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Siempre nos quedará la ley Wert

Mientras estamos entretenidos con el máster de Cifuentes, las consecuencias políticas que derivan del asunto y lo triste y llorosa que queda la universidad en este baile de máscaras –cada vez más tenebroso–, el fantasma de Wert que habita en la Ópera de París se nos ha vuelto a aparecer. Lo que nos faltaba. Muy fan.

El Tribunal Constitucional ha decidido desestimar el recurso que el PSOE presentó en 2014 contra varios puntos de la Lomce, la ley que nos dejó el ínclito Wert antes de largarse a París a la francesa, en modo:

“Au revoir, reste seul avec ta merde”, que traducido al castellano –según mis dos maravillosas corresponsales de confianza– significa: “Adiós, ahí os quedáis con el mojón”.

El Constitucional, ese órgano supremo intérprete de la Carta Magna –la que vela por los derechos y libertades de los ciudadanos– ha decidido avalar, por ejemplo, la financiación con dinero público –o sea, de todos– a centros que segregan por sexo. El artículo 14 de la Constitución dice que los españoles son iguales ante la ley, pero ante el pupitre... ya tal.

No me digan que no suena ultramoderna esta versión, siglo XXI, de aquel hit humorístico de Fernando Esteso: “Los niños con los niños, las niñas con las niñas”.

Yo creo que la ley se quedó corta, ya que se ponen a segregar, que subvencionen también a centros que innoven con otros modelos de segregación: colegios diferentes para gordos o para flacos, para carnívoros o para veganos, para los que vieron claramente el penalti a Lucas Vázquez y para los que ni de coña... Ah, y un colegio especial para pelirrojos con pecas. De todos es sabido que los pelirrojos con pecas han de estudiar en coles especialmente preparados para su visión anaranjada de la vida.

Hace años, leí un reportaje muy interesante de Pablo Linde en El País sobre la segregación por sexo en la escuela y en estos días, lo he recuperado para revisarlo. El reportaje titulado “Segregar no es ciencia, es prejuicio” repasaba, exhaustivamente, las dos posiciones enfrentadas de las que tanto y tanto han discutido los expertos y los inexpertos en la materia: ¿coeducación o educación diferenciada?

El periodista citaba, entre otros estudios, uno publicado en aquellos días por la revista Science, que tildaba de pseudociencia la teoría según la cual los alumnos que estudian por separado –en razón de sexo– obtienen mejores resultados académicos.

Argumentaba la publicación científica que los datos de mejoras académicas no son sólidos y que las diferencias cerebrales entre sexos no justifican una educación dual. El artículo de Science concluía que lo único que consigue este modelo “educativo” es aumentar el sexismo y reforzar los estereotipos.

¿Saben la fecha de ese reportaje de Linde? Octubre de 2011, qué jóvenes éramos entonces... aún faltaban dos meses para que Wert fuera nombrado ministro de Educación, Cultura y Deporte en el nuevo Gobierno Popular que se estrenaría en noviembre de ese año. Han pasado siete años y el Constitucional ha avalado la ley de 2013, la herencia recibida de José Ignacio.

Además de la segregación por sexo, en la ley hay otros puntos tan vistosos como el aumento del peso de la asignatura de Religión en la nota media que condiciona el acceso a la universidad. El párrafo 3 del artículo 16 de la Constitución asegura que España es un Estado aconfesional –ya sabemos que aconfesional no es lo mismo que laico, gracias– pero, vamos, que si la enseñanza de Religión traspasa la vía del enriquecimiento cultural y roza un poquito el adoctrinamiento desde las aulas, aquí paz y después gloria, la Carta Magna puede decir misa.

Como niña setentera estudiante de colegio público, recuerdo la primera experiencia de niños introducidos, como una novedad muy novedosa, en una “clase de niñas” de quinto de EGB. Teníamos entre diez y once años, ellos y nosotras.

Nunca olvidaré ese momento, aterrizaron allí cuatro o cinco ejemplares del sexo masculino y nosotras los recibimos con cierta inquietud, como si fueran marcianos recién llegados del planeta rojo... Ellos también parecían sentirse un poco raros en un aula llena de seres con coletas y zapatos de pulsera, Merceditas. Se diría que estaban a punto de implorar “mi casa, teléfono” para salir huyendo...

¿Saben? Solo recuerdo ese primer día, quizás esos primeros cinco minutos porque, desde ese momento, la vida dentro de la clase mixta comenzó a fluir con absoluta normalidad, todo sucedía dentro del aula exactamente igual que fuera, en el patio del colegio, donde tantas veces habíamos jugado ellos –los marcianos– y nosotras –las de las coletas y los Merceditas– al balón prisionero.

Aquel día la clase se convirtió en mixta, como el patio, como la piscina, como la sala de espera del pediatra, como la vida, que también lo es.

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¡Quién volviera a tener diez años para jugar al balón prisionero sin que moleste la rodilla, para disfrutar del bocata de foie gras sin pensar en las calorías, para ver la vida sin filtros interesados, con el color natural!

Se nos fue el siglo XX, qué nostalgia, pero siempre nos quedará la ley Wert para sentir que volvemos a estar donde estuvimos. Muy fan.

Nota de la autora: Gracias a mis dos traductoras de confianza E.O. y C. R. He decidido no citarlas porque tienen un enorme prestigio profesional y lo del “mojón” no hace justicia a su estatura intelectual.

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