Verso Libre
Un poeta nacional
Hace unos días tuve el honor de recibir de la Presidencia del Gobierno de México y del Estado de Zacatecas una invitación para participar en el homenaje que se dedica al poeta Ramón López Velarde con motivo del centenario de su muerte. Desde 1921, desde su muerte y la aparición de La Suave Patria, López Velarde es considerado en México como el poeta nacional. Para mí, poeta y director del Instituto Cervantes, es sin duda un honor y una emoción recibir desde México esta invitación.
Poeta nacional. ¿Qué significa este título en la posteridad lírica? Hay quien lo considera un honor oficial y quien lo entiende como un amplio reconocimiento sentimental de sus lectores. Lo significativo es que en el caso de López Velarde coinciden los dos argumentos. No se puede negar que muy pronto, desde que la política cultural y educativa de Vasconcelos fui sustituida por el nacionalismo cerrado de Plutarco Elías Calles, la oficialización de López Velarde quiso representar una versión provinciana, una identidad cerrada en sí misma. Pero también es verdad que, a lo largo de los años, las sucesivas generaciones de poetas y lectores han mantenido vivas sus palabras más allá de la oficialización. Como afirmó Carlos Monsiváis, López Velarde pertenece a la educación sentimental mexicana.
Pese a su amor por la tierra natal, al poeta de Zacatecas le gustaba que Juan Ramón Jiménez oyese el mar por teléfono. Octavio Paz lo vinculó con Laforgue y Eliot. A López Velarde le gustaba dialogar con Amado Nervo, pero también con Rubén Darío y Leopoldo Lugones. Por eso Carlos Pellicer identificó su amor a México como una expresión universal de fraternidad humana y Xavier Villaurrutia señaló en él una energía adánica siempre viva más allá de cualquier oficialización coyuntural. Los poemas nos dicen algo distinto cada vez que abrimos uno de sus libros.
Me aficioné desde joven a la poesía de López Velarde porque la verdad de sus sentimientos y sus recuerdos siempre estuvo vigilada por una conciencia crítica. Evitaba convertir la sencillez en simpleza. En su primer libro, La sangre devota, escribió entre paréntesis: “En abono de mi sinceridad/ séame permitido un alegato: entonces era yo un seminarista / sin Baudelaire, sin rima y sin olfato”. Su evolución y su estilo, sus paréntesis, sus juegos con el lenguaje popular y culto, sus esdrújulas, sorpresas e ironías sirvieron para encarnar en palabras una verdad tan sentida como organizada desde la conciencia. Todas las ideas abstractas afloraban a partir de un impulso erótico y toda sensibilidad se transformaba en una voluntad de arte.
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Me permito aquí hacer una consideración motivada por el homenaje al autor de Zozobra y El son del corazón. El carácter de poeta nacional de López Velarde, tan de Estado como popular, es una invitación a pensar en la necesidad de unir las realidades de la vida y el crédito de las instituciones. Creo que esa es la labor de una apuesta cultural entendida como defensa de los valores democráticos, como apuesta de libertad, igualdad, respeto y entendimiento entre personas y comunidades. La cultura democrática invita a que las instituciones no se olviden de la vida cotidiana de la gente para que el orden oficial no quede separado de la realidad. Pero también es muy importante que la realidad de una comunidad se funda en el respeto democrático a las instituciones, para que el corazón no se separe de la razón y para que las ideas, mientras sueñan, abran los ojos y sepan mirar hacia la calle.
Una necesaria verdad vigilada por la propia conciencia, eso me ha enseñado la poesía, porque no es lo mismo comprometerse a no mentir que creerse en posesión de la verdad. Y las lecciones de la poesía las he recibido de una herencia común en la que conviven Rosalía de Castro y García Lorca con poetas mexicanos como López Velarde, Octavio Paz, Jaime Sabines, Bonifaz Nuño, Rosario Castellanos o José Emilio Pacheco. Por eso es un honor y una emoción participar en este homenaje y ser desde hace tres años director de una institución como el Instituto Cervantes.
Por lo demás, y es lo más importante, aconsejo la lectura de Ramón López Velarde. Lo tenemos a mano. El profesor Alfonso García Morales preparó una magnífica edición de sus tres libros, La sangre devota, Zozobra y El son del corazón, en la editorial Hiperión.