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Se le escapa la izquierda a Pablo Iglesias. Soñó, y hasta donde uno puede observar parece que sigue haciéndolo, con encabezar una conquista histórica del poder en España más contundente que la del socialismo felipista en el 82, pero hay gente empeñada en pincharle el globo.
Podemos mantiene su pretensión de que cualquier candidatura alternativa desde la izquierda esté dentro de la formación o como mucho se aglutine a su alrededor. El encuentro hace unos días entre Iglesias y Garzón, confirmó esa tesis al tiempo que mostró la decidida intención del líder de lo que queda de Izquierda Unida de no entrar en otra disciplina partidaria, tal y como le pedía su interlocutor.
El nacimiento de esta alternativa llamada Ahora en Común, integrada por gente de Izquierda Unida, los ecologistas de Equo y críticos de Podemos, muestra una voluntad de unidad en la izquierda a la que el “núcleo duro” dirigente de esta formación deberá de estar particularmente atenta. Podemos ya no está solo en la construcción de una nueva izquierda, y puede que termine perdiendo no ya su posición de liderazgo, sino su valor como principal gestor de las ganas de cambio por y desde ese territorio de la escena política.
A Podemos se le reprochó desde el principio falta de claridad y concreción en su programa e intenciones, y exceso de arrogancia en sus formas y actitudes. Lo primero se ha ido corrigiendo, aunque no de forma decidida, y probablemente se irá ajustando a medida que tengan que tomar decisiones de gobierno en los ayuntamientos en los que les va a tocar gestionar con otros grupos y formaciones, dicho sea de paso. De lo segundo –arrogancia que a veces raya en la presuntuosidad– siguen haciendo inquietante exhibición. Pablo Iglesias parece mantener la convicción de que puede llegar a ser presidente del Gobierno, e incluso no tiene empacho en decir públicamente que acuerdos con determinadas formaciones ciudadanas o de izquierda pueden lastrar sus posibilidades de ascenso a ese olimpo.
Si a estos inconvenientes, no pequeños, creo, para gran parte de la opinión pública que sigue viendo con simpatía a Podemos, sumamos la contestación interna por las famosas “listas plancha” y las consiguientes acusaciones de falta de democracia interna, o las críticas por ciertas actuaciones que a algunos electores y medios de comunicación, les parecen similares a las de “la casta”, da la sensación de que Podemos tiene un problema que no es sólo de imagen.
Hace poco, en una conversación con un antiguo militante político del partido comunista compañero hoy de viaje de Podemos en una gran capital española, se me quejaba del inconveniente de la escasa experiencia en gestión de cualquier tipo a la hora de sacar adelante con rigor el trabajo de un gobierno municipal. “Al menos”, me decía, “tienen entusiasmo, y eso suple su bisoñez”.
El mordisco del hombre
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Pero lamentablemente el entusiasmo no lo es todo. Podemos ha sabido ilusionar a gran parte de una opinión pública cansada de un bipartidismo que no supo medir de verdad la temperatura de la calle. Ahora da la sensación de que, por muy bien que siga manejando la comunicación contemporánea, por muy bien que se siga moviendo en redes sociales, por mucho éxito que haya tenido en las últimas elecciones –corregido y aumentado por el apoyo del psoe “bipartidista”–, no está sabiendo ver lo que pasa a su alrededor ni medir el ánimo de aquellos a quienes ha sido capaz de ilusionar o convencer.
La izquierda se mueve, y no necesariamente con Podemos como epicentro o motor. Si no lo ven, si no reaccionan y siguen pensando que el liderazgo es, como un diamante o un teorema, para siempre, no sólo perderán ellos sino que estarán contribuyendo a que se mantenga el statu quo con el que quieren acabar. statu quo
Quizá podrían empezar revisando con algo de sentido crítico cómo y por qué están donde están en Madrid y Barcelona.