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Quedarse en X o irse: política y medios marcan distancias con la red que revolucionó la información

El mono infinito

El rap de Mateo

Héctor de Miguel Quequé nueva.

Un ranciofact recurrente en los medios de comunicación patrios, ya en desuso, consistía en publicar una nota sobre leyes absurdas aún vigentes en algunos estados norteamericanos, como que en Wisconsin está prohibido disparar mientras se alcanza el orgasmo y movidas así. El hecho de insinuar que los habitantes del imperio son, en su mayoría, medio lelos es algo que a los españoles nos ha reconfortado durante años. En cambio, que nuestro Código Penal incluya pintorescas y medievales excentricidades como el delito de injurias a la Corona o el de enaltecimiento de algo que ya sólo existe en los congresos del PP, no suele ser noticia en The Washington Post; hasta que un día meten en la cárcel a un tipo por jalear al GRAPO y afirmar que el emérito ens roba y, entonces sí, los medios internacionales miran a España y gozan como nosotros cuando despreciamos al norteamericano medio.

No derogar leyes extemporáneas también debería ser Marca España. Los guías turísticos podrían contarles a sus greyes que aquí te puedes meter en tremendo lío por publicar una caricatura de miembros de la realeza follando, por promocionar un espectáculo teatral con la imagen de un torero condenado por matar a una persona mientras conducía borracho, o por loar en un rap a bandas terroristas ya extintas. Al fin y al cabo, cuando uno turistea lo que espera es confirmar los tópicos que maneja a priori del sitio a donde va. Y qué más quiere el turista tipo que irse de aquí corroborando que hablamos muy alto, que hace sol y que el fascismo duró más que en ningún otro lugar de Europa. Luego habría que explicarles que un juez te puede mandar a la cárcel por exclamar “Gora Alka-ETA” pero que sería improbable que lo hiciera por gritar en una manifestación neonazi (paradójica palabra) que la culpa de todo la tienen los judíos. Si no flipa con eso un yanqui, yo ya no sé nada.

Lo que más choca de estas subyugantes leyes arcaicas, empero, es su incierta fecha de caducidad retroactiva: no se te ocurra llamar ladrón a un rey ladrón si participaste de su siglo, porque podrías acabar tus días compartiendo celda con el tesorero de algún partido político cuya sede, como su ideología, está en venta. Mas aún no se ha conocido el caso de alguien que acabe en la sombra en nuestros días por decir que Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos I, bisabuelo de Felipe VI, fue un corrupto mamacallos cagalindes que bien hubiese merecido que el plan que quedó escrito en un árbol de El Retiro saliese adelante. Nos pueden robar el futuro con leyes infectas que ni siquiera los partidos de izquierdas se atreven a derogar, incluida esa ley mordaza de la que hoy se benefician quienes nos prometieron acabar con ella; pero, de momento, no se atreven a impedir que nos cisquemos en un pasado reciente del que cualquier territorio, incluido Wisconsin, se avergonzaría. Ojalá liberen pronto a Pablo Hasél y escriba el rap de Mateo Morral.

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