Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
El artículo que Pablo Iglesias y Yolanda Díaz deberían leer
A mí esta semana me tocaría estar escribiendo sobre el destrozo sanitario que Isabel Díaz Ayuso ha perpetrado en Madrid, frente al que la ciudadanía se va a manifestar este próximo domingo; sin embargo, aquí me tienen, a vueltas con las movidas internas de la izquierda. Algo, por cierto, que he tratado de evitar todos estos meses, porque lo que es jugoso periodísticamente no siempre coincide con los intereses de las personas que quieres, esas que se levantan pronto, esas que miran preocupadas los precios, esas que cuando se enteren de este jaleo, arrugarán el gesto y me dirán: “pero qué me estás contando”. Y ya está. Este debería ser el resumen de este artículo, de este asunto, lo que más debería pesar.
La cuestión es que el problema es serio, muy serio. Si en las próximas elecciones generales el espacio de la izquierda concurre unido, hay posibilidades de reeditar el Gobierno progresista junto al PSOE. Si concurre separado, es decir, Sumar por un lado y Podemos por el otro, no existe posibilidad de continuidad para este Gobierno. La configuración del sistema electoral lo haría imposible, ya que el tercer escaño, en multitud de provincias, que se disputará con la ultraderecha, se perdería por la división del voto. No reeditar este Gobierno significaría que la derecha accedería a la Moncloa, pero no una derecha normal. Una derecha con un líder débil a expensas de Vox y de Ayuso, una derecha que, como no me canso de contar por aquí, tendría un componente autoritario y de regresión democrática. No es una exageración, no hablamos tan sólo de unas medidas duras de ajuste económico al estilo Rajoy, hablamos de algo más oscuro, más inquietante.
Pero la cosa no acaba aquí. Nadie parece querer advertir que vivimos un momento de especial relevancia tras haber salido de una pandemia y estar en medio de un conflicto bélico, acontecimientos que han provocado que los guardianes de la ortodoxia neoliberal de la UE hayan tenido que aflojar las cadenas y que, más allá, se haga imposible volver a las recetas austeritarias, como ha demostrado el descalabro de Liz Truss en el Reino Unido. Por primera vez en los últimos cuarenta años, existe una posibilidad real de traer de vuelta una cierta organización productiva, de llevar a cabo la idea de que la soberanía popular ponga orden sobre la economía. La situación de gran peculiaridad que atravesamos otorga a España un papel preponderante por su situación geográfica y energética: podría ser una oportunidad inédita para salir fortalecidos de una crisis mundial. El momento es ahora y no cabe la posibilidad de postergarlo.
Por estas dos cuestiones de gran relevancia, la amenaza de un gobierno reaccionario y la posibilidad de dar carpetazo a lo neoliberal, las siguientes elecciones son claves y no admiten que nadie en la izquierda las desestime, calculando de manera cortoplacista un nuevo liderazgo tras un mal resultado. Los militantes de la izquierda deberían tener claro que esto no es un partido de fútbol, una excitante confrontación en la que elegir trinchera y repetir la consigna conveniente para justificar la desunión, sobre todo porque millones de votantes progresistas pueden salir espantados o quedarse en su casa. En una situación de incertidumbre, de creciente carestía de la vida, de agitación tras unos años muy difíciles, lo que los ciudadanos aprecian por encima de todo es la garantía de estabilidad.
¿Qué es lo que ha pasado para que en este último año el espacio de Unidas Podemos esté prácticamente roto, restándole como único pegamento sus tareas en el Ejecutivo? La respuesta corta es que algo se ha hecho decididamente mal. La larga es que, en política, las sucesiones nunca están exentas de problemas y si los liderazgos resultantes no son fuertes y claros, traen conflicto. Pero liderazgos, ¿de qué? En la respuesta a esta pregunta se halla la clave del desaguisado: ni Pablo Iglesias ha dejado de ser líder, ni Yolanda Díaz ha comenzado a serlo. Para mandar es necesario que el poder recaiga sobre una persona o sobre tres, nunca sobre dos. Para mandar es necesario que existan unas reglas claras que regulen las atribuciones de quien dirige. Pero, sobre todo, para mandar es necesario saber sobre lo que se manda. Y de Pablo Iglesias sabemos que manda sobre Podemos, aun a título moral, pero de Yolanda Díaz desconocemos todavía sobre quién manda exactamente. Atiendan a los años finales de la República romana si tienen dudas al respecto.
Todo tiene un inicio y el inicio de esta historia se sitúa en mayo de 2021. Cuando Pablo Iglesias se presenta como candidato a las elecciones madrileñas lo hace, en el plano corto, para que Unidas Podemos no se quede sin representación pero también como una forma de buscar su salida del Gobierno. Deduce que su papel puede ser más útil fuera como agitador que dentro como estadista. Y nomina de viva voz a Yolanda Díaz como sucesora porque la coalición carece de un sistema reglado para tal asunto. Este relevo puede ser leído como generosidad, a la vez como una manera de adelantarse a los acontecimientos: Díaz, por su papel de ministra de Trabajo en la pandemia, ya está despuntando como su sucesora natural. Con este hábil movimiento, Iglesias tutela la sucesión, una que se hubiera producido de todas las maneras por una persona que, teniendo formalmente carnet del PCE, es independiente desde que se crea la confluencia gallega en 2016.
El acercamiento de Díaz al resto de fuerzas progresistas es leído en Podemos como el intento de la ministra de marcar agenda propia, algo que no entraba dentro de los planes originales que le tenían reservados
El problema, insistimos, es que el liderazgo de Díaz es más nominal que concreto: cada partido que conforma Unidas Podemos sigue teniendo su secretario general y ella dirige la mesa de coordinación del espacio, pero poco más. Así, Díaz, en los planes iniciales, es poco más que una figura carismática para afrontar las próximas elecciones, pero carece del poder necesario para decidir con qué programa afrontarlas y con qué equipo hacerlo, algo a lo que la ministra de Trabajo no está dispuesta. Además existe la cuestión añadida, recuerden que estamos en el verano de 2021, de que la reforma laboral aún no se ha aprobado y, de hecho, como se comprueba con la carta de Nadia Calviño en octubre, hay posibilidades de que llegue recortada al tramo final. Díaz asume que si el proyecto más importante de su ministerio no sale adelante, o sale adelante recortado, no tiene sentido que ella encabece nada.
Esta enorme delación, entre mayo de 2021 y febrero de 2022, hace que Díaz apenas pueda moverse en la dirección de trabajar en su proyecto: las negociaciones entre los sindicatos y la CEOE son extenuantes y no hay tiempo para ello. Sólo participa durante este tiempo, como posible candidata, en la Fiesta del PCE, en el Congreso de CCOO y en el ya célebre acto de Valencia, uno que tiene como intención acercar posturas con el resto de organizaciones de la izquierda que están fuera de Unidas Podemos, especialmente con Compromís y Más País. Tanto es así que Íñigo Errejón, que el 1 de octubre declara tajante la desvinculación de su organización del proyecto de Díaz, tiene que recular después de que Mónica García, la líder madrileña de su espacio, se mostrara a dispuesta a colaborar el día 10. Yolanda Díaz, por la puerta de atrás, consigue en dos meses empezar a suturar lo que se rompió en Podemos, algo esencial para las perspectivas electorales.
La cuestión es que mientras se viste a un santo se desviste a otro. El acercamiento de Díaz al resto de fuerzas progresistas es leído en Podemos como el intento de la ministra de marcar agenda propia, algo que no entraba dentro de los planes originales que le tenían reservados. Además, esto es un hecho, la relación personal de Díaz con Irene Montero e Ione Belarra no es fluida y la nueva dirección de los morados no sabe cómo reaccionar, tanto que surgen discrepancias entre la secretaría general de Podemos y la ministra de Igualdad sobre cómo encarar su falta de protagonismo. Es en estos momentos cuando Enrique Santiago, por experiencia negociadora, posición institucional –es secretario de Estado de Belarra– y mayor edad, empieza a jugar un papel mediador, a menudo como puente en conversaciones cruzadas. También es cuando Iglesias decide que su retiro de la política va a ser más breve de lo esperado.
El proyecto comunicativo de Iglesias, La Base, más sus apariciones mediáticas, que en principio tienen la intención de ser una herramienta agitativa, pasan a tener la función de tutela de las aspiraciones de independencia de Díaz: quien marca los temas, la agenda, de lo que se habla, marca también los movimientos de cualquier candidato para dirigir su política. Todo está aún por decidir y, aunque ya en privado se comentan los roces, la sangre aún no ha llegado al río. Iglesias da un primer toque serio a la ministra de Trabajo tras las navidades, con su silencio durante varias semanas respecto a la aprobación de la reforma laboral, que al final comenta en su programa con poco entusiasmo. Irene Montero es entrevistada por Gabriel Rufián unos días antes de la votación, el propio Iglesias acude a un concierto junto a Oskar Matute, con quien se fotografía. Ni Bildu ni ERC votan a favor de la nueva norma laboral. Los catalanes son durísimos contra Díaz desde la tribuna del Congreso. Detalles que pasan desapercibidos, que nadie comenta, pero que empiezan a pesar.
Y entonces llega la guerra. La de Ucrania. El acontecimiento no sólo complica lo que parece que va a ser una salida rápida a la crisis vírica, sino que vuelve a retrasar la puesta en marcha de Sumar: nadie sabe, literalmente, si Europa va a entrar en una confrontación bélica terrible. Y aquí se hacen patentes, por primera vez, las desavenencias dentro de Unidas Podemos. Mientras que Díaz no quiere complicar a Pedro Sánchez el envío de armas a Ucrania, ya que considera que la política internacional está fuera de lo que le compete por el acuerdo de Gobierno que Iglesias ha firmado en diciembre de 2019, los morados muestran un fuerte rechazo, tanto que Belarra, el 6 de marzo, llama al PSOE “el partido de la guerra”. Podemos, a diferencia del PCE, nunca se ha destacado por hacer del rechazo a la OTAN una bandera programática. En 2015, con el fichaje del general Julio Rodríguez, afirmaba “respetar los acuerdos” que España tiene con la Alianza Atlántica. El cambio de postura no pasa desapercibido para nadie, e incluso en el PSOE valoran que tiene más que ver con marcar el terreno de Díaz que con marcárselo a ellos.
La guerra y el aumento de hostilidades internas tienen un efecto secundario en el proyecto de Díaz. Si en verano y otoño de 2021 el componente laborista del mismo parece claro, con el apoyo tácito de CCOO y directo del PCE, este se empieza a difuminar en la primavera de 2022. Por un lado, Díaz teme que Enrique Santiago no revalide en el congreso del PCE su puesto como secretario general, por otro el sindicato, que no se inmiscuye públicamente en política partidista, no desea una mayor vinculación si se da una situación de conflicto interno, difícil de encajar entre sus afiliados. Así el laborismo pierde peso en favor del “quincemayismo”, dándose la paradoja de que en el entorno de la ministra de Trabajo adquieren fuerza aquellos sectores que nunca han tomado lo laboral como un vector de movilización. Algunos, además, cuentan con una salida traumática de Podemos y por tanto con una pésima relación con su actual dirección. El 18 de mayo Iglesias está siendo entrevistado en Hora 25 a raíz de su último libro cuando se anuncia, sorpresivamente, el registro de Sumar. Él se entera en directo y, aunque mantiene el tipo como puede, todos los que estamos en el estudio vemos que su semblante se torna muy serio: la sombra de Manuela Carmena se le vuelve a aparecer.
A partir de aquí los acontecimientos se disparan, siendo el más grave la quiebra de la candidatura a las elecciones andaluzas. Si Díaz sólo ha participado en un acto de la campaña de febrero para los comicios en Castilla y León, en esta cita su responsabilidad es mayor: Sumar no se ha presentado, pero ya existe. Se fotografía el 5 de mayo en la Feria de Abril con todos los partidos que parece que van a conformar Por Andalucía, mientras que sus fontaneros trabajan, junto a Izquierda Unida, por tejer la nueva coalición. En los últimos compases, Podemos, por orden de su dirección central, rompe las negociaciones exigiendo que su candidato encabece la lista y sólo se aviene a un acuerdo en los últimos minutos del día 6 de mayo, plazo límite para inscribirse en los comicios, tanto que no llega a tiempo quedando fuera, formalmente, de la coalición. Los resultados del 19 de junio no son buenos. La campaña ha quedado viciada desde el inicio.
“Una de las formas más eficientes de poder planificar el futuro en épocas de incertidumbre consiste en quemar la ciudad mientras tocas la lira. Eres consciente de que vas a salir perjudicado, pero también te aseguras de que van a salir perjudicados los demás”, escribo el 6 de mayo en Twitter. Nadie que conozca cómo funciona la política cree que la acción al límite de los morados tiene que ver con el candidato para Andalucía y sí con una advertencia clara y definitiva a Díaz: somos capaces de ir solos a las elecciones y, aunque esto nos perjudique, también te va a perjudicar a ti, que es sobre quien recae la responsabilidad. Desde mitad de mayo corre, en el entorno de los dirigentes y cuadros de UP, lo que todos quieren entender como un farol: Iglesias está dispuesto a romper e ir con el nacionalismo de izquierdas a las elecciones. La prensa informa de ello un mes después, la filtración viene de dentro.
Llega el verano. El viernes 8 de julio se presenta Sumar en el Matadero de Madrid. Díaz insiste en que es un acto sin partidos aunque acuden algunos dirigentes. Ese mismo fin de semana es el congreso del PCE, Santiago revalida por la mínima. Lo que parece que va a ser el fin de semana protagónico para Díaz queda eclipsado apenas unas horas después. Se filtran, el sábado 9 de julio, unos audios donde el periodista Antonio García Ferreras departe con el ex comisario Villarejo sobre la creación de noticias falsas para perjudicar a Podemos. La gravedad de lo escuchado provoca que todo pase a un segundo plano. Comienza un conflicto comunicativo a partir de un hecho bien real: la guerra sucia de las cloacas contra Podemos. La consecuencia inmediata es que el entorno mediático progresista se ve expuesto a una suerte de confrontación civil donde se quiebran largas afinidades, se cuestiona la profesionalidad de los periodistas que tengan alguna vinculación con La Sexta y crece la tensión hasta límites no vistos ni en enero de 2019, cuando Errejón abandona el barco morado.
No es justo, no es razonable, que se den por perdidas las próximas elecciones generales sin mover un dedo: el espacio a la izquierda del PSOE quedaría brutalmente dañado por no dar una respuesta ante el momento histórico
Toda esta cadena de acontecimientos, los que permanecen en la sombra, los que están a la vista de todos pero nadie parece haber unido en una línea coherente, tienen un efecto muy concreto. Pablo Iglesias, que en el otoño de 2021 está retirado de la política, vuelve hoy a marcar de qué se habla en el ecosistema de la izquierda española. Su insistencia en que él sólo tiene un “puto podcast” es poco más que una disculpa no pedida que manifiesta su singular habilidad para manejar los tiempos, temas de la agenda pública y la vinculación emocional con sus seguidores. Mientras que en otoño de 2021, muchos en Podemos pensaban cómo encajar en el proyecto de Díaz, hoy a nadie se le ocurriría mover un dedo al margen de la línea que marque el ex-secretario general. En la Escuela de Otoño de este pasado fin de semana, la ausencia de Belarra por baja maternal ha hecho aún más patente el carácter de dirigente tácito, moral e ideológico del antiguo profesor de la Complutense. Y quien es dirigente, de la manera que sea, tiene una responsabilidad mayor en los acontecimientos del futuro inmediato que quien sólo es un analista, un agitador o un periodista.
El espacio de Unidas Podemos está dañado de manera notable desde el cese de Enrique Santiago como secretario de Estado el 23 de julio. El mensaje fue claro: incluso los que han sido cercanos a Podemos en lo político –también en lo personal–, incluso los que ejercían una labor mediadora, son susceptibles de caer si parecen decantarse por el nuevo espacio de Díaz. Si Alberto Núñez Feijóo no hubiera sucumbido a las presiones del entorno ultra, rompiendo el pacto para la renovación del CGPJ, es más que probable que hubiéramos visto esa ruptura reflejada en el voto contrario de Podemos en el Congreso. Quizá incluso algo más. Cuando Iglesias declaraba que creía que las elecciones generales se podían adelantar para coincidir con las autonómicas de mayo de 2023 es posible que no estuviera hablando tan sólo como analista.
Este es el resumen de los acontecimientos que nos han traído hasta aquí. Unos pensarán que Yolanda Díaz ha cometido el error de creer que, por la propia dinámica de su acción política, Podemos, con una fuerza menguante en lo territorial, no iba a tener más remedio que plegarse a una nueva situación donde no es ya líder del espacio de la izquierda. Otros afirmarán que Díaz no ha tenido el suficiente tacto para tratar con los dirigentes actuales de Podemos, siendo excesivamente cortante al mostrar, sobre todo en privado, su falta de sintonía. Algunos explicarán que los continuos retrasos en poner en marcha su proyecto, primero por la reforma, después por la guerra, han hecho de Sumar algo demasiado abstracto y con características cesaristas, al insistir constantemente en que los partidos no son la forma para articular la política contemporánea. Mi opinión es que todos esos análisis son ciertos y complementarios, por lo que la ministra de Trabajo no puede, ni debiera, seguir hacia delante en esta misma línea como si nada hubiera sucedido.
Mi opinión, también, es que Iglesias, al que estas últimas semanas personalidades de fuera de la política han sondeado para ver su intenciones futuras respecto a este conflicto, no puede, ni debe, seguir en la actual línea de confrontación creciente que él mismo maneja a voluntad: cuestiones esenciales para la actualidad política española no pueden ser empleadas siempre como arma arrojadiza. Ya ha demostrado, de lejos, que es capaz de defender a su partido hasta donde haga falta, algo que, aunque peligroso, entra dentro de lo lícito: a ningún dirigente se le puede exigir que entregue sus armas sin pelear. La cuestión, y esto es algo a responder en un breve espacio de tiempo, es que si su decisión, si la decisión de la dirección de Podemos, es concurrir solos a las próximas generales, deberían expresarlo para que lo que ahora se articula como un conflicto interno pase a darse, de manera clara y diáfana, como uno externo. Las consecuencias serían trágicas, pero lo contrario no sería razonable.
Mi opinión, también, es que, como explicaba al principio del artículo, el futuro de millones de personas en este país no puede depender de una sucesión política mal armada. Lo primero porque un Gobierno de la derecha rendido a la trama ultra puede ser fatal para la salud democrática de este país. Lo segundo porque el momento de poder abrir una brecha irreversible en el neoliberalismo es cierto. No es justo, no es razonable, que se den por perdidas las próximas elecciones generales sin mover un dedo: el espacio a la izquierda del PSOE quedaría brutalmente dañado por no dar una respuesta ante el momento histórico. No se puede dejar pasar este tren, sobre todo cuando se cierne una amenaza tan grande como se atisba un horizonte tan lleno de posibilidades.
Señora Yolanda Díaz, señor Pablo Iglesias, ustedes que pueden, hablen.
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