El mono infinito
El show de Trump
Ganó Biden y aquí va mi gran análisis sobre las elecciones norteamericanas, condensado en una frase que tomo prestada de los magníficos guionistas de Locomundo: la mayor y quizá la única razón para votar a Biden es que no era Trump. Y aun así, al loco del pelo naranja le votaron seis millones de personas más que en la elección anterior, con notables y sorprendentes subidones entre mujeres y gentes latinas. Ya sé que alegrarse en público por la victoria de Biden está mal visto entre el rojerío más selecto, que insiste en la consabida tesis ochentera de “la misma mierda son” y sigue coreando el “OTAN no, bases fuera” en la intimidad. Mi utilitarismo, sin embargo, me lleva a brindar por la victoria demócrata e incluso a celebrar que uno de los conductos de entrada del rock en España fuera por la vía de las bases colonizadoras. Y no niego que esté disfrutando un poco con el decadente final del supuesto hombre más poderoso de la tierra. Ver al prototipo de macho alfa winner lloriqueando en Twitter porque le han jodido la fiesta me reconforta igual que cualquier película americana en la que al final ganan la bondad y la justicia. Así de colonizado culturalmente me tienen esos gringos.
Pero no todo iba a ser tan fácil en 2020. Una semana después el presidente sigue sin reconocer la derrota y algunos medios norteamericanos ya hablan de su deriva dictatorial, algo de lo que él mismo venía advirtiéndonos en todos los mítines de su campaña. De momento, la guerra está en los tribunales. Los seguidores de Trump esperan instrucciones y van armados. Probablemente las acusaciones de fraude electoral de Trump sean los últimos estertores de una pieza abatida, pero como decía el médico de Amanece que no es poco cuando veía a alguien morirse: “¡Qué irse! ¡Qué apagarse! Estoy disfrutando muchísimo”. El show de Trump, que empezó en 2004 en la NBC, puede que tenga un final a la altura del personaje (“You’re fired!”), y sin embargo en EEUU quedará el trumpismo, igual que quedó el mourinhismo en el Madrid, el peronismo en Argentina o el puigdemontismo en Cataluña. Son sus dedos inefables los que señalan el camino.
La suerte que tenemos es que nos hemos acostumbrado tanto a las series que nos sobresaltan cada quince minutos y a un año tan plagado de giros de guión que ya no esperamos un final feliz al estilo Hollywood, sino algo más contemporáneo. Si a un tarado le da por atrincherarse en la Casa Blanca y a sus seguidores por defenderle a fuego, haremos unos cuantos memes y a dormir, no nos pidan más. Son muchos acontecimientos históricos en poco tiempo, tantos como series que marcan un antes y un después. Recuerdo que a principios de la pandemia Charlie Brooker, uno de los creadores de Black Mirror, declaró que el cuerpo no le pedía seguir escribiendo “historias sobre sociedades desmoronándose”. Gracias, Charlie. Y además, quién querría pagar por eso, si lo dan gratis y en abierto en la CNN.