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La Tercera España

El bipartidismo murió. Hay quien defiende, erróneamente, que el multipartidismo ha derivado en la actualidad en la recuperación de las dos Españas enfrentadas a derecha e izquierda. El modelo político español ha sufrido en muy pocos años demasiadas alteraciones en su configuración. Todo lo ocurrido dificulta entender dónde nos encontramos.

En 2015, la irrupción en el Parlamento de Podemos y de Ciudadanos rompe el bipartidismo que había caracterizado nuestra representación democrática. Podemos arrebata a los socialistas una significativa parte de su electorado dejándoles fuera de toda posibilidad de competir cara a cara con el PP. Por su lado, Ciudadanos se asienta desde una aparente centralidad como la fuerza clave para decidir cuál de los dos partidos tradicionales ocuparía el poder.

Cinco años después, ambos fenómenos han mutado. Podemos se ha convertido en el soporte que permite al PSOE gobernar. Grupos como los anticapitalistas, situados más a la izquierda de la formación morada, han decidido seguir por separado. Cabe concluir que la izquierda en su conjunto se ha reunificado con un nuevo planteamiento y que la fuerza dominante (el gobierno de coalición) apuesta por una actitud moderada frente a la polarización marcada desde la oposición conservadora.

La evolución de Ciudadanos ha sido tan visible como sorprendente. Su absoluta derechización le ha hecho perder el centro político y pasar a competir con el PP y Vox por el mismo espacio político. En resumen, la derecha se ha fragmentado en tres pedazos aunque mantiene un claro frente común y una soterrada aspiración a la reunificación futura. Lo que ocurre es que, como resultado de la pugna por aparentar mayor firmeza, toda ella ha abandonado las posiciones más dialogantes para asentarse en espacios más radicales, especialmente en el debate territorial.

Pasados cinco años, alguien podría leer que el viaje ha terminado en el mismo punto de partida, en un bipartidismo actualizado. Sin embargo, existe una gran diferencia marcada por el asentamiento de una tercera y determinante corriente política que ha adquirido especial vigor: se trata de lo que podemos denominar la Tercera España. Hay alrededor de 2,5 millones de electores que se agrupan en partidos nacionalistas e independentistas que propugnan una mayor descentralización del Estado o, incluso, su separación. Suman 36 diputados en el actual Parlamento y son los que condicionan lo que realmente se hace en esa España en la que no se sienten comprendidos.

Esta Tercera España es heredera de los partidos nacionalistas que sirvieron de bisagra durante las últimas décadas para sostener los gobiernos sucesivos de la izquierda y la derecha. La cuestión es que en estos últimos tiempos se ha producido un cambio decisivo en su identidad. En una estrategia que hasta ahora no ha podido traerle peores resultados, la derecha ha convertido la cuestión territorial en el eje de su política. De hecho, es la base de su combate interno por ver quién promueve mayor grado de regresión centralista como respuesta a la presión secesionista. Este movimiento impide toda posibilidad de que la derecha vuelva a gobernar España hasta que el modelo no se convulsione de nuevo. Hoy en día, es absolutamente descartable que los partidos bisagra tradicionales como el PNV o la antigua CiU se plantearan la posibilidad de apoyar un gobierno de derechas en torno al PP, Ciudadanos y Vox.

La política de enfrentamiento clásica de la derecha contra la izquierda se extiende también ahora a una lucha frontal contra la Tercera España. El planteamiento tiene toda legitimidad ideológica. Sin embargo plantea un problema irresoluble. La democracia se asienta en el reconocimiento de las mayorías frente a las minorías. El actual mapa electoral español presenta pocas dudas. La derecha y la izquierda empataron en las últimas elecciones con 10,4 millones de votos en cada bloque. La derecha no tiene la más mínima posibilidad de llegar a gobernar si no consigue de nuevo que al menos una parte de la Tercera España se alinee con sus postulados. Hoy va justamente en dirección contraria.

Esto deja a la izquierda ante una encrucijada curiosa. Sabe que la Tercera España sólo puede integrarse en el sistema actual a través del diálogo. Como se puede ver, el reto no es sencillo puesto que hay importantes sectores del independentismo que consideran más eficaz para sus fines un abierto conflicto que una apacible convivencia. La izquierda debe acostumbrarse a vivir en esta tensión. La gobernabilidad del país tiene la desgraciada garantía de que va a resultar especialmente odiosa. A cambio, la izquierda tiene asegurado el gobierno. No hay otra opción. El único peligro real sería su división interna y, una vez más, la ruptura. Nunca despreciemos nuestra capacidad de autodestrucción.

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