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La precariedad emocional es política
“No te siente mal, nano, pero yo a los 35 sí que pienso estar casado, con hijos y con coche”, le dice un chaval veinteañero a Óscar, al final del sexto capítulo de Los años nuevos. Mientras suena Muero de amor de La bien querida, el protagonista y su acompañante se alejan caminando por una playa valenciana. Y cuando entran los créditos, sientes desde el sofá de tu casa que, como a Óscar, la vida se te escapa de las manos.
Esta escena en la playa refleja una de las claves que ha hecho que tantos jóvenes, muchos millennials, conectemos con la serie que Rodrigo Sorogoyen acaba de estrenar en Movistar: el retrato que hace de la precariedad. La económica, la laboral y la emocional, si es que alguna vez dejaron de ser un todo. La historia de idas y venidas de Ana y de Óscar es la historia de cómo la falta de medios afecta al amor. Y de la pérdida de la ilusión en un contexto social y político que no se lo pone fácil.
Óscar vive solo de alquiler. Es médico internista, pero hace infinitas horas en el hospital por un sueldo irrisorio, diez euros la hora. Ana comparte piso con dos personas. Estudió Periodismo, pero trabaja como camarera en un bar. Tiene la necesidad de buscar fuera unas condiciones laborales que no encuentra en España. En un momento dado, para que salgan las cuentas, se tiene que ir a vivir a casa de él, aunque no está convencida. En otro, él ya está pensando en tener hijos, pero ella quiere centrarse en intentar crecer profesionalmente.
La precariedad emocional es, sobre todo, política. Los sueldos ridículos, la falta de promoción laboral en las empresas, el problema de la vivienda, la inestabilidad económica… genera una insatisfacción que fomenta relaciones frágiles y retrasa, sin límite, los momentos importantes de la vida
Con treinta y muchos, no terminan de sentirse adultos. Sus vidas están congeladas en una eterna juventud que les infantiliza y les sitúa en un limbo generacional. No alcanzan las metas que se les presuponen y se sienten perdidos. Así lo reflejan en la serie esos diálogos aparentemente anodinos y descafeinados que todos hemos tenido.
La precariedad emocional es, sobre todo, política. El estrés, los sueldos ridículos, la falta de promoción laboral en las empresas, el problema de la vivienda, la imposibilidad para formar una familia, el coste cada vez mayor de la vida… genera en los jóvenes una insatisfacción que afecta a su vida sentimental. Sobre todo, genera relaciones frágiles y retrasa, sin límite, los momentos importantes de la vida: tener un coche, comprar una casa, casarse o formar una familia. Casi nada.
Al contrario de lo que se piensa, una encuesta de este año realizada por la aplicación de citas Tinder concluyó que más de la mitad de las mujeres y los hombres de entre 18 y 34 años desean tener una relación romántica, es decir, un vínculo afectivo duradero y fuerte que dé sentido a su vida más allá de relaciones esporádicas. Puede que sea una reacción a este sistema que nos hace imposible prosperar. Así que muchos, como el veinteañero de la playa, vemos en el amor un asidero al que aferrarnos para mitigar el desconcierto. Aunque construir un proyecto de vida con alguien sea cada vez más difícil. Y lo sepamos.
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