Desde la tramoya
No hay camas para tanta gente
Estaba cantado. Se notaba que en realidad Pablo Iglesias no tenía ninguna intención de ponerse de acuerdo con Pedro Sánchez, ni éste con aquél, sino que más bien luchaba cada cual por comerse la merienda del otro. Y que, a partir de ahí, la única salida que quedaba era empezar a jugar de nuevo con elecciones repetidas. Y que, por supuesto, en esta nueva convocatoria electoral no está nada claro que no vaya a haber cambios en el resultado. Las cosas no serán allá por junio como eran en diciembre, porque los protagonistas (que con toda probabilidad sí serán los mismos cuatro), han tenido y tendrán que retratarse.
Era muy previsible que todo esto ocurriera porque el carácter de los jugadores, sus relaciones, sus objetivos y sus estrategias, se anteponen a los objetivos de bien público que, en principio, cabe suponer a cualquier político. La política puede tener una inspiración, un objetivo y un resultado épicos. Pero lo cierto es que la política es básicamente la función de administrar el poder que necesariamente debe existir en una sociedad. En la Transición española los jugadores tenían motivos más que sobrados para ponerse de acuerdo en algunos principios básicos que dieron paso a la democracia. En estos meses, sin embargo, no hay incentivos entre los cuatro jugadores principales(cinco, si incorporamos a Garzón), para ponerse de acuerdo. Y por eso no se ponen de acuerdo.
Si Podemos permite que gobierne Sánchez, sabe bien que quedará difuminado bajo la luz de un Gobierno que nacería con muy pocas expectativas (y por tanto con resultados más fácilmente alcanzables) y en una situación económica favorable. Si gobierna el PSOE, Podemos lo tendrá muy difícil para crecer, y más difícil aún para gobernar en un futuro. La hegemonía de la izquierda sería de los socialistas a poco que lo hicieran medio bien.
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Por supuesto, eso mismo es aún más claro para el PSOE. Jamás aceptaría que gobernara Podemos, su más feroz competencia, por los mismos motivos: dejar que gobierne Podemos, en el caso del PSOE, no es sólo difuminarse, sino probablemente terminar siendo la nada, después de romperse internamente como un castillo de naipes.
El PP jamás aceptaría un Gobierno de nadie que no fuera él. Porque ha ganado las elecciones y porque siente que la mejora de la situación es obra propia que quedaría en peligro. Naturalmente, no va a permitir, incluso por muy bien que le sonaran las medidas de Legislatura firmadas por Ciudadanos y el PSOE, que ambos unan fuerzas para ocupar el Gobierno.
Cualquier ciudadano algo ingenuo podría reclamar a esos cuatro jugadores (o cinco) que pusieran de su parte por el bien del país, y salieran de este bloqueo en que resulta su egoísmo. Pero el problema es que esto no va de medidas para el bien del país. O al menos no sólo de eso. Va de la supervivencia de actores políticos que luchan por su espacio limitado, y desde hace años en muy reñida pelea. Esas reuniones que hemos visto estos días atrás, y las que veremos; los debates que escucharemos con atención; las tertulias de radio… Todos ellos no son esencialmente expresiones de la épica por encontrar el mejor bien para nuestro país. Eso puede que también. Toda esa representación que vemos en los medios de comunicación es, en realidad y ante todo, una mera lucha por la hegemonía del discurso en la derecha y en la izquierda. No hay camas para tanta gente y alguno tendrá que irse al suelo a dormir. Están dirimiendo quién.