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En Transición

En política, como en el clima: No avanzar es retroceder

La crisis climática llega a una velocidad inusitada y con una violencia mayor de la esperada. Nuestras ciudades, campos, montañas, costas, inviernos y veranos se están viendo ya azotados por lo que todo lo cambia, como llama Naomi Klein al calentamiento global. Esta y otras consecuencias de nuestro estilo de vida han sido analizadas con profusión, ciencia, conocimiento y compromiso en unas jornadas organizadas por la Fundación César Manrique, dentro del centenario del nacimiento del genial creador, dedicadas a estudiar el Antropoceno.

Mientras esto ocurría, en Madrid se preparaba una contundente respuesta ciudadana en defensa de Madrid Central, la iniciativa puesta en marcha por el Ayuntamiento de Carmena para limitar el tráfico en el centro de la ciudad, que se ha mostrado claramente eficaz, como muestran numerosos informes tanto de ésta como de las 280 zonas similares declaradas en Europa. En el caso de la capital española, resulta curioso recordar que, inicialmente, las controvertidas limitaciones al tráfico fueron considerada por muchos sectores como una tímida medida de mínimos, sobre todo si se tiene en cuenta que afectan únicamente a 4,7 km, frente a los 88 kilómetros cuadrados de la zona de bajas emisiones de Bruselas, por ejemplo. Sin embargo, pese a lo limitado de su extensión, su eficacia demostrada y sus beneficios para la salud de las personas, el nuevo ayuntamiento de las tres derechas no ha dudado en hacer de Madrid Central un ejemplo de hasta dónde están dispuestos a llegar. No les van a doler prendas a la hora de acabar con todo lo que la izquierda puso en marcha, aunque sea al precio de asfixiar a los madrileños: 10.000 muertes prematuras anuales relacionadas con la contaminación atmosférica según el Instituto de Salud Carlos III, una joya de la que dispone la investigación española.

Inestabilidad política y daños irreparables

En el caso de la contaminación atmosférica, como en el de la emergencia climática, no avanzar es retroceder, agravar las causas, acortar el tiempo de reacción y, en definitiva, profundizar en el desastre. Podría considerarse que forma parte de la frivolidad en que se está viendo envuelto el juego político, si no fuera porque nos va la vida en ello. Si entendiéramos que la crisis climática no es un problema de futuro sino de presente, que no amenaza al planeta sino a los humanos como especie, y que necesitamos del mejor conocimiento experto puesto al servicio de la toma de decisiones democráticas, entonces probablemente ningún político osaría menospreciarlo ni la ciudadanía se lo permitiríamos.

Esta emergencia climática, con todas sus derivadas, es un fantástico ejemplo de la necesidad de más y mejor política hoy. Los retos que tenemos que asumir, la transición que hay que acelerar y las políticas que hay que poner en marcha para que en ese cambio de modelo nadie quede atrás exigen de la máxima altura política y la mayor ambición y celeridad posibles, algo que debe estar pasando desapercibido en las actuales negociaciones para formar gobierno. Más de dos meses después de haber emitido nuestros votos, aquellos que tienen en su mano la puesta en marcha de estas políticas andan enredados en pequeños tacticismos, obviando que vivimos en un momento en el que necesitamos estrategas y estrategias. La transición ecológica, como otras, ya ha comenzado, pero los criterios que la han de dirigir son de naturaleza estrictamente política y dibujan hoy un terreno político en disputa. Es decir, la transición ya está aquí y se acelerará,  pero no será igual si la gobiernan unos u otros, las izquierdas o las derechas, quienes se sienten comprometidos por una idea de solidaridad y de que nadie quede atrás o quienes pregonan el sálvese quien pueda.

Si las fuerzas políticas de la izquierda son conscientes de esto, y no tengo duda de que así es, no se entiende que anden jugando con luces cortas. Madrid Central es sólo un aviso de hasta dónde se puede llegar.

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