Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
Cuando el nuevo flautista de Hamelin acabe con las ratas de Nueva York, que venga y se lleve a la ultraderecha
La promesa es siempre la misma: dad pasos atrás y llegaréis más lejos. Quienes la hacen tampoco cambian: son las y los reaccionarios de toda la vida. Y el resultado, en cuando se les abre la puerta o se les lleva a hombros al poder, es una involución en las sociedades, que pierden derechos y regresan a la oscuridad. El sueño del neoliberalismo engendra monstruos, de Washington a Londres y de Roma a Madrid, y ahora ya se sabe cómo acaba el cuento y que bajo la piel de economista estaba el lobo de la ultraderecha. En Nueva York han ofrecido una recompensa como las del salvaje oeste para quien acabe con las ratas que se multiplican por todos los rincones de la ciudad; si lo consigue, hay que contratar a ese flautista de Hamelin moderno, que se venga por aquí y se lleve a los herederos del fascismo que están royendo las instituciones democráticas que tanto nos costó poner en pie.
El involucionismo ideológico en nuestro debate público es evidente y es una consecuencia lógica de la llegada a los puestos de mando de personas como la presidenta de la Comunidad de Madrid o el alcalde de la ciudad. La primera, dijo el otro día en la Asamblea regional: "Si la pregunta es si voy a eliminar el concepto de autodeterminación de género de la legislación vigente en la Comunidad de Madrid, la respuesta es sí”. Teniendo en cuenta que esa ley se aprobó con su compañera de partido Cristina Cifuentes, es paso atrás es de libro. Un paso del baile que se trae el PP con Vox, naturalmente. El segundo, Almeida, ha dedicado su mandato a quitar versos de Miguel Hernández de un memorial; a devolverle una calle al golpista Millán Astray “por no estar probada su participación en el levantamiento militar de 1936”, y otra al crucero Baleares, desde el que se asesinaba a los republicanos que intentaban huir de España, quitándosela al barco Sinaia, que los ponía a salvo; y a tratar de negarle el título de hija predilecta de la ciudad a Almudena Grandes, que, según él, no lo merecía. Puro involucionismo de manual, también.
El tono general del debate en nuestro país es bronco, mordiente, insultante a menudo; parece que muchas y muchos van al Congreso y al Senado a perder los papeles, quién sabe si porque están en blanco ambos, los folios y los oradores, o porque son las instrucciones que les dan; pero tras la jauría se ve a los cazadores y, una vez más, asoman su espíritu retrógrado. La gresca maleducada y feroz que se ha montado con la llamada ley del sólo sí es sí y contra la ministra Montero, a la que se han dirigido comentarios soeces, es una prueba inmejorable del deterioro que padecemos y deja claro por qué el PP gobierna con ultras que la han recurrido ante el Tribunal Constitucional con el argumento de que en ella no queda claro si el consentimiento debe de ser “expreso” o “deducible”. Ya saben: si la víctima cerró bien las piernas, si se resistió suficiente, si le plantó cara al monstruo… Porque si la mujer contra la que se cometía el crimen se quedó paralizada por el miedo o por puro instinto de supervivencia, pare ellos la cosa ya tendría sus matices, ¿no es cierto? Para ellos y, como se sabe, para algún que otro juez.
Parece que muchas y muchos van al Congreso y al Senado a perder los papeles, quién sabe si porque están en blanco ambos, los folios y los oradores, o porque son las instrucciones que les dan.
Ya conocemos el mito, sin duda con base más que real, de la división de la izquierda. En la derecha pasa igual desde que no es sólo una, y las desavenencias y cuchilladas por la espalda son obvias. A Ayuso le echó un cable, pero electrificado, su socia de la ultraderecha, que le afeó que culpabilizara a los sanitarios que se manifestaban contra ella y no los escuchase. A Almeida parece que le empiezan a rondar bulos y murmuraciones que hablan de una campaña sucia contra él que podría que tener algo que ver con su posicionamiento al lado de Pablo Casado cuando este se atrevió a enfrentarse a la lideresa y su partido lo defenestró: ¡a quién se le ocurre denunciar que el hermano de Ayuso sacase tajada de la compra de mascarillas cuando en España morían novecientas personas diarias!
Su sucesor, Alberto Núñez Feijóo, no sólo heredó el cargo, también la enemiga, que ya lo ridiculizó haciéndole dar marcha atrás en su acuerdo por el Consejo General del Poder Judicial y por la misma causa: a quién se le ocurre aceptar renovarlo y exponernos a que nos juzgue quien no debe por nuestros casos pendientes de corrupción. La lucha interna empieza a pasarles factura, el dragón que ellos crearon ha aprendido a echar fuego y por este camino ninguno de los dos llegará a La Moncloa, ella porque es un fenómeno local, aparte de transitorio por su poca consistencia, que no tiene una sola oportunidad de Aranjuez para allá, y él porque ha diluido su propio efecto con intervenciones contradictorias, ridículas a veces, digos y diegos, errores de bulto y, en resumen, dando la impresión de que había más ruido que nueces en su leyenda, y los últimos sondeos lo dejan muy claro: el efecto pasó, su cartel empieza a perder el color. Desde luego, la parte que hablaba de su carácter moderado y centrista, se ha roto como un jarrón de porcelana al recibir un balonazo. Esto último, lo digo como talismán, para que ganemos el partido de hoy a Marruecos. Y luego, que tiemblen Francia o Inglaterra, ese país que se fio de quien no le convenía y ahora llora por los rincones su salida de la Unión Europea. Tomen nota.
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