Una sesión de impostura

A lo que estamos asistiendo estos días de finales de septiembre no es a una investidura, la sesión donde un candidato pide la confianza al Congreso para ser nombrado presidente. Tampoco a un acto promocional para la supervivencia de un dirigente, Feijóo, al cual se le resbala el crédito en la medida que muestra ante todos su incapacidad para concitar esa confianza. Lo que estamos viendo estos días, veranillo de San Miguel, otoño de estreno, es una maniobra postrera para sembrar inquietud y agravio, para descarrilar la formación de gobierno. Lo que no es mío, que no sea de nadie.

A lo que asistimos estos días es a una anormalidad institucional. Se ha regalado una sesión de investidura, graciosamente, a un señor que nunca tuvo apoyos para enfrentarla. Ya lo dijimos por aquí en las semanas finales de agosto: el rey no elige candidato, como quien elige pareja de baile en una verbena, el rey se pone al servicio del legislativo proponiendo, tras recabar la información de los grupos parlamentarios, a aquel aspirante que pueda lograr los apoyos de la cámara. Este nunca los tuvo.

Por último, en estas jornadas ni siquiera se está hablando de la política que requiere el país, de medidas para el futuro, de qué llevaría a cabo el próximo gobierno que pretende presidir Feijóo. Lo que se ha planteado en la tribuna, dejando a un lado cuatro anuncios que ni siquiera coincidían con lo que el PP propuso en campaña electoral, es una moción de censura a un candidato, Sánchez, que ni siquiera cuenta aún con la designación de Zarzuela. Nuestro parlamentarismo no necesita de anomalías espaciotemporales.

Estas jornadas se pretendieron, en el mejor de los casos, como una maniobra de descargo de un líder que podía llegar a Moncloa, pero que renunciaba a ello no ensuciándose en negociaciones con los independentistas. La narrativa, entre lo pueril y lo mágico, es la misma que utilizan aquellos que tras desplegar sus torpes dotes de seducción se quedan, en mitad de la pista de baile, compuestos y sin novia: “podría ligármela pero es que no me da la gana”.

Si lo que el PP buscaba era la épica de la derrota, tan sólo ha encontrado la amargura de la intrascendencia (...) Si lo que el país necesitaba era una sesión de investidura, lo que ha encontrado ha sido una sesión de impostura

Si Feijóo no puede ser presidente no es por no haberse reunido con Junts, algo que ha hecho. Sino porque la trayectoria que su partido ha seguido en esta última legislatura se ha asemejado más al trumpismo que a la democracia cristiana. Ha utilizado la mentira como combustible para la hoguera, ha ilegitimado el resultado electoral de 2019, se ha mimetizado con la extrema derecha y ha forzado las instituciones en su beneficio. Que nadie olvide el atrincheramiento del CGPJ, grave deslealtad institucional.

Por todo ello, el PP ha perdido el papel de centralidad en la política española. Eligió un atajo que, sin mayoría absoluta, tan sólo conducía a la incapacidad de entenderse con la mayoría del Congreso, es decir, con la representación de lo que es España en 2023. Por eso, esta sesión de investidura, en vez de haber contado con unos prolegómenos esperanzados, los que se le suponen a alguien que se postula para encabezar una nueva etapa, ha estado apadrinada por el turbio semblante de Aznar, pasado ceniciento, y el rumor de un deseado tamayazo. Vaya mimbres.

Si lo que el PP buscaba era la épica de la derrota, tan sólo ha encontrado la amargura de la intrascendencia. Si lo que se pretendía escenificar es que Sánchez estaba secuestrado por el independentismo, lo que se ha constatado es que Feijóo está atrapado bajo el ayusismo. Si lo que el país necesitaba era una sesión de investidura, lo que ha encontrado ha sido una sesión de impostura.

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