Nacido en los 50

Adiós a todo eso. La bomba todavía suena

El Gran Wyoming

Los atentados que llevaron a cabo los terroristas yihadistas en Madrid el 11 de marzo de 2004 marcaron un antes y un después en la historia política y moral de nuestro país. Esta frontera nada tiene que ver con la tan recurrida relación entre los atentados y el resultado de las votaciones de unos días después, sino con la percepción de la verdadera naturaleza de las personas que gobiernan este país y de la falta de decencia de los que dirigen sus medios afines.

Es cierto que los españoles tenemos un listón bastante bajo, si lo comparamos con nuestros vecinos del norte, y no digamos con países del lejano oriente como Japón, en lo que a criterio de honradez se refiere. Somos condescendientes con la pequeña fechoría, con el engaño, con la trampa para conseguir objetivos inmediatos que no generan un daño excesivo a terceros, y esa conversión de la picardía en arte se ha incrustado en nuestros genes gracias a la cotidianeidad y la socialización de la secular picaresca que tanto anima nuestro entorno y con tanto acierto retrata nuestra literatura del siglo de oro.

Los españoles somos distintos en cuanto a percepción, tolerancia y asunción del delito, del pequeño delito; de la palabra dada, bueno, de la pequeña palabra. Sí, en nuestro ideario coexisten las pequeñas transgresiones inocuas, intrascendentes, asimilables, y la exigencia de la acción implacable de la Justicia como manto protector que evite el caos ante lo que consideramos grandes fechorías inasumibles. También caben en la misma mente el juramento, el apretón de manos, la palabra de honor, por un lado, y la mentira “piadosa”, el engaño intrascendente, la excusa o coartada falsa que evita males mayores, por otro. Algo que nos parece tan obvio, es exclusivo de nuestra different Spain.

La cuestión se agrava cuando se pierde el listón al mirar hacia arriba. Cuando ese engaño, esa fechoría que admitíamos sólo porque perjudicaba a otros, desconocidos o rivales, alcanza cotas tan altas que nos sumen en la desesperanza.

Ahora que han pasado diez años de aquellos crímenes y puedo juzgar en la distancia, aún me parece más miserable y repugnante la maniobra especulativa montada desde el primer segundo para intentar sacar provecho de la sangre que inundaba nuestras calles, de aquel estremecedor grito de dolor. Aquellos señores del Partido Popular que nos gobernaban, con el presidente Aznar a la cabeza, tuvieron la sangre fría de sentarse, cuando aún el eco de la explosión recorría nuestras calles, en torno a una mesa para rentabilizar aquel atentado, para fabricar una mentira que se volviera contra sus rivales políticos y fulminar así la posibilidad de que estas bombas les restaran escaños. ¿En qué tipo de perversión se puede catalogar esa mente amoral, esa voracidad de poder capaz de sobreponerse al shock, al aturdimiento de la onda expansiva de aquel crimen tan cobarde, tan brutal, tan masivo, para empezar a calcular los réditos políticos de atribuir el atentado a ETA cuando todos los mandos policiales, tal y como han declarado reiteradamente, apuntaban sus sospechas en otra dirección? El propio Aznar nunca atribuyó públicamente el atentado a ETA, lo hacían Acebes y demás colaboradores; él se refería siempre al grupo terrorista. Así de ambiguo, así de calculado.

Reproduzco la carta que Ana Palacio, entonces ministra de Exteriores, envió el mismo día del atentado por la tarde a todos los embajadores con las instrucciones de cómo debían actuar ante sus colegas y los medios de comunicación en relación a la información sobre la masacre. Todo un modelo de actuación para sacar rédito político del dolor y la muerte de sus conciudadanos:

“En relación con el brutal atentado que se ha cometido hoy en Madrid y los esfuerzos que desde alguna fuerza política se ha hecho (sic) para intentar confundir sobre la autoría del mismo señalo lo siguiente:El Ministerio de Interior ha confirmado la autoría de ETA. Así lo confirma el explosivo utilizado y el patrón utilizado en los mismos, que es habitual en ETA, así como otras informaciones que aún no se han hecho públicas por razones obvias. A tales efectos remito información de EFE recogiendo declaraciones del ministro Acebes…Deberá ve (sic) aprovechar aquellas ocasiones que se le presenten para confirmar la autoría de ETA de estos brutales atentados, ayudando así a disipar cualquier tipo de duda que ciertas partes interesadas puedan querer hacer surgir entorno a quién esta detrás de estos atentados. Y si lo considera oportuno acudir a los medios para exponer los hechos.”

El Ministerio de Interior ha confirmado la autoría de ETA.

confirmar la autoría de ETA

En la comisión del Congreso Aznar declaró que esta carta la envió la ministra por iniciativa propia, descargando así toda la responsabilidad sobre ella. Así se comportan cuando hay que dar la cara.

Este documento desclasificado fue enviado como reservado (si lo que se pretendía era difundir la verdadera autoría del atentado, ¿cuál era el sentido de clasificarlo como secreto?) y de prioridad urgente, de ahí lo torpe de la redacción, la dudosa ortografía y las erratas. Estaba escrito con mayúsculas sin un solo acento. Hay que tener en cuenta que desde el primer momento se atribuyó la autoría a los yihadistas en los principales medios de comunicación internacionales y había que darse prisa para intoxicar a la opinión pública con la versión interesada del Gobierno.

Con respecto a esta carta, sólo precisar que basa la autoría de ETA en el tipo de explosivo y el “patrón utilizado…”. Esto es una burda mentira para engañar desde las embajadas al resto del mundo ya que ETA no sólo jamás utilizó ese explosivo, esos detonadores, ni ese patrón operativo, sino que fueron precisamente estos elementos los que llevaron a los expertos, que se presentaron inmediatamente en la zona, a trasladar la información a las autoridades de que ETA no era la autora de los atentados y que había que dirigir las investigaciones hacia el terrorismo islamista. El jefe de los Tedax, Sánchez Manzano, cuenta en sus memorias que esa misma mañana informaron de que el explosivo no era el de ETA ya que, al parecer, ese dato era esencial para comenzar las investigaciones. A mediodía, Aznar llamó a los directores de los principales medios de comunicación para comunicarles que la autoría del atentado era de “la banda terrorista ETA”.

Esa carta de Ana Palacio a sus embajadores de todo el mundo es similar a las instrucciones que se dieron desde Moncloa a los corresponsales extranjeros sobre cómo tenían que transmitir la información, que provocaron una protesta de la asociación de corresponsales en España estupefactos ante lo que calificaron como una intolerable intromisión en el desarrollo de su labor informativa.

Con respecto a la campaña posterior que inició el diario El Mundo, seguido de la cadena de radio de los obispos y demás medios afines al Gobierno, no tengo espacio en este artículo, ni adjetivos en el diccionario para calificar sus acciones y calibrar el daño que han hecho a su profesión, a este país y la grave división, el odio cainita que han resucitado entre las dos españas.

Eso que llamaron la “teoría de la conspiración”, orquestada por Pedro J. Ramírez, con Aznar como principal valedor obsesionado con el “autor intelectual”, con la supuesta sana intención de aclarar todos los recovecos oscuros de aquellos atentados, que todavía nos sigue regalando entregas para justificar que no fue la repugnante, escabrosa y cruel acción que muchos tuvimos que padecer, sino un acto de periodismo de investigación necesario; esa intoxicación informativa, decía, con declaraciones de algún terrorista pagado, hoy arrepentido que pide perdón por haber mentido, me apartó para siempre de ellos. No de su ideología, de la que siempre me he encontrado a años luz, sino de su condición para merecer el más mínimo respeto, no como personajes públicos, sino como seres humanos. Los detesto, los desprecio. Aquella campaña insidiosa que utilizó la sangre como un fondo de inversión definió a sus autores y también a los que introdujeron esa basura en el Congreso de los Diputados contaminando la Cámara, tal vez, para siempre.

Cerca de cumplir los sesenta años no me queda más remedio que decidir quiénes son mis héroes y quiénes mis villanos. Sin duda toda esta jarca, esa gentuza que ha ostentado cargos tan importantes como la Presidencia del Gobierno y diferentes ministerios representan la hez moral en mi sentido ético. Delatan de lo que serían capaces, de hasta donde llegarían si tuvieran las manos libres. Jamás tendrán la más mínima legitimidad por más votos que saquen. Una vez demostradas todas aquellas mentiras urdidas en un momento tan dramático deberían ser apartados de la función pública, de la actividad política, tras pedir perdón públicamente a todos los españoles, como harían en cualquier país de nuestro entorno, aunque es difícil imaginar algo así fuera de “esa España”. Lejos de eso unos, como Rajoy, se escabullen, está en su naturaleza, otros siguen abundando en que las cosas no quedaron claras. Algunos nuevos, como María Dolores de Cospedal, se incorporan al basurero. ¿Están avergonzados? No, mantienen la actitud arrogante, como si nada. Triste catadura humana.

Por otra parte, quisiera aprovechar la fecha para mandar un fuerte abrazo a todas las víctimas de los atentados que, además de sufrir aquel tremendo impacto irreparable, han padecido la humillación, el desprecio, el abandono y hasta el insulto de aquellos políticos del Partido Popular que aún tienen la desvergüenza de llamarse a sí mismos los valedores de las víctimas del terrorismo. Aunque no sirva de gran consuelo quiero que sepáis que cada vez que sufrís la agresión de ese desprecio tan miserable, nos sentimos insultados muchos millones de ciudadanos que estamos con vosotros.

Por mi parte, como decía, hace tiempo que dije adiós a todo eso. Les di la espalda, tengo otras cosas que hacer, otras voces que escuchar, otras personas que atender.

Quiero dedicar este artículo a José María Aznar, Ángel Acebes, Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Ana Palacio, Eduardo Zaplana, Federico Trillo y decenas de otros ilustres especuladores del dolor y la mentira, que con su crueldad entroncan con aquella España de la pistola, el látigo y la cárcel, con la esperanza de que algún día tengan la humanidad suficiente como para acercarse a esas familias y pedirles perdón.

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