Buzón de Voz
Jimena y el terror
Jimena tiene once años y un montón de miedos. Es aparentemente feliz. Ríe, y juega, y grita. Y piensa. (¡Lo que uno daría por saber en qué cuando deja perdida la mirada!). Y se hace preguntas constantemente. Algunas hasta en voz alta. “¿Sabes lo que ha pasado en París?” Y tú respondes que sí, pero que no se preocupe, que todo está controlado, que duerma tranquila. Este lunes, temprano, viaja a Dublín para vivir un mes con otra familia. Para aprender y pensar en inglés, porque los padres creemos que ese esfuerzo servirá para perder miedos y ganarse la vida algún día. Faltan sólo unas horas para dejarla en el aeropuerto, y se cruza el inesperado horror de París. Y las preguntas sin respuesta fácil. La incertidumbre sobre lo sucedido y sobre lo que nos espera, y la certidumbre de que hablar y pensar en inglés, o en francés o en español, no es un blindaje contra el fanatismo ni una garantía para comprender lo incomprensible.
Jimena se ha enterado de lo ocurrido por las redes. Por Instagram, donde antes de conciliar un sueño agitado vio imágenes de ambulancias y escuchó sonidos de disparos y explosiones. Por su grupo de whatsapp, donde se comentaba que “unos chicos habían disparado contra todos los que bailaban en una discoteca”. Esa pantalla (que maneja como una tercera mano) está inundada de hashtag como #ParisAttacks #TodosSomosParis #PrayforParis o #FranciaSomosTodos. Ese gesto delator del padre que desconecta el ordenador, la radio o la tele (alguna tele) para que Jimena no escuche el horror es perfectamente inútil. La información y la desinformación tienen ya otros mil cauces propios.
Jimena interroga con un tono de voz normal, como si preguntara si le has cogido su cargador del móvil o si te has acordado de traerle sus galletas. “¿Pero por qué matan?” “¿Pero es verdad que uno de ellos se ha suicidado con bombas en el cuerpo?” “¿Y pueden hacer lo mismo en Dublín?”
Jimena escucha atenta las respuestas, esas respuestas que uno pretende razonables, tranquilas, esperanzadoras, maduras, optimistas. Uno sólo procura advertirle contra los fanatismos, los sectarismos, contra la inutilidad y la injusticia de las guerras, contra la locura absoluta del terrorismo, contra la confusión entre creencias religiosas y pura barbarie…
Jimena estudia HCR (historia y cultura de las religiones), y a sus once años sabe respetar la fe del otro, aunque a veces se quede mirando por la calle a una niña de su edad que lleva una prenda parecida al velo que aparece en esa foto en blanco y negro de la abuela de su padre. Jimena sabe que no hay creencia que pueda justificar la violencia contra ningún semejante, y ya ha escuchado muchas veces que no hay nadie más parecido a un fanático que otro fanático, ni nadie más igual a un pobre que otro pobre, de cualquier raza o religión, en cualquier idioma.
Jimena, con once años, tiene miedo a los aeropuertos y a las grandes ciudades, pero no tanto por los coches o los aviones, sino por los terroristas. A Jimena no se le puede aún explicar que el horror de París quizás fuera inevitable, pero que ha habido fallos en los servicios de seguridad. Que ni con once años ni con 53 es fácil aceptar que una de las grandes potencias del mundo haya sido incapaz de conocer los preparativos de unos atentados que exigían movimientos precisos durante semanas o meses por parte de ciudadanos franceses empapados de un fanatismo violento.
Jimena (como todos los demás) está leyendo y escuchando mensajes de gente importante que describe todo esto como “una guerra”. Y seguramente verá o escuchará a quienes califican de “ingenua”, “buenista” y hasta “gilipollas” (diario ABC de este sábado, página 6) la actitud de quienes mantenemos que la única herramienta que se ha demostrado inútil (y contraproducente) frente a la barbarie es la barbarie. Y que lo único que no podemos hacer es tenerle miedo al miedo.
Jimena tiene una hermana tres años mayor, Sara. Acaba de hacer un trabajo (antes de arder París) para la asignatura de Expresión Oral y Escrita. Ha presentado un discurso sobre el miedo y la ansiedad. Y lo finaliza así: “El estrés y la ansiedad pueden exigir tratamientos profesionales, médicos o psicológicos. Sin embargo, al miedo se le puede vencer con un arma que es el conocimiento. Cuanta más información tengamos, cuanto más sepamos sobre las causas de ese miedo, más fácil y rápidamente podremos superarlo”. Ha sacado Sara una nota excelente en el control de Expresión Oral. (Aunque algún columnista de ABC considerará el discurso en el camino perfecto para convertirse en “gilipollas”).
Jimena volará a Dublín, y, queramos o no queramos, poco a poco o demasiado deprisa seguirá informándose. Sobre la vida, sobre Europa, sobre Siria, sobre democracia, sobre derechos humanos, sobre populismos, sobre fanatismos, sobre la desigualdad, sobre la guerra… Sobre lo que su hermana transmite mucho mejor que su padre: la absoluta seguridad de que la democracia y el conocimiento son más fuertes que el terror.