Cuando se vaya amortiguando el ruido provocado por el anuncio de abdicación; cuando los trescientos analistas que hace cuatro meses consideraban la 'dimisión' del rey un disparate se cansen de elogiar ahora la "inteligente y generosa" decisión de Juan Carlos I, resultará que los motivos profundos que la han provocado seguirán ahí, como el dinosaurio en el despertar ya casi tópico del cuento de Monterroso. De modo que parece procedente hacer una serie de consideraciones sobre lo sucedido y sobre el porvenir.
1.- Si la abdicación pretende ser el final del proceso de desafección hacia la monarquía en lugar del principio de una renovación profunda del sistema, fracasará.
2.- Si la abdicación es una maniobra para taponar las enormes vías de agua de la arquitectura institucional diseñada en la transición en lugar del inicio de la reconstrucción sólida de una democracia frágil, fracasará.
3.- Si la abdicación es un ejercicio de autodefensa para proteger el futuro de la institución de la corona tras el desgaste provocado por el 'caso Urdangarin' en lugar de asumir que el rey no puede seguir en el cargo tras el evidente intento de tapar la corrupción, fracasará.
4.- Si la abdicación no se concibe como la puerta que debe dar paso a las reformas (hacia un modelo de Estado federal o plurinacional, con nuevas funciones del Senado, con un sistema electoral más representativo, con garantías de transparencia institucional, de regeneración democrática, de blindaje del estado del bienestar...) que necesita la Constitución de 1978, fracasará.
5.- Si la abdicación no contempla un referéndum en el que la ciudadanía decida si prefiere un régimen monárquico o republicano, el reinado de Felipe VI tendrá un problema de legitimidad aún mayor que el que ha padecido su padre, nombrado por Franco, y fracasará.
6.- Si la abdicación se vende como un "relevo generacional" para dar paso a los "jóvenes más preparados de la historia", sin tener en cuenta que más del 55% de esos jóvenes no tienen (como el príncipe Felipe) un trabajo asegurado por herencia sino la dramática duda entre el paro y la precariedad, fracasará.
7.- Si la abdicación es uno de los pasos contemplados por quienes promocionan una gran coalición PP-PSOE que garantice la "estabilidad" de la alternancia bipartidista ante la fragmentación política que podría llevar a un gobierno de izquierdas, fracasará.
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8.- Si la abdicación del rey es utilizada por los poderes financieros, políticos y mediáticos para blindar sus intereses particulares con la excusa de proteger "el interés de España", fracasará.
Si los estudios sociológicos, el sentido común y la capacidad de pegar el oído al asfalto indican que en muy poco tiempo nadie entenderá que un partido político no elija a sus líderes en primarias abiertas a la ciudadanía simpatizante, con más fundamento cabe asumir que la monarquía es una institución anacrónica, contradictoria con los usos democráticos. Su supervivencia sólo podría obedecer a una argumentación pragmática, accidental, utilitaria para una ciudadanía que ahora mismo duda de la propia utilidad de la política cuando las decisiones sobre su futuro y sus bolsillos dependen de otros poderes no elegidos democráticamente.
Juan Carlos I asentó su legitimidad en el trono (seis años después de la muerte de Franco) sobre el miedo colectivo al golpismo militar (23-F). Felipe no debería asentar la suya sobre el temor a la democracia; sobre las alharacas de quienes no aceptan un debate abierto y respetuoso en el que la ciudadanía pueda decidir su propio futuro, sin anatemas ni imposiciones. España anda sobrada de amenazas, de héroes y de mitos, y muy necesitada de un proceso RECONSTITUYENTE, en el más amplio sentido de la palabra. Si no se aborda, la abdicación fracasará desde un minuto después de ejecutarse, por mucho que sus ideólogos crean que triunfa.
Cuando se vaya amortiguando el ruido provocado por el anuncio de abdicación; cuando los trescientos analistas que hace cuatro meses consideraban la 'dimisión' del rey un disparate se cansen de elogiar ahora la "inteligente y generosa" decisión de Juan Carlos I, resultará que los motivos profundos que la han provocado seguirán ahí, como el dinosaurio en el despertar ya casi tópico del cuento de Monterroso. De modo que parece procedente hacer una serie de consideraciones sobre lo sucedido y sobre el porvenir.