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La izquierda debe dejar de fumar

El tabaco es malo para la salud. Parece que la memoria, la ciencia y la realidad cotidiana están de acuerdo en eso. Pero el tabaco es también una extraña amistad, una manera de negociar con el fuego y el humo, un detalle no prioritario que se tiene a mano, pero que poco a poco se convierte en una obsesión, una razón de vida.

No pueden negarse los atractivos del tabaco. Nada mejor que compartir el cigarrillo enternecido después de unas horas de amor en la cama. Los encendedores y los paquetes esperan en la mesilla de noche, mientras los cuerpos se buscan, se enredan, se recorren, se entregan, se hacen y se deshacen hasta hundirse en las profundidades de la vida. Qué bien sienta celebrar la felicidad con un cigarro sereno, mientras la piel apacigua su respiración y convierte la tormenta en una complicidad calmada. Y si ha sido una noche larga, casi interminable, y hay un balcón cerca, resulta hermoso ver juntos el amanecer, mientras el cielo arde y convierte la oscuridad en una colilla.

No puede negarse que una comida decente, con buen vino si es posible, sólo agota el esplendor de sus manteles con la sabiduría del tabaco. No te preocupes, dice la voz amiga, traigo un cenicero, aquí se puede fumar.

No puede negarse tampoco que es agradable ponerse una copa y encender un cigarro mientras nos sentamos en una butaca para leer un libro que nos gusta, quizás una novela de Thomas Mann o unos cuentos de Julio Ramón Ribeyro. Parece que el tiempo es nuestro, que la imaginación se une con las horas y las vidas de los otros se convierten en una verdad. Nos habitan, nos entran, recorren nuestro interior por los ojos, pero también por los labios, la boca, la garganta, los pulmones, para darnos calor y luego salir al mundo con algo de nosotros. Los lectores tenemos muchos humos.

No puede negarse que, cuando además de leer se pretende escribir, el paquete de tabaco es una agradable compañía silenciosa a un lado del ordenador. Los pintores tienen su paleta y sus botes de color, los escultores su barro o su piedra, recursos para que los dedos se entretengan mientras trabaja la imaginación. Pero el escritor necesita buscar un aliado como los cigarrillos para que el cuerpo no se sienta abandonado por culpa de una meditación impertinente o una disputa seria con las palabras.

Y no puede negarse que es agradable salir a la puerta de la calle en el trabajo y encontrarse con otros compañeros que pretenden echar un cigarro. Ya no se llevan las reuniones interminables en las que las salas se cargaban de humo y las mesas se llenaban de razones diversas y adictivas, puros, puritos, picaduras, tabaco rubio, negro, nacional, extranjero, de estanco, de contrabando, con filtro y sin filtro. Y fumadores acostumbrados a vivir de fiado o a abusar de la despensa ajena. Ahora se habla más que se discute, porque las prisas, los portales y las aceras invitan a cambiar de conversación o a descargar el peso de las argumentaciones.

El pudor como virtud pública

Nada de esto puede negarse. Por eso el tabaco acaba convirtiéndose en una obsesión para los fumadores. De poco valen las advertencias sobre el cáncer, la impotencia, la ceguera, el corazón, las venas, la circulación de la sangre y los pulmones. Atrapados por algo más que un vicio, es decir, por una absoluta dependencia, por una encarnación ardiente del poder, los fumadores sienten terror a quedarse sin tabaco. Viven para él.

La vida, el amanecer, el amor, los libros, la escritura, las palabras, el trabajo, la puerta de la calle, la comida y la bebida pierden importancia. No es que se fume para alegrar la vida, es que se vive para fumar. Se hace el amor para fumar. Se lee y se escribe para fumar, se trabaja y se sale a la calle para fumar, se discute, se come y se bebe para fumar. Las cosas cambian de sentido, lo que era un medio se convierte en una obsesión y en un motivo principal, único. Todo se vacía, se consume, se hace humo o acaba en un cenicero. El fumador compulsivo es un ser unidimensional.

Después de tanta historia, de tantos años, de tantas experiencias, no hace falta ni siquiera que lo digan los médicos. Ya sabemos que es muy conveniente dejar de fumar.

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