Plaza Pública
Podemos y la metáfora sanitaria
En antropología social se ha utilizado lo que se conoce como “la lógica del don” para explicar la posibilidad de que la sociedad se desarrolle de otra manera, con otros principios, demostrando la fortaleza sin agredir al otro, sin pisotearlo. En un grupo de islas de la Polinesia se descubrió que las guerras se hacían con regalos. Cuando existía un conflicto se iniciaba una guerra de presentes y vencía en la batalla la tribu que hacía el regalo más poderoso porque de esa forma mostraba su fuerza por tener mayor capacidad en el ejercicio de la generosidad.
En otras culturas como la nuestra, la fuerza se demuestra sometiendo al débil, arrinconándolo con un sueldo mínimo precario, atornillándolo con una costosa hipoteca, a la supuesta menor productividad por su género, por su nivel educativo, por su origen. Para cambiar esto salimos a las calles.
Según se acerca Vistalegre, tras las cuestiones inmediatas del corto plazo resultan preocupantes otros problemas más de fondo. Esos que no se solucionarán en Vistalegre por muy bien que pueda darse la asamblea, que nos demandan un trabajo de mayor calado. Por ejemplo, el aparente retorno de “culturas organizativas” pre-quincemayistas, más atentas a lo interno que a lo externo y más preparadas para la confrontación que para el acuerdo.
Podemos tiene por delante dos retos: uno ser capaz de articular un acuerdo-país que sustituya al que ha funcionado desde la Transición; y otro generar una cultura política interna diferente a la de los partidos tradicionales. Y ambos van unidos.
Por eso, más que los fallos de programa, más que las desavenencias personales, más que los problemas organizativos –al fin y al cabo todo eso se podría resolver con cierta rapidez en un buen proceso congresual–, inquietan las concepciones insanas de la política que sorprendentemente están volviendo desde el siglo XX. La idea de “pasar a rodillo”, de arrasar con el otro, de “limpiar”. Esa cultura organizativa, totalmente ajena al 15M, estaba ausente en el primer Podemos. Y creo que debe seguir estándolo.
Hemos oído demasiadas veces ya un relato preocupante, una metáfora sanitaria, según la cual el problema de Podemos sería algo así como un cáncer o un virus que ataca al organismo-partido, trayendo ecos de otros tiempos y otras organizaciones.
En esta metáfora neoestalinista, los discrepantes, los que no están “en la línea”, son pensados como un virus inoculado por el enemigo en nuestras filas a través de los medios, como un tumor a extirpar. Hay quien, afectado por estas metáforas, ve un virus en el errejonismo, pero también en el anticapitalismo, en Nacho Álvarez y Carolina Bescansa o en la gente de En comú Podem y En marea. El problema no es quien la sufra en cada momento, es esa forma de pensar.
El relato funciona porque es muy sencillo, casi infantil: no ganamos porque no hablamos claro, y no hablamos claro porque hay gente que dice cosas distintas, que no están “en la línea” y además ocupan posiciones de responsabilidad, por lo tanto si no estuviera esa gente, funcionaremos como un reloj, hablaremos claro y ganaremos. Es exactamente el relato que tienen los partidos de la vieja cultura, que viven permanentemente en la identificación y expulsión de enemigos internos. Son relatos de otro siglo, que deberían haberse quedado allí, o al menos tener un lugar marginal de poco peso dentro de un gran proyecto como Podemos.
La consulta de diciembre mostró un par de hechos que hay que tener presentes. La primera es que hemos sido capaces de empoderar a la sociedad de la política y eso es muy claro entre los simpatizantes. Así que cuando se plantea la consulta como un plebiscito, la gente responde votando con su propio criterio. En la consulta ganó el proyecto, pero perdió la lógica plebiscitaria. La segunda es que somos un proyecto plural, que se parece a la sociedad a la que aspiramos a representar. Los resultados muestran con nitidez que hay varias sensibilidades y que al menos una mitad estaba por un partido-movimiento que piensa en los que faltan y no en los que sobran, amable, que tiende la mano para poder formar una mayoría popular transversal en torno a significantes nuevos, evitando encallar en discusiones sobre identidades caducas.
Tenemos una herramienta política capaz de hablar a varios espacios sociales, con diferentes términos y llegar así a esa mayoría social que nos ha de llevar a gobernar. El problema es que en lugar de percibir la pluralidad como un valor, en algunos ámbitos se vio como un problema y se aplicó la metáfora sanitaria a la mitad del partido. Lo ocurrido, por ejemplo, en Madrid fue un ejemplo de lo que no debemos hacer: el que saca uno más se queda todo. Algo que se produjo al día siguiente de conocer los resultados de la consulta.
Podemos es el primer partido para una generación que viene de un marco mucho más sano, mestizo, hermoso y contagioso en su promiscuidad teórica y estética, como era el Movimiento 15M o las mareas. Sería una irresponsabilidad imperdonable formar a esa generación en la cultura acomplejada de las viejas organizaciones comunistas del siglo pasado. Para gobernar este país, cualquier partido deberá en primer lugar hacerse cargo de su heterogeneidad y diversidad, articulando en su interior una convivencia democrática entre pensamientos diferentes, para poder alcanzar la masa crítica necesaria. No se gobernará el país siendo una tribu unida, sino una red compleja, amplia, bien articulada. La unidad debe venir del entendimiento y no del alineamiento. Haciendo que vengan los que faltan, porque no sobra nadie.
Si algo no ha hecho bien Pablo Iglesias, es no haber impedido que la vieja cultura se introdujera en la organización. Según se instala esa cultura, el crecimiento potencial y la frescura y agilidad comunicativa que caracterizaron la infancia de Podemos van muriendo, y las energías se volcarán, cada vez más, en comer para no ser comido. Descentralizar, feminizar y superar la lógica del plebiscito será la prueba de madurez de Podemos.
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El lunes la diversidad de Podemos deberá estar representada en sus estructuras; será el primer paso para construir una cultura política diferente –una cultura morada propia–.
En el ADN de Podemos está la integración de la diversidad, la capacidad de aglutinar lo diferente. No podremos avanzar si denunciamos los hábitos del régimen del 78 y los ponemos en práctica, si ponemos el foco en la diferencia y no en la fortaleza de las impurezas. La misma ideología se puede comunicar y defender de diferentes modos. El relato de los privilegios de unos poco con los que queremos terminar no hace a nadie más puro o más impuro. Deberíamos salir de la asamblea con la lógica del don, con un proyecto que no integre con una mano y cese con nocturnidad con la otra, con la sinceridad de que con objetivos comunes podemos seguir siendo la herramienta que necesita nuestra sociedad para ser más justa, con más igualdad y con la capacidad de construir desde lo diverso. ________________
José Manuel López, exportavoz ydiputado de Podemos en la Asamblea de Madrid.