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El mono infinito

Ya nadie tose en el teatro

Cartoncillo QueQué

En la cola del teatro ya nadie fuma. Una pareja pasea al lado de los futuros espectadores. Oigo que él le dice a ella: “A estos bien que les dejan entrar ahí, pero al fútbol yo no puedo ir. ¡Y es al aire libre!” Me hace gracia el comentario y sonrío más de lo que lo haría sin mascarilla. Observo que el autor de la frase lleva un cinturón con los colores de la bandera y que, probablemente, unas horas antes estaría tocando el claxon enfurecido no muy lejos de allí. Me autocensuro el chascarrillo. Ya nos han robado -o les hemos regalado- demasiadas cosas. El fútbol, no, no jodamos. Es domingo, son las cinco y pico de la tarde, no se puede entrar ni salir de Madrid, ni ir al Metropolitano, pero se puede ir al teatro.

Viajar es de pobres

Dentro de la sala ya nadie tose. Ojo, tres horas de función. Si nos dejan, habrá que volver al teatro cuando llegue el invierno para corroborar este extraño fenómeno. “¡Al teatro se viene tosido!”, cuentan que gritó una vez Sacristán en mitad de una obra. Quizá antes mucha gente tosía en el teatro por la misma razón por la que mucha gente suelta estupideces en las redes sociales: para llamar la atención. Los actores se colocan la mascarilla antes de bajar la acción al patio de butacas. La señora que está a mi lado -bueno, a una silla vacía de distancia- hace que me acuerde de un verso de Lichis cuando aún era La Cabra Mecánica: “Es domingo y la gente en el cine ríe cuando no debe”. Quizá la risa a destiempo es la nueva tos. Llega el primer descanso y salgo a fumar (y a toser). Una pareja discute. Ella le había comprado la entrada al padre de él, y este ha llegado tarde y no le han dejado pasar. “Ya sabes cómo es”, dice él. “No, si ya”, contesta ella. Al teatro se viene tosido y con tiempo.

A la salida ya nadie comenta en corrillos lo que acaba de ver. Queda algo más de una hora para que cierren los bares y parece que la gente opta por ir a contagiarse a su casa. La obra me ha contado la historia del capitalismo y creo que si me hubiesen medido la temperatura corporal al salir habría sido más alta que al entrar. A mí el capitalismo se me apareció en todo su esplendor hace algunos años en Nueva York, igual que a Jorge Fernández Díaz se le apareció Dios en Las Vegas y le convenció de que fuese un poco más de derechas. Cuando entré a no sé qué museo amenazaba lluvia. Un tipo vendía paraguas en una esquina. “Umbrella, five dollars!” Cuando salí del museo llovía con ganas. Y ahí seguía el tipo que vendía paraguas: “Umbrella, ten dollars!” Es el mercado, amigo.

La obra era Lehman Trilogy y ahí va mi crítica: si puedes, vete a verla, es una jodida maravilla. Y vete sin miedo. Ya nadie tose en el teatro.

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