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El camino pendiente de Kamala Harris para ganar

Que la elección de Tim Walz como futuro vicepresidente de Kamala Harris, un hombre ‘normal’, con penetración en las clases medias y bajas de la América interior sea disruptivo y transgresor en el Partido Demócrata es un error que todavía no han corregido en profundidad. Donald Trump llenó ese gran vacío de una sociedad norteamericana despegada de la imagen moderna y cosmopolita de los Obama y los Clinton. No es cierto que la pareja presidencial sea elitista, el poderoso discurso de Michelle Obama es el mejor ejemplo. Pero las políticas y la narrativa no llegaron donde tenían que llegar y el relevo fue Trump. Tampoco Joe Biden ha sido capaz de capitalizar de cara a un segundo mandato demócrata unas políticas públicas que han favorecido a las rentas medias del interior y la costa, en la industria tradicional y liberal. 

Tim Walz no es un hombre de la Ivy League, la red de universidades de élite de donde sale la cantera presidencial y altos cargos de la administración de EEUU. Ha sido profesor de secundaria y representa al hombre blanco americano medio. Podría ser el vecino de cualquiera en Ohio, en Florida y en cada uno de los estados clave que los demócratas necesitan para ganar las elecciones. Su elección también es un contrapeso. Joe Biden no calibró el apoyo de los jóvenes a la masacre israelí en Gaza y la elección del gobernador judío Josh Shapiro, si bien podría haber ganado Pensilvania, habría dejado un ticket demasiado neoliberal y pro Netanyahu.

Además de los últimos aciertos, a Kamala Harris le queda un largo camino para llegar a cada rincón y proyectar una idea sólida de país frente al simplismo maniqueo, frentista y populista de Trump. La candidatura del presidente más divisivo de la historia tiene esta vez más elementos de fuerza que en 2016. Ha mejorado la conexión con el Partido Republicano y ya no es un outsider. En el debate del 27 de junio contra Biden, repitió falsedades y mentiras, pero con el contrapeso de un perfil más moderado. Las ideas fuerza de Trump están claras: proteccionismo y cierre de filas frente a un mundo caótico. Su grito de fight! al instante de sufrir el intento de asesinato va directo en el corazón de parte de un país con un estado de bienestar degradado bajo los efectos de la pérdida de liderazgo mundial.

Los demócratas tienen que responder a qué lugar quiere ocupar EEUU en un contexto geopolítico con tensiones bélicas, qué políticas harán frente a la veloz digitalización y transición industrial y conseguir romper la hegemonía lograda por Trump identificando al americano medio del interior con su candidatura. Como apunta la periodista y escritora Sarah Smarsh en su última crónica en el Times: “La clase trabajadora rural blanca no es un monolito. Entre ellos sigue habiendo una minoría significativa de personas sensatas que, incluso en su vulnerable situación económica, no se dejan intimidar por los charlatanes que culpan a los inmigrantes mientras acumulan riqueza de las grandes corporaciones”. Léase Elon Musk. 

Harris tiene un buen terreno de juego y todos los activos demócratas en campaña, pero necesita una sobre exposición más allá de llenar estadios en los mítines de campaña

Kamala Harris tiene que aprovechar la explosión de entusiasmo demócrata que recorre el país. Un revulsivo que tiene al mundo mirando y del que depende el curso global de los próximos cuatro años. Recomponer un país que se desliza hacia un cierre de fronteras y de miras dañino para EEUU y desconectado de la realidad a escala global. Porque uno no se hace fuerte cerrando los ojos a lo que ocurre fuera. Harris tiene un buen terreno de juego y todos los activos demócratas en campaña, pero necesita una sobre exposición más allá de llenar estadios en los mítines de campaña. Construir una candidatura presidencial en el mes de agosto no es fácil. Sobre todo, no se hace evitando las entrevistas o a los medios en las ruedas de prensa, como ha hecho desde que Biden le cedió el testigo. 

Harris necesita desmontar el éxito del mensaje republicano para conseguir el suyo. La candidatura de Trump y Vance es falsa no por las mentiras que difunden. Lo es porque la América interior tampoco es como ellos. Si bien la elección del vicepresidente no define el triunfo electoral, es clave para no restar y evitar la abstención. La elección de Harris puede dar un giro histórico al Partido Demócrata volviendo a los orígenes de Roosevelt, a una esencia que Joe Biden también representaba en cierta forma. Recuerda la periodista Sara Smarsh cómo Tim Waltz, hijo del Medio Oeste rural, criticó el sesgo costero y urbanita de su grupo parlamentario cuando era miembro de la Cámara de Representantes. 

Su rival ultra conservador, JD Vance, de 39 años, arranca su bestseller Hillbilly Elegy recordando cómo un hijo también de un estado del Rust Bell, nacido en el empobrecido Kentucky, en Ohio, consiguió graduarse en la Universidad de Derecho de Yale. La elección de Harris es un acierto porque frente al sueño roto americano hay dos caminos. La revancha de sus hijos frustrados como JD Vance o la búsqueda de una salida a un futuro mejor del profesor de secundaria Tim Walz. Siguiendo la cita de Sara Smarzt, “A pesar de todo el racismo, la homofobia y el chovinismo ruidosos del Partido Republicano actual —que de hecho ha dominado las elecciones fuera de las áreas metropolitanas— la verdadera América rural es diversa, está llena de inmigrantes, gente de color, homosexuales, transexuales y pueblos originarios, e incluso gente blanca heterosexual que trabaja y vive felizmente junto a ellos”. 

En realidad, el campo y la ciudad, comparten frustraciones y derrotas similares que pasan por soluciones distintas. Kamala Harris puede ganar, lo dicen las últimas encuestas y el renovado optimismo de los votantes progresistas. Pero tiene camino por hacer de aquí al 5 de noviembre. El que va de la raíz del malestar social a la conexión con la posibilidad de un futuro con las puertas abiertas y no cerradas.

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