Cómo sobrevivir en el tumulto

Una de las bases fundamentales del sostenimiento de una sociedad apaciguada y colaborativa es la creencia colectiva en la inverosimilitud del conflicto abierto. La sensación generalizada de tranquilidad tiene como base la convicción de que no es posible que surja un grave conflicto que rompa la armonía que nos rodea. Esa inverosimilitud del conflicto tiene un doble efecto. Por un lado, nos aporta sosiego y, por otro, funciona como freno para no convertir en un enfrentamiento serio cualquier simple desavenencia.

Hay multitud de maneras en la vida política de acentuar un conflicto. Pueden ir desde la ocupación violenta de la calle hasta la normalización del insulto. Por el contrario, no es tan fácil encontrar patrones que nos ayuden a cortar esa deriva hacia la destrucción de una convivencia amable y gratificante. Podemos, sin embargo, empezar a plantear algunas reglas relevantes que ayuden a hacer compatible la discrepancia con una coexistencia civilizada. Nada nos sería más útil que contar con un Manual de supervivencia para tiempos de tensión social. Como el libro no existe, podemos proponer algunas primeras pautas que seguramente deberían ampliarse:

1/ Definir si se trata de acordar o de discutir. Antes de arrancar una conversación delicada deberíamos aclarar si la idea es intentar llegar a un acuerdo o, directamente, discutir. Si las líneas son divergentes, cada vez estarán más lejos. Si son convergentes, quizá puedan llegar a encontrarse.

2/ No discutir más de la cuenta. Hay polémicas que no tienen posibilidad alguna de apaciguarse. Tiene poco sentido extenderlas más de la cuenta. Expuestas las diferencias, si las posiciones caminan en direcciones opuestas quizá es más oportuno cortar un viaje interminable. Por no perder el tiempo.

3/ Disfrutar del contraste de opiniones. Los desencuentros son naturales y tampoco se trata de desdeñarlos. Pueden ser enriquecedores y son necesarios para abrir alternativas ante los problemas que van surgiendo. Hay que estimular la apertura de miras. Ahí habitan las soluciones más escondidas.

4/ Erradicar el insulto personal. El invento de la tarjeta amarilla contribuyó a rebajar la violencia en el fútbol. Si la actitud violenta persiste, la tarjeta roja implica expulsión. La norma funciona. La violencia verbal tiene su plasmación cotidiana en el insulto. La banalización del insulto facilita su extensión. Deberíamos cortar su uso de raíz en toda discusión. Si aparece, tarjeta amarilla. Si persiste, roja. Se acabó la conversación.

5/ Respetar las reglas de juego. Carece de todo sentido agudizar la intensidad de un debate que tendrá un desenlace legal. Podemos opinar sobre si una iniciativa es o no legal, pero carece de sentido confrontar sin límite sobre un asunto que va a resolver un tribunal de forma concluyente.

6/ Dejar que el tiempo cumpla su función. Nos desgastamos en pelear por defender hipótesis sobre lo que puede ocurrir en un plazo no muy lejano. Parece más razonable dar a la futurología el escaso valor que merece y dejar que sea el paso del tiempo el que clarifique lo que vaya a llegar.

El don de la palabra ayuda enormemente en cualquier conversación, pero tenemos que aprender a separar la brillantez de la oratoria y la demagogia con el fondo de los argumentos

7/ Tener razón ayuda en la conversación. El don de la palabra ayuda enormemente en cualquier conversación, pero tenemos que aprender a separar la brillantez de la oratoria y la demagogia con el fondo de los argumentos. Démosle a la oratoria el valor que tiene, pero no más. La prestidigitación verbal busca esconder la verdad.

8/ Fijémonos más en los hechos que en las palabras. En la acción política, las declaraciones públicas tienen como objetivo recurrente ocupar espacio mediático y ayudar a mantener la moral de la tropa, en especial cuando el clima no es favorable. Para ellos, son necesarias e inevitables, pero debemos siempre exigirnos distinguir las afirmaciones públicas lanzadas al viento de las realidades contrastadas.

9/ Eliminar el discurso ruidoso. El ruido intenso y prolongado provoca que dejemos de oír con claridad lo que nos dicen. Dejamos de tener interés por la intercomunicación, debido a que sabemos que no vamos a entendernos con quienes nos rodean. Acabamos por perder el humor y caemos a menudo en la incomodidad y el desasosiego.

10/ Apreciemos el valor del optimismo. En tiempos convulsos se agradece que los problemas se aborden desde la búsqueda de soluciones y no desde la acentuación de su gravedad. Los cenizos deberían quedar recluidos en clubes privados sin posibilidad de acceso para el resto de los mortales.

Y una conclusión: A lo mejor resulta que la democracia funciona. El principio básico de la democracia parece que tiende a olvidarse. Consiste en dejar abierto el espacio para el contraste de opiniones para, a continuación, votar y acordar que todos aceptamos que apoyamos la opción mayoritariamente respaldada. La democracia, más que proclamarla, deberíamos sencillamente respetarla.   

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