Qué ven mis ojos
La pelea la ganó el árbitro
“No tener alternativas es ir a pasar página y que en la siguiente esté escrita la misma historia”.
Hubo más puños que rosas. Hubo más golpes bajos que cortesía. No fue una discusión de guante blanco, sino de guantes de boxeo. Los rivales se dijeron a la cara lo que suelen decir por la espalda o a través de los medios de comunicación; agitaron trapos sucios en lugar de banderas mostrando a las claras el drama que se vive en la calle Ferraz, pero fueron capaces de perder las formas sin perder los papeles y, en resumen, el debate que los tres candidatos a la secretaría general del PSOE mantuvieron en su sede central, fue un magnífico espectáculo democrático, porque fue todo lo contrario a los barones, el aparato, las gestoras, los expresidentes y demás lastres, vallas o palos en la rueda que han llevado a la formación al borde del abismo.
En cuanto al resultado del combate, ganó el árbitro, que tuvo más cintura que los púgiles y supo esperar a que estuvieran a punto de dejarse mutuamente k.o. para lanzarles un directo a la mandíbula. Una de sus frases y el momento en el que la dijo, simbolizan bien su buena estrategia: después de que Pedro Sánchez le reprochara una vez más a Susana Díaz la abstención que mantiene a la derecha en la Moncloa y la acusara de “querer rescatar al PSOE de los militantes y no del PP”, en cuyas manos afirmó que ella y los suyos lo han puesto; y de que ella le contestase que “tu problema no soy yo, eres tú, por eso tu ejecutiva te abandonó, Zapatero ya no se fía de ti y Felipe González piensa que lo has engañado”, el veterano político vasco se salió de la riña por la tangente y dijo: “No se trata de buscar culpables, sino soluciones”. Creo que todos los que han menospreciado su papel en esta obra, deberían volvérselo a pensar. Como mínimo, el antiguo lehendakari se merece el mismo respeto que sus dos adversarios.
El debate fue intenso y se dijeron muchas cosas en él, a veces distintas y a veces las mismas pero contempladas desde ángulos muy diferentes. Quien gane el día veintiuno, debería hacer el esfuerzo para tener en cuenta lo que aportaron los otros, porque sin duda representa los diversos modelos de partido que le gustaría tener a sus militantes, sus electores y a los ciudadanos en general. No parece muy sencillo que eso ocurra, porque los tres aseguraron que si salen victoriosos contarán mañana con sus oponentes de hoy, pero no todos dijeron que estarían a su servicio si pierden. La idea de que si se lleva el gato al agua Sánchez tendrá en contra a su propia formación, no quedó descartada, y en ese aspecto, habrá mucha gente que en lugar de persuadida, se sentirá coartada. Tampoco se disipó la sospecha de que a Susana Díaz le hacen la campaña sus partidarios y a Sánchez se la hacen sus enemigos.
Pero, en cualquier caso, ¿cómo podría no estar de acuerdo alguien con algunas de las ideas de López? Por ejemplo con que “hay que utilizar el BOE para mejorar la vida de la gente que lo necesita”. O con que hace falta “un pacto educativo que haga, entre otras cosas, que la Universidad no sea sólo para ricos”. O con que “hay que subir el salario mínimo y las pensiones y hacer una reforma fiscal que pelee contra el fraude pero a la vez consiga que las rentas del capital paguen lo que les corresponde”. O con su proclama a favor de “la libertad, la igualdad, la justicia social y la solidaridad entre los territorios”.
Y la mayoría de las personas de izquierdas, que están muy escarmentadas con los incumplimientos que los políticos hacen de sus programas, muy probablemente estarán también de acuerdo con “recuperar la Educación para la Ciudadanía”, con que “los compromisos y acuerdos postelectorales sólo puedan hacerse tras consultarlos de forma obligatoria con los militantes, para que uno no decida por todos” y con que el lamentable error de entregarle el Gobierno una vez más a Rajoy, sea subsanado, tal y como propuso Sánchez. “No podemos ser el ibuprofeno de la derecha”, remachó el clavo López.
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O cómo no apoyar la apuesta de Díaz por unas “señas de identidad que consistan en combatir la desigualdad”, en darse cuenta de que “la diversidad nos hace ricos, pero la igualdad nos hace dignos”, en que hay que derogar la reforma laboral, conseguir una Sanidad justa y sostenible y darse cuenta de que “los ciudadanos no quieren que nos miremos el ombligo, sino que podamos mirarles a los ojos”.
Si la pelea la ganó el árbitro fue porque sabía dónde apuntaba, mientras que los enemigos irreconciliables en que se han convertido a ojos vista Díaz y Sánchez, se lanzaban puñetazos a ciegas: él, asegurando “con las encuestas en la mano que los votantes del PSOE lo quieren a él y los del PP a ella” y haciéndola pasar como la aliada en la sombra del PP; la presidenta de Andalucía, retratándolo como un oportunista que “entra y sale y sale y entra”, que es tan incoherente o, más bien, oportunista, que nadie sabe a qué atenerse y por dónde va a salir el día menos pensado: “Yo cuando te escucho puedo compartir lo que dices, pero lo que no sé es si al día siguiente vas a decir lo mismo o lo contrario”. Él, llamándola conspiradora con todas sus letras y mentirosa con otras palabras, una, dos y hasta tres veces. Ella, definiéndolo como un veleta que “tiene diecinueve modelos de país, uno por cada autonomía”, y un intrigante sin principios que se dedica a “levantar muros y murallas entre socialistas”.
Y mientras ambos tomaban aire tras el intercambio de descalificaciones, Patxi López recordaba sus éxitos en el País Vasco, dejaba caer que “estamos así porque en lugar de luchar contra la derecha nos hemos peleado entre nosotros” y pedía un salario mínimo uniforme para toda la comunidad europea, con el fin de que empiece a “construirse un continente de derechos, libertades”. Y remató su faena con un alarde retórico que demuestra que la experiencia es un grado, entre otras cosas porque ayuda a elegir la mejor cara para escalar la montaña de la ambición: “A vosotros os preocupa lo que va a pasar el día veintiuno. A mí, qué hacemos el veintidós. En mi caso, llamaros y decir: vamos a sumar y a coser de verdad, en una ejecutiva que estoy seguro de que podemos compartir”. Es complicado ver ahora mismo una luz en el final del túnel para el PSOE, donde parece que hay tres aspirantes a jefe y ningún líder, unos porque tienen un cadáver político en el armario y otros porque son el muerto, pero de momento, tienen una buena noticia: han ganado un tercero en discordia, una opción más. No tener alternativas es ir a pasar página y que en la siguiente esté escrita la misma historia.