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Sacudirse las zapatillas

El presidente no solo se ha tomado cuatro días para reflexionar, como nos cuenta en su carta. También nos ha dado esos mismos cuatro días para que reflexionemos nosotros. ¿Y si dimite? ¿Y si se rinde? ¿Y si vence la infamia? ¿Vamos a aceptar que todo ese conglomerado, que va desde los grandes poderes económicos hasta el imberbe pijo de la plaza de Colón, pasando por los ultracatólicos, los panfletos mentirosos de la extrema derecha, los círculos empresariales, los jueces más recalcitrantes y militantes… logren el objetivo de deslegitimar a un Gobierno que dirige un país progresista, avanzado, solidario, pacifista y próspero?

Nos emplaza al lunes, sí, pero nos propone una conversación seria desde el mismo miércoles por la noche. No creo que la carta sea el vehículo de un acto de arrogancia, ni una mera y fría táctica electoral (aunque raro sería que no tuviera también ese componente estratégico). Es una llamada a la reflexión general. El enemigo es el de siempre desde 1936: la España más recalcitrante que se rebeló frente a la victoria de las fuerzas republicanas de la izquierda, que dirigió la España más aislada y oscura durante cuatro décadas, que se levantó contra la democracia en 1981, que conspiró contra Felipe González (y le venció) entre 1993 y 1996, que nunca aceptó plenamente la victoria de Zapatero, y menos aún la presidencia de Sánchez, ambos considerados ilegítimos.

Si ante tanta ignominia, que incluye infundios directamente dirigidos a su esposa, el presidente no ve un cierre de filas, dimitirá. No tengo duda. “Y si alguno no recibiera ni escuchara vuestras palabras, saliéndoos afuera de aquella casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies”, dicen las Escrituras. Los toreros también sacuden sus zapatillas si se sienten incomprendidos en la faena.

En esta repentina llamada a la reflexión, lo que está en juego es más que la permanencia de un gobernante específico: está la capacidad de los progresistas para resistir ante el ataque tramposo y desmedido de los reaccionarios de siempre

Sacudir el polvo es lo que amenaza con hacer el presidente. Porque dirigiendo un país en la senda correcta, modelo de convivencia en el mundo, seguro y garantista, sin graves brechas sociales, con una economía razonablemente estable, resistiendo al populismo extremista rampante en el resto del mundo, estamos todo el día hablando de auténticas gilipolleces, la última de las cuales es la actividad privada de su esposa, de cuya honradez nadie serio duda de verdad.

Pedro Sánchez nos está diciendo a todos, directamente y sin encabezados ni florituras ni solemnidades, que él va a pensar; pero que pensemos todos. Que defendamos a este país nuestro de la carcundia reaccionaria que cree que el gobierno le pertenece por definición.

Se están organizando actos de apoyo para el fin de semana. Y deberíamos secundarlos. Sigamos por una vez el improbable consejo de José María Aznar: "El que pueda hablar, que hable, el que pueda hacer, que haga, el que pueda aportar, que aporte, el que se pueda mover, que se mueva.”

Porque en esta repentina llamada a la reflexión lo que está en juego es más que la permanencia de un gobernante específico: está la capacidad de los progresistas para resistir ante el ataque tramposo y desmedido de los reaccionarios de siempre.

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