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¿Pero qué le pasa al PSOE?

El PSOE ha perdido algo más de la mitad de sus votantes desde las elecciones de 2008. En siete años, uno de cada dos votantes ha abandonado al partido socialista. En 2008, el PSOE consiguió 11.289.355 votos; en 2015, 5.530.779. El descenso no se ha detenido a pesar de que el partido ha estado en la oposición desde diciembre de 2011.

En un partido vivo, una tendencia negativa como esta habría activado todas las alarmas. Se habrían constituido grupos de trabajo plurales, con gente de dentro y de fuera del partido, se habría consultado a expertos, se habría abierto un gran debate, tratando de encontrar una respuesta y un remedio. Nada de esto ha sucedido en el PSOE. El partido, por no tener, ya ni tiene una fundación que se ocupe de los grandes temas políticos e ideológicos y desde la cual se puedan generar ideas y alternativas. El encefalograma intelectual del PSOE es casi plano.

Debate serio y de fondo apenas hay. Hasta el momento, no he sido capaz de encontrar un análisis mínimamente solvente procedente de las filas del PSOE que explique la profundidad de la caída en los apoyos que recibe.

En lugar de un debate abierto y con contenido, la iniciativa la ha tomado un grupo de barones territoriales que conspiran en contra del secretario general del partido, por primera vez elegido por la militancia (y elegido hace bien poco, en julio de 2014, con el apoyo, por cierto, de muchos de quienes ahora quieren deshacerse de él). El discurso político de estos barones se articula en frases que caben en un titular de periódico y suelen apelar al “España se rompe” para exorcizar a los espíritus secesionistas, en un registro que recuerda bastante al del PP en su campaña contra el Estatuto catalán. Estos barones creen que el pacto de izquierdas es un error y que el problema del PSOE es de liderazgo. Con otro líder, piensan, las cosas irán mejor. Así, apuestan por elecciones anticipadas, con la confianza de que el PSOE remontará con un candidato distinto. ¿Es un diagnóstico realista de la situación actual?

No está de más recordar que desde 2008 el PSOE ha tenido tres líderes, José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba y Pedro Sánchez: ninguno de los tres ha podido evitar la caída. ¿De verdad alguien piensa que por elegir a otro líder, aupado mediante los juegos de poder de estos barones que controlan buena parte del aparato del partido, el PSOE va a remontar?

Supongamos, en cualquier caso, que la operación conspiratoria de estos barones tiene éxito, ponen a un líder con más fuerza que Sánchez y, ya es suponer, el PSOE, en unas nuevas elecciones en primavera, consigue avanzar cuatro o cinco puntos, rompiendo la tendencia bajista de los últimos siete años. Aun así, volverá a plantearse el dilema de cómo formar gobierno y Podemos estará todavía ahí. La posibilidad de que el PSOE pueda gobernar en solitario, sea quien sea el líder, es remota.

Francamente, creo que el problema del PSOE no es de liderazgo. Puede que con otro líder las cosas vayan algo mejor, pero el problema de fondo es más profundo. El PSOE, en mi opinión, tiene graves dificultades para hacer creíbles sus propuestas. Buena parte del electorado de izquierda y centro izquierda está de acuerdo con las mismas, pero piensa que si el PSOE llega al poder, no las pondrá en práctica. El origen de esta desconfianza es el siguiente: en los dos periodos en los que el PSOE ha gobernado, ha habido conflictos serios en torno a si las políticas realizadas desde el poder eran acordes con sus principios socialdemócratas o se habían desviado hacia posiciones liberales. Pasó en la etapa de Felipe González, como se vio con la huelga general de diciembre de 1988 que paralizó el país, y pasó con José Luis Rodríguez Zapatero tras el paquete de recortes impuesto por las instituciones europeas en mayo de 2010. En ambos casos, se produjo posteriormente un fuerte ascenso de las fuerzas más a la izquierda: IU creció mucho en la primera mitad de los noventa y Podemos en estos últimos años. Por limitarnos a la etapa más reciente, muchos votantes socialistas no entendieron que, además de los recortes, la reforma de las pensiones, la reforma del mercado laboral y la reforma constitucional del artículo 135, no se llevaran a cabo políticas para acabar con las injusticias en el reparto de sacrificios y para paliar las situaciones sociales más extremas, todo lo cual dio lugar a un aumento de la desigualdad sin precedentes en nuestro periodo democrático.

¿Pactar qué?

A mi juicio, el PSOE no volverá a sus niveles de apoyo anteriores mientras no dé pasos para resolver su problema de credibilidad. Dicho problema, como antes he apuntado, no va a desaparecer de la noche a la mañana por el hecho de que se cambie de líder. Creo, más bien, que el PSOE, con Sánchez o con quien sea, puede empezar a salir de su agujero si apuesta por una alianza de izquierdas que se traduzca en políticas distintas a las realizadas hasta ahora, más ambiciosas y claramente orientadas a combatir la desigualdad. Si se estudian los programas económicos y sociales de PSOE y Podemos, se verá que las diferencias no son insalvables. De hecho, el grado de solapamiento es muy alto. De lo que se trata en estos momentos es de que los dos partidos sumen fuerzas para que esas políticas se hagan realidad y la ciudadanía de izquierdas (que sigue siendo la mayoría social de España) recupere la ilusión y la confianza.

Una alianza de izquierdas es además la opción favorita de la opinión pública. Así lo avalan las encuestas desde hace un año y así lo ha vuelto a mostrar la encuesta de esta semana de MyWord para la Cadena Ser. Y no es una opción insólita, como muestra el reciente ejemplo de Portugal (aunque allí las condiciones eran más favorables en términos parlamentarios).

Es evidente que surgirán múltiples resistencias a un pacto de esta naturaleza, fuera de la izquierda, pero también en el PSOE y en Podemos. El factor humano (los dirigentes de Podemos y el PSOE) puede ser determinante y hasta ahora todos los análisis se están centrando en él. Pero conviene coger un poco de perspectiva y entender lo que hay en juego políticamente más allá de las tácticas y añagazas que emplean unos y otros en un espectáculo hasta el momento poco edificante, y más allá también del nombre y apellidos que tengan los protagonistas que puedan sellar esa alianza.

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