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Harán falta muchos más 'Open Arms'

La obscenidad de ver durante más de una semana a casi doscientas personas rescatadas de esa fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo sin que ningún gobierno europeo les permita desembarcar, vuelve más amarga la cerveza del aperitivo y deja mal sabor de boca. Más valdrá que nos preparemos porque van a hacer falta muchos más Open ArmsOpen Arms, y más todavía si las instituciones hacen una irresponsable dejación de funciones como la que estamos presenciando.

Verano tras verano se muestran imágenes parecidas a las que la sociedad empieza a ser inmunes. Lo que quizá no se entienda aún es que algunas de las causas que llevan a la desesperación de atravesar África y lanzarse al mar no son solo un problema de países que se han quedado colgados en la periferia de la globalización, sino que son cuestiones de fondo que desafían al conjunto del planeta y que quizá puedan paliarse, pero difícilmente van a desaparecer. Solo en 2011 las migraciones provocadas por el cambio climático superaron los 40 millones de personas, y según ACNUR en los próximos 50 años entre 250 y 1.000 millones de personas se verán forzadas a mudarse de territorio por razones climáticas. Si se pone atención a los movimientos que se dan dentro de cada país, según el Observatorio de Desplazamientos internos, el cambio climático provoca más desplazamientos que las guerras, lo que le convierte en primera causa de traslado forzoso dentro de las propias fronteras. El informe Groundswell del Banco Mundial habla de que en 2050 más de 140 millones de personas podrían verse obligadas a migrar dentro de sus países debido a la crisis del clima, lo que ha dado lugar a la expresión de “desplazados climáticos”.

Con la denominación de “migrantes climáticos” la Organización Internacional de las Migraciones definió ya el fenómeno en 2011 como “Persona o grupos de personas que, debido a la degradación ambiental relacionada con el cambio climático, de aparición repentina o de desarrollo lento, que afecta negativamente a su vida, se ve ante la necesidad de abandonar su hogar, temporal o permanentemente, de manera individual o colectiva y a nivel interno o internacional”.

No obstante, es sabido que las migraciones raramente pueden asociarse con una sola causa. Son un conjunto de factores los que hacen que finalmente una persona tome la decisión de abandonar su tierra y sus gentes para lanzarse a una aventura. Entre ellos se encuentran con frecuencia las guerras, problemas económicos o políticos, pero muchas veces detrás de estas causas hay una previa, la crisis climática, que suele permanecer invisible. Por ejemplo, hoy conocemos que ese fenómeno se hizo presente en la guerra de Siria. En septiembre de 2010 una sequía en el noroeste de dicho país sumió a millones de personas en la extrema pobreza. Unos meses después, en marzo de 2011, empezó la guerra, con las primeras revueltas en los lugares más secos del país. No faltan tampoco estudios que relacionan fenómenos como el Niño con las guerras civiles tropicales, y cada vez es más evidente la huella del cambio climático en conflictos como Darfur.

Es el mismo cambio climático que explica que toda Europa esté sufriendo cada vez más y más intensos fenómenos extremos como olas de calor, gotas frías o temporales. El mismo que está obligando ya a modificar patrones agrícolas, a transformar por completo el modelo energético y a iniciar una transición ecológica de todo el sistema económico. Desde las pérdidas por sequía en la agricultura, hasta los desfases de calendario y logística en la industria de la moda, pasando por la ya confirmada afección del cambio climático sobre la salud, este imparable tsunami ha llegado para transformarlo todo. Aunque de forma más lenta de lo deseable y con menos transversalidad de lo necesario, contamina ya diferentes aspectos de las administraciones públicas. Como muestra, en su Informe Anual de Seguridad Nacional 2018, el Gobierno de España afirma que “España se está viendo y se verá afectada, en cuanto a la intensidad y frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, por el cambio climático”, para a continuación citar que lo que más incidencia tiene en la península son las inundaciones, sequías e incendios forestales. Sería deseable profundizar en esta relación entre seguridad nacional y cambio climático, como están haciendo ya otros países.

El conjunto del planeta sufre y sufrirá las consecuencias de un cambio que transforma por completo la biosfera, el lugar del que dependemos y el que nos provee de agua para beber, aire para respirar o alimentos para vivir. Pero hay una enorme diferencia: los países que con un modelo desarrollista insostenible han contribuido más a este desastre ambiental tienen más medios y posibilidades de adaptarse al desafío. Por el contrario, aquellos que, a causa de su menor industrialización, han tenido menos responsabilidad, también tendrán menos probabilidades de afrontarlo.

Sus desdichados habitantes vienen y seguirán viniendo, aunque en una dimensión que no debería ser un problema. Como afirma Francesca Fritz-Prguda, representante en España del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados en esta entrevista, “Las 58.000 llegadas marítimas del año pasado no deberían ser una emergencia para un país como España. Pero si lo combinas con la falta de previsión y preparación, se convierte en una situación de crisis de respuesta institucional”. En efecto, un mínimo de responsabilidad implica calibrar su dimensión actual en su justa medida, prever la evolución futura con todo el conocimiento que ya existe al respecto, afrontar el desafío y poner en marcha políticas razonables que pasan por conocer bien el fenómeno, gestionarlo con perspectiva global y considerarlo una oportunidad para la inevitable adaptación al cambio climático que hay que poner en marcha con urgencia. Esto, que puede sonar buenista, lo dice también el Banco Mundial en su informe Groundswell: “La migración puede ser una estrategia de adaptación al cambio climático si se gestiona cuidadosamente y se respalda mediante políticas de desarrollo adecuadas e inversiones específicas.”

La responsabilidad de los Estados en un mundo global

Se ha generado una visión de la movilidad de las personas –tan antigua como la propia humanidad– como una amenaza. Y como tal, más temible para aquellos sectores de la población más vulnerable, labrando así un enorme campo de cultivo para el populismo y la extrema derecha. Solo hay que ver el mapa electoral español y comprobar cómo la presencia de población inmigrante ha tenido un efecto importante en los resultados de los radicales derechistas. En su controvertido No society. El fin de la clase media occidental (Taurus), Christophe Guilluy lo explica así: “La cuestión de la regulación de los flujos migratorios, o la de las fronteras, presentada como un enfrentamiento entre el campo del bien y el campo del mal, en realidad enfrenta desde hace décadas a dos concepciones políticas: la de las categorías superiores, que quieren protegerse de los efectos de la inmigración practicando el rechazo residencial (no se vive en los mismos inmuebles) y el escolar (no se escolariza a los hijos en los colegios que acogen a una mayoría de niños procedentes de la inmigración), y la de las clases populares (sean cuales sean sus orígenes) que no disponen de medios para atravesar esta frontera invisible”.

Los movimientos migratorios, multiplicados por ese catalizador que es el cambio climático, desafían a este modelo de desarrollo y por tanto, al conjunto de la sociedad. Entre otras cosas, porque dejan a la luz muchas de las contradicciones previas y hacen emerger enormes brechas de desigualdad.

Acabo igual que la semana pasada: ¿Hacen falta más motivos para llegar a un acuerdo de gobierno que haga frente a esta barbarie?

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