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Manuel, personaje histórico

Raquel Martos nueva.

Hay personas que pasan a la historia de todos y hay quien pasa a la de cada uno de nosotros. Y esto no solo sucede con nuestros familiares, nuestros grandes amigos o nuestros amores… En ocasiones, pasan a nuestra historia seres humanos a los que apenas conocemos.

Son aquellos personajes que aparecen en nuestra vida como “actores o actrices de pequeñas partes”, el término con el que ahora se conoce a aquellos “figurantes con frase” del pasado. Los que forman parte del elenco en una serie, en una peli o en una obra teatral, con una intervención corta pero indispensable para dar veracidad a la escena.

Seguro que en tu escenario vital hay algunos actores y actrices de pequeñas partes. Son esas personas que te encuentras en la panadería en la que compras a diario o en la puerta del cole al que llevas a tus hijos, el conductor del autobús con el que coincides muchas mañanas, el dueño de ese perro que se lleva bien con el tuyo o la mujer que trabaja en la Administración en la que echas la Primi, a ver si te cambia la vida…

Y, seguramente, si un día dejaras de ver a esos personajes, sentirías un extraño vacío en tu cotidianeidad, en el área confortable de la que también forman parte esas presencias breves pero habituales.

El pasado 3 de abril escribí una reflexión a partir de una frase que me hizo parar. Eran unas pocas palabras, palabras sencillas que formaban una oración con una enorme carga de profundidad: “Hace tanto que nadie me da un beso”…

El autor de la frase se refería al beso espontáneo que le acababa de plantar –en plena calle y sin pedir permiso– mi perra, Betty, tan pasional como clara y directa con sus amores. Y él era era uno de sus favoritos, Manuel, un señor del barrio que hacía recados y al que nos encontrábamos con frecuencia en nuestros paseos juntas.

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Manuel formaba parte de mi escenario cotidiano, lo veía a menudo en la tienda de Carlos, el mago de la frutería, el que ha convertido un lugar cualquiera en un rincón inconfundible y con alma.

Carlos, su amigo, el que hoy le echa tanto de menos, porque el corazón de Manuel ha dejado de latir y al barrio le falta un sonido sutil pero imprescindible.

Manuel, nunca te enseñé aquel racimo de palabras que escribí en tu honor, me daba pudor. Y estas tampoco podrás leerlas, pero aquí están, porque tú has pasado a mi historia. Y a la de Betty. Gracias, Manolito, descansa.

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