya traducción española se ha titulado Facha: cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida. En el libro, tan atractivo como sobrecogedor, se listan los elementos del neofascismo rampante en todo el mundo: la apelación a un pasado mítico, la propaganda, el antiintelectualismo, la irrealidad, la jerarquía, el victimismo, el orden público, la ansiedad sexual… Si todos esos elementos suenan, es porque los tenemos aquí mismo, y es nuestra responsabilidad como progresistas denunciar sus falacias sin descanso.
Precisamente por el intelectualismo del que la izquierda siempre ha hecho profesión, tendemos a creer que las cosas son como son y que las exageraciones terminan siendo ineficaces. Que “la verdad” (nuestra verdad, por supuesto), finalmente se abre paso. No es cierto. La historia demuestra que el manejo inteligente de las emociones más primarias, el uso audaz del lenguaje y los símbolos, el miedo como pulsión y la autoridad como solución, son capaces de articular narrativas nefastas y muy poderosas.
El ejercicio casi hipnótico del fascismo, reciclado y adaptado a nuestro tiempo, está ahí amenazando, como lo estuvo en los momentos más oscuros de nuestra historia.